UNA COYUNTURA HISTÓRICA DE VERDADES
Hernando Llano Ángel.
Asumo el riesgo de la repetición
obsesiva y de ser tediosamente monotemático. Pero parece que estamos lejos de
comprender el momento histórico que vivimos. Quizá porque somos arrastrados por
el vértigo de una realidad inverosímil, donde alternan los escándalos políticos
con las catástrofes sociales, al punto que olvidamos rápidamente lo que
acontece. Más ahora que la realidad virtual está desplazando y casi suplantando
a la realidad existencial. Al extremo que hace posible la instalación ficticia
del Congreso de la República. Un Congreso virtual que termina siendo presidido
por un senador, Aturo Char Chaljub, poco virtuoso. Un Congreso virtual dirigido
bajo la voz cantante de Char que, según lo denunciado por la prófuga Aida
Merlano, está incurso en subastas electorales[1].
Un presidente del Congreso que pronto deberá entonar ante la Corte Suprema de
Justicia un parlamento exculpatorio sobre sus faenas electorales. Como lucidamente
lo expresará, hace ya siete lustros, el entonces Procurador General, Carlos
Jiménez Gómez, “Colombia es un país de 24 horas”. Así olvidamos lo que pasó
ayer y conservamos algo de cordura para sumirnos hoy en la realidad paralela y
claustrofóbica que nos impone el Covid-19. Una realidad que es para miles de
personas una pesadilla familiar al ser despreciadas o fustigadas por su
condición dependiente y vulnerable de ancianos, mujeres y niños[2].
Sanos contras apestados
Pero muchos nos creemos a salvo
porque logramos, gracias a nuestros privilegios y seguridad económica,
permanecer sanos e incontaminados, refugiados en la calidez afectiva de
nuestros hogares. No somos conscientes que la vida se nos está reduciendo a una
lucha implacable e imperceptible de sanos contra apestados. Una lucha que
incluso logra lo inimaginable, distanciarnos familiar e íntimamente, pues tememos contagiar a quienes más amamos o,
peor aún, ser víctimas mortales de su amor. Pareciera que el temible fantasma
de la lucha de clases hubiese sido derrotado y estuviera en retirada por el
asedio del Covid 19. Nadie imaginó que la biología terminará siendo una enemiga
más poderosa que la misma lucha de clases, pues le ha propinado las mayores
pérdidas y derrotas al autocomplaciente e invencible mercado capitalista. Aquel
que hace apenas tres décadas proclamaba victorioso el “fin de la
historia”, parece que hoy está
asistiendo al fin de su propia historia de iniquidades y mentiras. Hasta tener
que apelar, como lo hace la Unión Europea y en nuestro medio destacados
académicos e intelectuales ante la CEPAL, a la solidaridad social y no a la
ganancia insaciable del capital. Aquel que ayer despreciaba y fustigaba el
Estado, mientras exaltaba el mercado --cuanto más libre mejor para la
humanidad-- hoy recurre al apoyo y la protección desesperada de ese Estado como
tabla de salvación para la humanidad y su injusta prosperidad. Al extremo que
empresarios exitosos e inescrupulosos como Trump, han forjado su capital y
triunfo político contra el mercado global, promoviendo al máximo el chovinismo
de America First contra el mundo entero. Por todo ello, no deja de ser una
ironía fatal y para algunos incluso una prueba de la conspiración comunista
contra el mundo libre, que el Covid-19 haya surgido en una de las ciudades
chinas más industrializadas y conectadas con el mercado global, como Wuhan.
La fatal dicotomía mental
Esa fatal ironía, le permite hoy
a Trump y sus seguidores reducir la vida y la política a una nueva cruzada del
mundo libre contra el comunismo chino. Comunismo que en la realidad es una
competencia tecnológica que desafía a Estados Unidos (el miedo a Huawei) y
estimula un consumismo capitalista desaforado, promovido por el partido
comunista a través del control férreo del Estado. Todos los entusiastas
seguidores de Trump no tienen en su cabeza más espacio que para pensar
dicotómicamente. Así, reducen la vida a dos categorías: “America First” contra
China o incluso el resto del mundo (pues ya Trump se apresuró a acaparar
millones de dosis de la futura vacuna contra el Covid-19). También reducen la
existencia humana y su rica diversidad a dos sexos, hombre o mujer, o incluso a
un combate misógino del hombre contra la mujer. La disputa política nacional a
dos partidos: republicanos contra demócratas y, en su máxima expresión global
de codicia y depredación, pretenden someter el planeta a la disyuntiva de
capitalismo o muerte, pues niegan la crisis climática y promueven a toda costa
el predominio de la energía fósil sobre las fuentes de energías renovables y
alternativas. Lo peor de este reduccionismo mental dicotómico es que resulta
más contagioso que el mismo Covid-19 y se difumina por todas las latitudes. Entre
nosotros, tenemos muchas manifestaciones de ese pobre y destructivo universo dicotómico.
Pero una que parece estar haciéndonos profundo daño es la polarización política
entre los partidarios del uribismo y sus adversarios, que toma expresiones tan
deplorables como la de dividir falsamente el país entre “paracos” y “mamertos”.
Más allá de la pugnacidad visible en los medios de comunicación, es sobre todo
en las redes sociales donde adquiere mayor virulencia, alcanzado niveles
inimaginables de odio y desprecio, sustentados en la propagación de falsas
dicotomías como la de buenos contra malos, belicistas contra pacifistas, demócratas
contra terroristas, hasta llegar a la confrontación insalvable de “petrista,
mamerto” contra “uribista, paraco”. Allí muere toda posibilidad de diálogo e interacción
y con ella también la de convivir como
ciudadanía en una nación democrática, pluralista y con paz política, donde se
puedan contar las cabezas civilizadamente en elecciones sin fraude en lugar de
cortarlas y desaparecerlas en fosas comunes y cauces de ríos[3].
La JEP y la Comisión de la Verdad
En estos días esa dicotomía
parece estar empecinada contra la JEP, deslegitimándola como una institución
supuestamente cómplice de los crímenes cometidos por las Farc, y también contra
la Comisión de la Verdad, como refugio de izquierdistas afines con la lucha
armada. La raíz de esta campaña, más allá de los réditos electorales que buscan
quienes la promueven, se encuentra en la incapacidad de reconocer que estamos
viviendo una coyuntura histórica de verdades. Coyuntura histórica, porque ella
conlleva la posibilidad de que por fin depuremos la política de las armas, pero
también de sus relaciones espurias con el crimen y la corrupción, que se han
convertido en las dinámicas determinantes para alcanzar la presidencia de la
República desde el magnicidio de Galán hasta nuestros días[4].
Y coyuntura de verdades, porque
debemos tener la entereza de no aceptar que la violencia y el crimen legitimen
nunca más ningún proyecto político, sea bajo las banderas de la “seguridad
democrática” o la “justicia social”. Por eso causa tanto repudio e indignación
los subterfugios y las coartadas de los excomandantes de las Farc para
justificar o legitimar crímenes como el reclutamiento forzoso de menores, la
violencia sexual entre sus filas y los secuestros sistemáticos, bajo eufemismos
como retenciones, prisioneros de guerra y reglamentos guerrilleros. Así como
resulta absolutamente inadmisible llamar “falsos positivos” a los asesinatos y
las ejecuciones extrajudiciales cometidas por miembros de la Fuerza Pública en
desarrollo de la directiva 029 de 2005[5]
del ministerio de defensa, punta de lanza de la mal llamada “seguridad
democrática”. Ante semejante atrocidades se enfrentan la JEP y la Comisión de
la Verdad. Atrocidades que dejaron tantas víctimas y donde hay de por medio
tantos victimarios, determinadores y cómplices, como funcionarios y
empresarios, que es imposible tener una justicia plena, inquisitiva y punitiva,
capaz de identificar y condenar a todos los culpables. Lo que se precisa es una
justicia de verdades y reparaciones, donde los principales victimarios, desde
los rebeldes hasta los institucionales, con sus numerosos cómplices y
beneficiarios oportunistas, reconozcan plenamente sus responsabilidades ante
las víctimas y estén dispuestos a repararlas simbólica y materialmente, sin el
cinismo y la indolencia de tratar de justificar o legitimar sus incontables
crímenes. Porque la magnitud, profundidad y duración del conflicto armado que
todavía persiste, causando más dolor y víctimas, nos sitúa a todos, pero
especialmente a la JEP y la Comisión de la Verdad, frente a una encrucijada
insalvable para la justicia ordinaria, expresada así por Hannah Arendt ante los
crímenes del nazismo: “Es muy significativo, elemento estructural en la esfera
de los asuntos públicos, que los hombres sean incapaces de perdonar lo que no
pueden castigar e incapaces de castigar lo que ha resultado ser imperdonable”.[6]
Para resolver esa encrucijada, así sea parcialmente, existen la JEP, la
Comisión de la verdad y la Unidad de Búsqueda de personas dadas por
desaparecidas. Por todo lo anterior, es que estamos viviendo una coyuntura histórica
de verdades. Una coyuntura más dolorosa y profunda que la del Covid-19, donde
está en juego la salud y la vida de todos y todas en tanto sociedad, nación y
Estado, que precisa hoy más que nunca de las verdades, la corrección y la no
repetición de horrores por parte de quienes han tenido y tienen todavía el
poder y la responsabilidad para evitarlo. Contra tan letal virus histórico, el
del odio, la violencia política y la iniquidad de nada sirve lavarse las manos,
sino tener plena conciencia de lo ocurrido y rectificar. Bien lo sentenció José
Saramago: “Somos la memoria que tenemos y las responsabilidades que asumimos”.
Si no lo hacemos ahora, seguiremos transmitiendo de generación en generación el
virus que engendra victimarios impunes y víctimas irredentas, en una sociedad
enferma y vergonzosa que no puede llamarse democrática y mucho menos proclamar nacional
e internacionalmente una paz con legalidad.
[4]
Como el mismo César Gaviria lo reconoció, fue presidente porque sobrevivió al
narcoterrorismo de Pablo Escobar; Samper por los generosos auxilios del
narcotráfico; Pastrana por intercambiar la zona de distensión del Caguán por
votos en la segunda vuelta contra Serpa; Uribe gracias al miedo generado por
las Farc y el apoyo del paramilitarismo en vasta regiones del país; luego
(2006-2010) cambiando ilícitamente un articulito de la Constitución y Santos
junto a Duque, uno por repudio a la guerra y su daño a los negocios y el otro
por miedo a la paz y las responsabilidades institucionales en el conflicto
armado, contando ambos con apoyos por debajo de la mesa de Odebrecht y el Ñeñe
Hernández.