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Opinión
Colombia, entre el perdón y la reconciliación
Ambos valores son muy invocados durante la
Semana Santa, pero ausentes en la vida cotidiana de la mayoría
Hernando Llano Ángel
Los límites del
perdón
En
su obra La condición humana, lo resalta así: “Sin ser perdonados,
liberados de las consecuencias de lo que hemos hecho, nuestra capacidad para
actuar quedaría, por decirlo así, confinada a un solo acto del que nunca
podríamos recobrarnos”. Si lo anterior acontece en la esfera de las relaciones
interpersonales, lo es mucho más en el ámbito de la vida política,
especialmente cuando ella ha encallado en las profundidades de las guerras
fratricidas y los crímenes atroces. Pero ello no significa que todo pueda ser
perdonado, como sucede con los crímenes de lesa
humanidad y
los de guerra, contemplados en el Estatuto de Roma, que son imprescriptibles y
sobre los cuales tiene competencia la Corte Penal Internacional en los eventos
donde el sistema judicial de alguno de sus Estados, como alta parte
contratante, no esté en capacidad de investigar y juzgarlos o carezca de la
voluntad política para ello. Porque si esos crímenes se olvidan, indultan o
permanecen impunes, jamás podrá existir un orden político legítimo y menos una
convivencia aceptable y digna para la humanidad. Si ello acontece, muchas
víctimas sobrevivientes siempre estarán al acecho de la venganza para honrar la
memoria de sus seres queridos y antepasados, prolongando así por generaciones
la espiral de violencias. De allí que el perdón no pueda ser una competencia
exclusiva que se arrogue el Estado, pues solo las víctimas y sus seres
queridos, en la intimidad de sus corazones, podrán hacerlo. Como bien lo define
el filósofo Javier Sádaba, el perdón es la soberanía del yo [1] y jamás podrá
ningún Estado arrebatarla por más sofisticados y justos que sean sus
tribunales.
El poder de la
reconciliación
Todo
lo contrario sucede con la reconciliación, que podríamos definir como la
soberanía del nosotros, es decir, de las comunidades políticas que se expresan a través de sus
Estados,
bien celebrando tratados internacionales de paz o promulgando constituciones
políticas que cierran ciclos aciagos de confrontaciones violentas internas.
Pero igual que el perdón, la reconciliación es muy exigente y siempre será
renuente a las ceremonias formales que la adulteran con abrazos, frecuentes
entre quienes no tienen autenticidad personal ni voluntad política para
realizarla, sino que la utilizan como estratagema para alcanzar sus objetivos
políticos. Al respecto, Raimundo Panikkar [2], con su sabiduría de hombre
renacentista, en su libro Paz y desarme cultural [3], nos
recuerda que la reconciliación “viene de conciliación y guarda relación con
eclesia: convocar a los otros y a todos a hablar con los otros”, por lo tanto,
precisa que “en la verdadera reconciliación no hay vencedores ni vencidos.
Todos salen ganando, porque el todo, del cual todos formamos parte, se ve
respetado” y, en el evento de haber vencidos, “estos se sienten en la mesa
redonda de la paz y no en el banquillo de los acusados”.
¿Sin horizonte de
reconciliación?
Sin
duda, en Colombia todavía estamos lejos de alcanzar la reconciliación, aunque
en la Constitución del 91 hayamos avanzado, pues entonces estuvo precedida por
Álvaro Gómez Hurtado, secuestrado por el M-19 y Antonio Navarro Wolf, máxima
figura de la Alianza Democrática-M19, junto a Horacio Serpa Uribe, en nombre
del partido Liberal. También estuvieron en la Asamblea Constituyente y no en el
banquillo de los acusados, los representantes de movimientos rebeldes
desmovilizados como el EPL, el Quintín Lame y el PRT. Pero quedó por fuera las FARC-EP,
la mayor guerrilla de entonces, pues el mismo 9 de diciembre de 1990, cuando
elegíamos a los delegatarios a la Asamblea Constituyente, fue bombardeada en
Casa Verde y más tarde el presidente Gaviria le declaró la “guerra integral”.
Por último, al rechazar la ciudadanía en el plebiscito del 2016 el Acuerdo de
Paz alcanzado entre el Estado colombiano y las FARC-EP, la reconciliación
desapareció del horizonte político en Colombia y se eclipsó casi totalmente
durante el gobierno del presidente Iván Duque y su política de “Paz con
legalidad”, que se convirtió en el paro nacional del 2021 en “paz con
letalidad”.
“Gobierno del
cambio” sin reconciliación nacional
Y
ahora, con Gustavo Petro, bajo el “Gobierno del cambio”, dicho horizonte vuelve
a extraviarse, tanto en el Congreso de la República por la incapacidad de
alcanzar acuerdos para reformas sociales inaplazables y vitales, como la Salud
y el Trabajo, sin las cuales nunca habrá paz social. Pero también con el
virtual fin de la política de Paz
Total, pues
el presidente Petro acaba de poner fin al cese del fuego con las disidencias de
alias Calarcá y el llamado Estado Mayor de los Bloques (EMB)
[4]. Por eso, cabe formular un par de preguntas: ¿Será que
estamos condenados
a victimizarnos eternamente y nunca reconciliarnos por esa incapacidad para realizar
acuerdos que nos permitan a todos una convivencia más justa y amable? ¿Cuándo
tendremos una derecha y una izquierda democráticas que puedan impulsar reformas
sin estigmatizar al contrario de oligarca o mamerto y buscar furiosamente su
deslegitimación política, impedir su gobernabilidad y hasta incitar a su
aniquilación física? Un par de preguntas no tanto para resolverlas en esta
Semana Santa, sino sobre todo para contestarlas sin odio, revancha y violencia
en las urnas en el 2026 y evitar así que se abran más tumbas de víctimas
irredentas y gobiernos de victimarios arrogantes. Entonces, quizá logremos
entre todos el milagro de resucitar y reinventar la democracia en Colombia para
reconciliarnos y honrar así la memoria de todas las víctimas.
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