Lecciones y paradojas de Venezuela
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Hernando Llano Ángel.
La
primera lección es también la mayor paradoja: Maduro convirtió a la oposición
venezolana al chavismo. Ahora es la oposición la más ferviente defensora de la
Constitución Bolivariana y del sistema electoral, los principales legados
políticos e institucionales de Hugo Chávez. Por el contrario, Nicolás Maduro
con todos sus incondicionales seguidores y cómplices, se ha convertido en el
más desvergonzado violador y dilapidador de ese legado. Al punto que ha sido incapaz
de revelar a la luz pública los resultados de las actas electorales, posesionándose
como un cleptócrata presidencial que roba la voluntad política de millones de
ciudadanos venezolanos. Para tratar de legitimar semejante crimen político de
lesa voluntad no solo invoca y ultraja la memoria de Hugo Chávez, sino que
además se reclama como el auténtico líder del pueblo venezolano. A su vez,
María Corina Machado, junto al burlado Edmundo González, reivindican ser los
legítimos voceros de la mayoría del pueblo venezolano.
¿De cuál Pueblo
hablamos?
Entonces
llegamos al interrogante crucial de la democracia: ¿Quién define al pueblo
soberano? Más aún, ¿Expresa ese pueblo soberano una voluntad política
inequívoca? Y la respuesta a dichos interrogantes no es sencilla. Pues el
pueblo, como esa voluntad soberana que invocan ambas partes, no existe más allá
de la mente de Rousseau, ya que en la realidad es siempre una multitud plural,
anónima, compleja, forjada con múltiples tradiciones, intereses, identidades y
conflictos en torno a sus condiciones de vida. Pero, sobre todo, porque ese
pueblo solo es real cuando política e históricamente sus líderes le confieren
una voluntad y hasta una identidad política precisa.
De
allí la disputa histórica de todos los partidos políticos y sus líderes por
apropiarse las figuras míticas forjadoras de pueblos y naciones, como Simón
Bolívar, del cual Hugo Chávez logró erigirse como su heredero político.
Impronta que jamás podrá reeditar Maduro y toda su cleptocracia electoral.
M-19 y la Espada de
Bolívar
Por
la misma razón, el M-19 surge a la vida pública el 17 de enero de 1974,
sustrayendo la espada de Simón Bolívar de la Quinta de Bolívar de Bogotá[i]. Espada que se convierte
en el momento de máxima tensión en la posesión presidencial de Gustavo Petro,
pues la incorpora a la puesta en escena de su investidura con un significado polémico:
“Esta
es la espada del pueblo, y por
eso la queríamos aquí”, y agregó: “Que solo se envaine, como dijo su propietario, el Libertador, cuando haya justicia en este país…Que sea
del pueblo. Es la espada del pueblo”[ii].
Giro
retórico que no deja de ser inquietante, pues proclama una fusión del pueblo
con las armas, asunto que el mismo libertador repudió una vez alcanzada la
independencia de la corona española, en su célebre discurso ante el Congreso de
Colombia en la Villa del Rosario de Cúcuta, el 3 de octubre de 1821: “Un hombre como yo es un ciudadano peligroso
en un gobierno popular: es una amenaza inmediata a la soberanía nacional. Yo
quiero ser ciudadano para ser libre, y para que todos lo sean. Prefiero el título de ciudadano al de
libertador, porque éste emana de la guerra, aquel emana de las leyes.
Cambiadme, señor, todos mis dictados por el de buen ciudadano”[iii].
Un pueblo de
ciudadanos
Exactamente
todo lo contrario de lo que es, hace y representa Nicolás Maduro, pues su
título de presidente no emana de las leyes. Su título emana de lo que más
fustigaba Bolívar en dicho discurso, las armas: “Esta espada no puede servir
de nada el día de la paz, y éste debe ser el último de mi poder; porque así
lo he jurado para mí, porque lo he prometido a Colombia, y porque no puede haber república, donde el pueblo no está seguro del
ejercicio de sus propias facultades”. De manera que la pomposa República
Bolivariana de Venezuela ya no existe, pues ella ha sido degradada a una
auténtica cleptocracia electoral autoritaria, sustentada en la lealtad de
militares que han deshonrado la memoria de Bolívar e incluso de Hugo Chávez,
quien optó por los votos en lugar de las armas como fuente y sustento del poder
político estatal.
La deliberación
ciudadana
Por
lo anterior, la principal lección y mayor desafío para el pueblo venezolano es
reinventar la democracia en clave ciudadana, vale decir como ejercicio de
derechos y deliberación sin dejarse arrastrar por líderes políticos que apelan
a un imaginario pueblo para negar dichos derechos a sus adversarios a quienes fustigan
como enemigos de la Nación. Un desafío que
es casi planetario, pues los líderes de extrema derecha en todas las latitudes
son siniestros en la manipulación de las voluntades ciudadanas. Para ello
invocan la grandeza nacional, como America First y MAGA; la persecución contra
migrantes, como AFD, Alternativa para Alemania, que promueve la expulsión de
millones de migrantes[iv] para ganar votos en las
elecciones del próximo 23 de febrero.
“Democracias”
excluyentes
La
concepción de democracia que predomina en estos líderes es la de la exclusión
social y la negación de derechos, ya sean políticos, socioeconómicos o
culturales, por lo cual sus estrategias electorales no son la argumentación y
la persuasión, sino la manipulación, la mentira, el odio y la deslegitimación
de sus adversarios. Para ello hacen uso intensivo de las redes sociales, los
bulos y ahora la inteligencia artificial. Para contrarrestar estas dinámicas
maniqueas que se presentan en todas las campañas electorales como una
confrontación inevitable de “buenos” contra “malos”; de la derecha contra la
izquierda; la “gente de bien” contra la “chusma”, en fin, del “pueblo” contra
los “oligarcas” o viceversa, hay que rescatar la capacidad de deliberación
ciudadana. Deliberación que siempre deberá tener presente que la democracia
precisa para su existencia y consolidación más del estímulo de la concertación que
el de la confrontación; de los acuerdos parciales sobre los consensos unánimes;
de las transacciones sobre las imposiciones. En fin, de la política entendida y
asumida como la transformación creativa de los conflictos, en lugar de la
persecución, intimidación y aniquilación violenta de sus portadores, como
lamentablemente ha sucedido en Colombia y ahora en Venezuela.
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