lunes, septiembre 16, 2024

TRUMP, MITOMANO DEPRAVADO Y MEGALOMANO DEPREDADOR

 

TRUMP, MITOMANO DEPRAVADO Y MEGALOMANO DEPREDADOR

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Hernando Llano Ángel

El miedo nunca es inocente. Por eso Trump lo esgrime constantemente y se presenta como el salvador del pueblo norteamericano frente a supuestas hordas de inmigrantes salvajes, que incluso comen gatos[i], como lo afirmó mendazmente en su debate con la candidata demócrata, Kamala Harris. Un miedo completamente infundado, pues Estados Unidos es un crisol de inmigrantes venidos de Europa y de todos los rincones del mundo a quienes debe, en gran parte, su grandeza por sus virtudes creadoras y su trabajo incansable, pero también su mayor desgracia por contribuir con el delirio de grandeza del “sueño americano” y su mitomanía de gendarme planetario de la libertad y la democracia. Trump, precisamente, encarna esa mitomanía depravada y esa megalomanía depredadora, expresada en guerras de ocupación y genocidios en nombre de la “democracia y la libertad” durante la larga noche de la guerra fría, que hoy añoran todos sus seguidores y quisieran prolongar indefinidamente.  En efecto, sus dos principales consignas políticas: “America First” and “Make America Great Again”[ii], son una patética invocación del colapso de ese “glorioso” pasado imperial, en ocaso irreversible desde su derrota en Vietnam. Pero ellas también expresan el más nefasto legado político del siglo XX: el nacionalismo imperial agresivo y la xenofobia asesina de la supremacía racista, enseñas criminales del nacionalsocialismo de Hitler y su delirante Tercer Reich. No es mera coincidencia que en el himno nacional alemán[iii] se encuentre en su primera estrofa, “Deutschland über alles” (Alemania por encima de todo), entonada con euforia por los nacionalsocialistas y que Hitler proclamará la raza aria como superior, destinada a dominar el mundo durante el Tercer Reich[iv]. Trump, descendiente de inmigrantes alemanes, es el eco de las anteriores delirantes metas nacionalsocialistas, pero ahora en clave carnavalesca y Hollywoodense, con sus dos consignas nacionalistas y racistas. Con ellas pretende llegar por segunda vez a la presidencia, desde la cual emprendería una sistemática persecución contra inmigrantes para perpetuar la grandeza de ese imperio decadente y degradante, “bañado en sangre”, como bien lo describe en forma lúcida e implacable Paul Auster en su ensayo “Un país bañado en sangre”[v], publicado el año pasado. Allí encontramos, ilustrada con desoladoras fotografías de Spencer Ostrander los lugares desiertos de vida donde fueron masacrados miles de civiles indefensos, la faceta más devastadora y criminal de las ínfulas de muchos supremacistas blancos norteamericanos y su adicción mortal a las armas de fuego. Por ello, es imprescindible citar sus apartes más significativos, como el siguiente, referido a la polémica entre los partidarios de la compra y porte de armas de fuego y sus opositores:

“El punto muerto es amargo y feroz en su animosidad mutua, tanto que en los últimos años ambos bandos se han alejado mucho de lo que parece una simple oposición a la postura del otro: cada uno habla en un lenguaje diferente. Mientras, millón y medio de norteamericanos han perdido la vida a balazos desde 1968: más muertes que la suma total de todas las muertes sufridas en guerra por este país desde que se disparó el primer tiro de la revolución norteamericana” (p. 170).

Pero uno de los pasajes más conmovedores y tétricos, es aquel en el que revela un poema titulado “Vamos a la Iglesia a disparar”, cuyo final dice: “Ojalá tuviéramos tanques y mísiles/ Vamos a disparar mientras dure el tiroteo/ Tan poco tiempo para tanto que matar/ Vamos a disparar a la pequeña y calma brisa que sopla en nuestros corazones hasta dejarla bien muerta”. Y a continuación Paul Auster anota: “En los últimos años, los asesinos de masas también han invadido los lugares de culto y, aparte de una sola excepción, todos esos ataques los han perpetrado lobos solitarios, fanáticos supremacistas blancos que pretendían purificar el país de la contaminación de otros de piel oscura que no eran cristianos, sino sobre todo musulmanes y judíos” (p.127). Una “purificación” perpetrada con armas de asalto cuya fabricación y comercio promueve la poderosa Asociación Nacional del Rifle, NRA[vi] por sus siglas en inglés, que Donald Trump respaldó y defendió con vehemencia durante su mandato presidencial con la siguiente tesis: “una población armada no sería víctima de atentados”, y se refirió explícitamente al ataque ocurrido en el teatro Bataclan, en París, en noviembre de 2015: "Si un empleado (del teatro) o un espectador tuviese un arma, o cualquiera de los presentes en esta audiencia estuviese allí, habría apuntado el arma en la dirección opuesta, y los terroristas habrían huido (...) habría sido otra historia"[vii]. Tesis completamente refutada por las estadísticas de matanzas de civiles, pues: “Los norteamericanos tienen veinticinco veces más posibilidades de recibir un balazo que los ciudadanos de otros países ricos, supuestamente avanzados, y, con menos de la mitad de la población de esas dos decenas de países juntos, el ochenta y dos por ciento de las muertes por arma de fuego, ocurren aquí. (…) ¿Por qué es tan diferente Estados Unidos y qué nos convierte en el país más violento del mundo occidental? Paul Auster responde así en la obra citada: “El miedo se apodera de nosotros y eso es un veneno que corrompe nuestra facultad de pensar, y cuando ya no podemos pensar nuestras decisiones se entregan a las fuerzas de la emoción torpe y ciega. Respuesta que complementó en una entrevista concedida a EL PAÍS de España el 27 de octubre de 2020[viii]: “Todo en la historia de Estados Unidos vuelve siempre al racismo, es el defecto mortal de este país. La esclavitud era legal desde el momento en que empezaron las colonias…Hasta que podamos confrontarlo, nuestro país no se podrá curar. En Alemania hay museos del Holocausto, no hay banderas nazis. En Estados Unidos hay banderas confederadas, y para mí no es diferente a una esvástica. Representa lo mismo. Las banderas confederadas fueron apropiadas posteriormente por el Ku klus klan[ix], máxima expresión de los supremacistas blancos. De allí que Paul Auster agregue: “Por si alguien piensa que estoy exagerando al establecer esa relación, obsérvese que las políticas de Hitler sobre la raza tuvieron su inspiración directa en las leyes segregacionistas norteamericanas y en el movimiento norteamericano a favor de la eugenesia” (p.167). Por todo lo anterior, Auster en la mencionada entrevista, al preguntársele por qué Trump en sus campañas obtenía tanto apoyo de los norteamericanos, respondió: “Porque les hace sentirse bien sobre sí mismos, y los demócratas les hacen sentirse mal sobre sí mismos. Es una manera cruda de verlo, pero es comprensible. Por eso le votan. Igual que Hitler les hizo a algunos alemanes sentirse bien sobre ellos mismos. Es una hostilidad furiosa y resentida hacia una sociedad cambiante. América es un país de inmigrantes, de gente de todos los orígenes, colores de piel, religiones, culturas. Muchos celebramos esa diversidad, pero otros no”.

“La Bella Vs la Bestia”

Por eso es tan significativo históricamente el desafío que encarna Kamala Harris, más allá de la contienda electoral, pues se trata de una mujer de ascendencia negra que confronta los rasgos más grotescos y antidemocráticos de Trump: su racismo xenofóbico, su misoginia y depravado machismo, confirmado con la condena por el delito de abuso sexual de la columnista E Jean Carroll[x]; su codicia depredadora expresada en el estímulo ilimitado de la industria petrolera; su desprecio e irresponsable ignorancia frente a la crisis climática y la promoción del complejo industrial militar para incentivar sus ventas a Israel y respaldar incondicionalmente el genocidio contra la población palestina y la devastación de Gaza y  Cisjordania. En noviembre sabremos si triunfa la bella Kamala Harris o gana la bestia de Donald Trump. Un resultado que no solo definirá la suerte de Estados Unidos como nación multiétnica y democracia en peligro de extinción o renovación, bajo el liderazgo de Kamala Harris, primera mujer negra que llegaría a la presidencia norteamericana con el desafío de superar ese terrible legado histórico de injusticia y violencia racial hasta hoy presente. O, por el contrario, se impondrá nuevamente la supremacía de los prejuicios raciales y los intereses de los mercaderes de la muerte de la Asociación Nacional del Rifle (NRA) y del complejo industrial militar, como sepultureros de esa democracia agónica y de un imperio decadente en manos de un mitómano depravado y un megalómano depredador, que conduciría a Estados Unidos a su declive definitivo en el concierto internacional, como lo hace hoy su mejor amigo Netanyahu con Israel quien ha logrado mancillar el sufrimiento y la admiración que millones de personas sentía por el pueblo judío, víctima del nazismo, ahora convertido en victimario del pueblo palestino.  



¿Seremos capaces de descifrar la Esfinge política nacional?

 

¿SEREMOS CAPACES DE DESCIFRAR LA ESFINGE POLÍTICA NACIONAL?

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Esta encrucijada de destinos ha forjado una patria densa e indescifrable donde lo inverosímil es la única medida de la realidad”. Gabriel García Márquez.

Hernando Llano Ángel.

Sin duda, los colombianos vivimos esa encrucijada de destinos señalada por García Márquez en su ensayo “Por un País al alcance de los niños”[i], su mejor obra de no ficción, que todos deberíamos leer para saber quiénes somos, aprender a comunicarnos y poder así salir algún día de este laberinto de soledades y violencias en que estamos atrapados desde tiempos inmemoriales. En esa encrucijada nos hemos topado con la Esfinge de la política nacional, cuya compleja y violenta identidad no hemos podido aún descifrar. Pero en ese ensayo nuestro nobel de literatura nos da más de una clave para intentarlo. Por ejemplo, cuando nos dice que: “Nos han escrito y oficializado una versión complaciente de la historia, hecha más para esconder que para clarificar, en la cual se perpetúan vicios originales, se ganan batallas que nunca se dieron y se sacralizan glorias que nunca merecimos”. Precisamente por eso nuestra política nacional es una Esfinge, “esa criatura mítica de destrucción y mala suerte, que se representaba con rostro de mujer, cuerpo de león y alada”. Con algo de imaginación, esa Esfinge hoy se nos presenta con el rostro de una señora muy cortejada y apreciada, llamada democracia, cuya ferocidad es la de un león que devora todos los días a su pueblo y vuela tan alto que es inalcanzable para la mayoría de colombianos, salvo para una minoría de privilegiados que viven en su particular “modo democrático”. La verdadera identidad de la Esfinge y su prolongada longevidad se debe a su inverosímil capacidad de fusionar dimensiones políticas que son irreconciliables: la legitimidad con la ilegalidad, la impunidad con la justicia y la mayor violencia crónica del continente con la celebración ininterrumpida de elecciones desde 1957. En parte, ello se debe a la magistral habilidad de una élite política dominante que conjuga la impostura y la hipocresía de las buenas maneras con una violencia feroz, al punto que ha sido capaz de convencer por generaciones a mayorías ingenuas que viven en la democracia más antigua, estable y profunda de Latinoamérica. Una élite que, entre sus prohombres liberales y demócratas, como Darío Echandía, llamó “golpe de opinión”[ii] al golpe de Estado de Rojas Pinilla en 1953, promovido con el conservador Mariano Ospina Pérez. Pero 4 años después deciden tumbarlo, en nombre de la democracia, para inventarse una espuria fórmula política llamada “Frente Nacional”. Fórmula de incestuosa cohabitación en el poder entre liberales y conservadores que les permitió repartirse miti-miti el Estado y la vida pública apelando a la paz. Fórmula acordada entre líderes políticos como Laureano Gómez Castro y Alberto Lleras Camargo, responsables en gran parte de la Violencia entre facciones criminales, que no partidos, conservadoras y liberales, que sembraron los campos con la sangre y cuerpos de cientos de miles anónimos campesinos liberales y conservadores, para luego presentarse ambos como los salvadores de la Patria y la concordia. Así se perpetúan vicios originales, se ganan batallas que nunca se dieron y se sacralizan glorias que nunca merecimos. Lo inverosímil es que esa misma fórmula haya servido para burlar el triunfo en 1970, esta vez legal y legítimo del exdictador Gustavo Rojas Pinilla a la presidencia de la República. Y de nuevo, todo en nombre de la paz y la democracia, según la versión del entonces presidente Carlos Lleras Restrepo[iii], considerado por muchos el mejor presidente de Colombia del siglo pasado. De nuevo: “una historia hecha más para esconder que para clarificar”. Es por ello que García Márquez no es solo nuestro mayor fabulador, sino también el más lúcido descifrador de la esfinge política nacional. Una esfinge que, para mayor ironía y escarnio de los actuales herederos de esa mezquina elite política, conformada por “ciudadanos de bien”, es todavía incapaz de reconocer a quien preside la Casa de Nariño por ser un hijo legítimo de una organización que aspiró llegar “Con el pueblo, con las armas, al poder”, pero lo logró 52 años después con cerca de 12 millones votos en las urnas. La anterior no es una historia de ficción, es la historia real, por eso nos encontramos en esta encrucijada histórica de destinos.

Elecciones entre la ilegalidad y la ilegitimidad

Por eso solo ahora esos “auténticos demócratas de bien” son inflexibles con una práctica consuetudinaria presente en todas las anteriores campañas presidenciales, que no solo sobrepasaron los topes de financiación, sino que recibieron generosas contribuciones de patrocinadores ilegales, como los narcotraficantes (proceso 8.000). Pero también ganaron la presidencia con repudiables apoyos de grupos criminales como los paramilitares[iv] en las campañas de Álvaro Uribe, quien además logró reelegirse cambiando ilegalmente un artículito de la Constitución. Incluso el conservador Andrés Pastrana recurrió a organizaciones guerrilleras como las FARC-EP para que vetaran al candidato liberal Horacio Serpa, que le había ganado en primera vuelta, a cambio de concederles la zona de distensión del Caguán en nombre de la paz, pronto convertida en la bandera de guerra del “Plan Colombia”. Todo ello gracias al consejo y la mediación de Álvaro Leyva Duran, como lo ha revelado en varias ocasiones. Y si nos aproximamos al pasado reciente, sobresalen los aportes de Odebrecht a las campañas presidenciales de Juan Manuel Santos y Óscar Iván Zuluaga, sin olvidar el generoso aporte del célebre y oscuro ganadero “Ñeñe Hernández” a la campaña de Iván Duque, conocido como el escándalo de la “Ñeñe política”[v], que el competente y brillante fiscal Francisco Barbosa fue incapaz de investigar. De nuevo, toca citar otra clave aportada por la genialidad de García Márquez, que nos revela meridianamente lo que está sucediendo: “En cada uno de nosotros cohabitan, de la manera más arbitraria, la justicia y la impunidad; somos fanáticos del legalismo, pero llevamos bien despierto en el alma un leguleyo de mano maestra para burlar las leyes sin violarlas, o para violarlas sin castigo”.

El poder de la ley y la verdad

Es lo que ha acontecido con la financiación de todas las campañas electorales presidenciales anteriores. Por eso mismo, el presidente Petro está equivocado cuando señala al Consejo Nacional Electoral de promover un golpe blando en su contra. Pues si el Consejo solicita a la Comisión de Acusaciones de la Cámara de Representantes una investigación en su contra, el presidente Petro podrá y deberá demostrar que las pruebas aportadas por el Consejo no son válidas, como lo está febrilmente argumentado en su cuenta X y en sus prolongadas intervenciones televisivas. De esta forma no solo impartiría una lección histórica a quienes en nombre de la “gente de bien” han degradado el derecho hasta convertirlo en una coartada para la defensa de sus privilegios y gobernar así impunemente, sino que recobraría el auténtico sentido de la ley expresado por Lacordaire cuando escribió: “En la relación entre el fuerte y el débil, la libertad oprime y la ley libera”. Lo que significa en el terreno de la política que la “ley es el poder de los sin poder”, pues ella nos garantizaría a todos el goce efectivo de nuestros derechos, sin los cuales no existe democracia y menos una ciudadanía plena que pueda ejercer esos derechos civiles, políticos y sociales. Es lo que en verdad está sucediendo cuando una oposición cerril se ausenta del Congreso y bloquea la expedición de leyes imprescindibles para el funcionamiento del Estado como el debate y la aprobación de la ley del presupuesto nacional. Si gobierno y oposición no están a la altura de esta encrucijada histórica, que se debate entre la ingobernabilidad y la ilegitimidad, entonces nos sucederá lo anunciado por nuestro nobel de literatura: “Conscientes de que ningún gobierno será capaz de complacer esta ansiedad, hemos terminado por ser incrédulos, abstencionistas e ingobernables, y de un individualismo solitario por el que cada uno de nosotros piensa que solo depende de sí mismo. Razones de sobra para seguir preguntándonos quiénes somos, y cuál es la cara con que queremos ser reconocidos en el tercer milenio”. Por la deuda que tenemos con nuestros hijos y las futuras generaciones, ya va siendo hora de que reconozcamos “que las condiciones están dadas como nunca para el cambio social, y que la educación será su órgano maestro. Una educación desde la cuna hasta la tumba, inconforme y reflexiva, que nos inspire un nuevo modo de pensar y nos incite a descubrir quiénes somos en una sociedad que se quiera más a sí misma. Que aproveche al máximo nuestra creatividad inagotable y conciba una ética -y tal vez una estética- para nuestro afán desaforado y legítimo de superación personal. Que integre las ciencias y las artes a la canasta familiar, de acuerdo con los designios de un gran poeta de nuestro tiempo que pidió no seguir amándolas por separado como a dos hermanas enemigas. Que canalice hacia la vida la inmensa energía creadora que durante siglos hemos despilfarrado en la depredación y la violencia, y nos abra al fin la segunda oportunidad sobre la tierra que no tuvo la estirpe desgraciada del coronel Aureliano Buendía. Por el país próspero y justo que soñamos: al alcance de los niños”. Si no lo intentamos y volvemos a caer bajo el embrujo de la demagogia de los mismos de siempre en el 2026, continuaremos sin descifrar la Esfinge de la política nacional, malviviendo y muriendo extraviados en este laberinto interminable de violencias y mentiras. Para salir de él, precisamos el hilo de Ariadna[vi] de una ciudadanía crítica que repudie aquellos líderes que suelen invocar una supuesta violencia buena y legítima en nombre de la seguridad, la confianza inversionista y hasta la democracia, solo para la defensa de este Statu Quo profundamente injusto y excluyente. Pero también una ciudadanía que no caiga en las ilusiones irrealizables de quienes prometen una justicia social proporcionada exclusivamente por la generosidad del Estado y sus gobernantes de turno, pues la mayoría de políticos que viven de la política y no para el bien público, más allá de si son de centro, derecha o izquierda, suelen convertir el Estado en su botín privado, como lamentablemente ha sucedido en este “gobierno del cambio”.

 

 

 

 

 

 

 

 



[ii]Echandía se atrevió a calificar como “golpe de opinión” el golpe de Estado del general Gustavo Rojas Pinilla en 1953, participando de la coalición de liberales y conservadores ospinistas que le apoyaron”, https://es.wikipedia.org/wiki/Dar%C3%ADo_Echand%C3%ADa

 

lunes, septiembre 09, 2024

DESCIFRANDO LA ESFINGE POLÍTICA NACIONAL (V)

 

DESCIFRANDO LA ESFINGE DE LA POLÍTICA NACIONAL (V)

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Hernando Llano Ángel

Las similitudes en la vida política de Álvaro Uribe Vélez[i] y Gustavo Petro Urrego[ii] son también sus mayores divergencias, por eso sus vidas son paralelas y hasta paradójicas. Sus parábolas vitales lo revelan. Petro pasa de la clandestinidad del M-19 a la cárcel por porte ilegal de armas, luego es indultado e inicia una carrera política legal y democrática fulgurante que lo lleva a la presidencia de la República. Mientras Uribe inicia muy joven una carrera administrativa y política exitosa que culmina con dos períodos presidenciales y termina vinculado a una investigación judicial que hoy lo margina legalmente de la política institucional, pues renunció a su curul de senador para evadir la investigación de la Corte Suprema de Justicia y afrontarla como un ciudadano corriente ante la jurisdicción penal ordinaria[iii]. Además, ambos tienen en común ser los líderes carismáticos más polémicos de la política nacional. Despiertan amores y odios viscerales entre sus seguidores por motivos diferentes. El primero, por ser el más radical defensor del statu quo y el segundo, su más crítico antagonista. De allí que ambos se consideren a sí mismos líderes providenciales, casi mesiánicos y estén convencidos que sin ellos Colombia no tiene salvación, motivo por el cual se creen imprescindibles y despiertan una lealtad absoluta, casi religiosa, entre sus seguidores. Para los uribistas fanáticos, Petro es un guerrillero que debe ser desalojado de la Presidencia por ser corrupto e inepto. Y para los petristas radicales, Álvaro Uribe es un “paraco” que debe estar en la cárcel.  Sin Álvaro Uribe Vélez, llamado el “presidente eterno” por algunos de sus más entusiastas seguidores y consentidos pupilos, como el expresidente Iván Duque, Colombia habría caído en manos de terroristas y hoy estaríamos en una hecatombe peor que Venezuela. Por su parte, los seguidores de Petro estiman que sin sus valerosas denuncias como senador de la República contra el narco-paramilitarismo y el carrusel de la contratación durante la alcaldía de Bogotá del fallecido Samuel Moreno, Colombia sería hoy un narcoestado o un Estado fallido parecido a Haití. Por semejantes valoraciones tan antagónicas y extremas de ambos líderes, exacerbadas por medios de comunicación sectarios y superficiales, periodistas aduladores y caricaturistas demoledores, es que la política nacional toma la forma de la Esfinge[iv]. Según la mitología, los egipcios la representaban con rostro humano y cuerpo de león, pero en la mitología griega aparece como “un monstruo con cuerpo de león, cabeza de mujer y alas de águila”, que “fue enviada por los dioses para castigar a la ciudad de Tebas, la cual estaba sufriendo una terrible plaga. Para detener la plaga, la Esfinge exigía a los habitantes de la ciudad que le resolvieran un enigma. Aquellos que no lograban resolver el enigma eran devorados por la monstruosa criatura”[v]. Pero más allá de las múltiples interpretaciones sobre su significado y origen, la etimología griega parece arrojar más luces, pues significa “apretar” debido a las dificultades que la Esfinge ponía a los viajeros de Tebas para descifrar sus enigmas, siendo Edipo el único que lo logra y después la mata, liberando así a los habitantes de Tebas del cautiverio. Con algo de imaginación, podríamos pensar que tanto Uribe como Petro pretenden descifrar el enigma de nuestra violencia crónica, que en efecto es más monstruosa y críptica que la propia Esfinge, y aspiran a resolverlo para siempre, como hizo Edipo al matar la Esfinge.

Uribe y Petro, protagonistas de la Esfinge Política Nacional

Para Uribe, la clave está en la seguridad y su metáfora avícola de los tres huevitos: “confianza inversionista, cohesión social y seguridad”, mientras que para Petro está en la Paz Total, como resultado de alcanzar la justicia social, la paz ecológica con la naturaleza y la paz política poniendo fin a la guerra. Sin embargo, sus respectivas ejecutorias al frente del poder presidencial en lugar de desatar y descifrar a la Esfinge han terminado por darle más alas y ferocidad al león y debilitado el rostro humano de la acción del Estado. De poco sirvió durante los 8 años de Uribe tener más confianza inversionista a costa de menor cohesión social, como resultado de sus políticas laborales que afectaron especialmente a los trabajadores mediante el recorte de sus horas extras, su remuneración en los días festivos y la pérdida de la mesada pensional de junio. Tampoco su seguridad, que no mató a la culebra de “las Far” y culminó en miles de ejecuciones extrajudiciales, eufemísticamente conocidos como “Falsos positivos”, consecuencia de su incapacidad para reconocer la existencia del conflicto armado interno y cumplir cabalmente el Derecho Internacional Humanitario. Desconocimiento que terminó propiciando y provocando lo que había advertido y proscrito en el punto 33 de su Manifiesto Democrático: “Cualquier acto de violencia por razones políticas o ideológica es terrorismo. También es terrorismo la defensa violenta del orden estatal”[vi].

Petro tampoco logra descifrar la Esfinge

Y, en cuanto a las ejecutorias del presidente Petro, los resultados hasta la fecha cada vez parecen estar más lejos de la PAZ TOTAL y de algunos de sus compromisos anunciados en el discurso de posesión presidencial, especialmente los puntos 1 y 6 de su Decálogo de Gobierno[vii] 1- Trabajaré para conseguir la paz verdadera y definitiva. Como nadie, como nunca. Vamos a cumplir el Acuerdo de Paz y a seguir las recomendaciones del informe de la Comisión de la Verdad. El «Gobierno de la Vida» es el «Gobierno de la Paz». Y 6: Defenderé a los colombianos y colombianas de las violencias y trabajaré para que las familias se sientan seguras y tranquilas Las vidas salvadas serán nuestro principal indicador de éxito. La seguridad se mide en vidas, no en muertos. Cuando la seguridad se mide en muertos, llevan al Estado al crimen y este Estado no está para el crimen atroz. Este Estado está para ser una Estado social de derechos”. Ni hablar del incumplimiento del punto 7: Lucharé contra la corrupción con mano firme y sin miramientos. Un Gobierno de «cero tolerancia». Vamos a recuperar lo que se robaron, vigilar para que no se vuelva a hacer y transformar el sistema para desincentivar este tipo de prácticas. Ni familia, ni amigos, ni compañeros, ni colaboradores… nadie queda excluido del peso de la Ley, del compromiso contra la corrupción y de mi determinación para luchar contra ella”. Por cierto, esta actitud de Petro no deja de contrastar con el paternalismo y la protección del entonces presidente Álvaro Uribe de sus hijos, Tomás y Jerónimo, por el escándalo de la Zona Franca de Mosquera, denunciado por el periodista Daniel Coronell[viii], aunque luego el Consejo de Estado considerará que todo fue legal. Mucho mayor es el contraste con la desfachatez del presidente Uribe en el congreso de la Federación Nacional de Cafeteros, cuando solicitó a los congresistas de su bancada de gobierno que “votaran sus reformas antes de ir a la cárcel[ix]. También es cierto que Petro ha promovido, en medio de una oposición feroz, puntos como el 2 de su Decálogo, con la aprobación de la nueva ley pensional: Cuidaré de nuestros abuelos y abuelas, de nuestros niños y niñas, de las personas con discapacidad, de las personas a las que la historia o la sociedad ha marginado. Haremos una «política de cuidados» para que NADIE se quede atrás. Somos una sociedad solidaria, que se preocupa y ocupa del prójimo. Teniendo en cuenta todo lo anterior, queda claro que ninguno de los dos ha sido coherente con sus proyectos políticos y menos ha estado a la altura de los desafíos y enigmas que nos plantea a todos los colombianos la Esfinge, en parte porque somos tan indescifrables como ella y tenemos alas para eludir nuestras responsabilidades, burlar las normas e incumplir el compromiso más vital: “La paz es un derecho y un deber de obligatoriamente cumplimiento”, pues parece que la mayoría continúa esperando a Edipo para que lo haga. Y eso solo ocurre en la mitología griega con consecuencias por lo general trágicas.