sábado, septiembre 28, 2024

DEL GOLPE BLANDO AL GOLPE DE OPINIÓN ELECTORAL EN 2026

 

 

DEL GOLPE BLANDO AL GOLPE DE OPINION ELECTORAL EN 2026

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La realidad está definida con palabras. Por lo tanto, el que controla las palabras controla la realidad”. Antonio Gramsci.

Hernando Llano Ángel.

Quizá ninguna controversia como la del golpe blando refleje nuestra realidad política de una manera más patética, turbia y hasta tragicómica. Ambas versiones, la del presidente y la oposición nos presentan narrativas --como las llaman ahora-- completamente incompatibles y resulta casi imposible discernir cuál es la realidad y mucho menos quién dice la verdad, como sucede con Pegasus[i]. Pero más allá de esa interminable y oscura disputa, es evidente que lo que todos los grandes medios de comunicación promueven, por demás en forma interesada e intensa, es producir un golpe tan contundente en la opinión de la mayoría de colombianos que le resulte casi imposible al presidente Petro continuar gobernando. Desde esta perspectiva, hay que reconocer que los artífices de dicho golpe blando de opinión lo que buscan es una revancha, pues perdieron la partida incluso antes de la elección de Petro en el 2022. En ese entonces promovieron por todos los medios, con máxima difusión y alarma, la llamada “cláusula Petro”[ii]. Según dicha cláusula, si Petro ganaba la presidencia de la República habría un bloqueo inmediato a nuevas inversiones, no se renovarían contratos y entraríamos en una recesión económica irreversible que nos llevaría a la hecatombe nacional. Esa era la profecía autocumplida[iii] que entonces promovían los que hoy están empeñados en el golpe blando. Un golpe que denuncia y teme el presidente Petro, pues sabe bien que es muy difícil gobernar contra la opinión de mayorías desinformadas, sectarias y llenas de odio. Por eso, al comienzo de su gobierno, nombró en su gabinete figuras prominentes y competentes del establecimiento: el ministro de Hacienda, José Fernando Ocampo; Educación, Alejandro Gaviria y Agricultura, Cecilia López, que disiparon esa catastrófica profecía que auguraba la inevitable venezonalización de Colombia. Pero al salir del gabinete los anteriores, especialmente Alejandro Gaviria, envalentó de nuevo a los opositores de extrema derecha para propalar escenarios apocalípticos, como lo hicieron en el 2016 para ganar el plebiscito contra el Acuerdo de Paz, sembrando miedo y mentiras[iv]. Solo que ahora repiten el libreto apelando a la defensa del Estado de derecho, la Seguridad jurídica y la Democracia. Esas flamantes instituciones cuya estabilidad arrojó un saldo de 202.293 víctimas mortales entre 1995 y 2004. Víctimas que en vida no conocieron el Estado de Derecho, la Seguridad Jurídica y la Democracia, bajo los gobiernos de Ernesto Samper, Andrés Pastrana y los dos primeros años de Uribe. Entre 1998 y 2002, durante el fallido proceso de paz de Pastrana y su “exitoso” Plan Colombia, ocurrió el mayor número de masacres, 1.620, la mayoría de las cuales fueron cometidas por las AUC. “Entre 1985 y 2013 se registraron más de 537.503 familias que fueron despojadas de sus tierras o las tuvieron que abandonar a la fuerza (Encuesta Nacional de Víctimas de la Contraloría de 2013). Según la misma fuente, entre 1995 y 2004 fueron despojadas o abandonadas más de ocho millones de hectáreas de tierra”[v]. Para todas estas víctimas no existió la seguridad jurídica que hoy reclama con tanto énfasis la oposición, mucho menos la democracia y el Estado de derecho. Sus propiedades y vidas sufrieron el letal golpe de la ausencia de Estado y de gobernantes empeñados en no caerse, como Samper;    proyectar imagen de estadista, Pastrana, o cuidar los tres huevitos de la “inversión, la cohesión social y la seguridad” del “presidente eterno” Álvaro Uribe Vélez con su carisma de salvador. Un carisma mediático que solo fue desafiado con relativo éxito por Gustavo Petro en el Congreso de la República y en algunos limitados sectores de la opinión ciudadana. Por eso en las elecciones presidenciales de 2018, Petro obtuvo más de 8 millones de votos frente al hijo político putativo de Uribe, Iván Duque, quien le ganó por más de 2 millones de votos, gracias a contar con todo el apoyo del establecimiento y la llamada “gente de bien”. Gente que todavía no alcanza a comprender que la paz política precisa acuerdos generosos y jamás se logrará a punta de sangre y fuego, odios viscerales y una justicia cuyo rostro es la venganza y no el reconocimiento de responsabilidades de los victimarios, es decir, una justicia más restaurativa y no solo punitiva, impuesta por los ganadores. Quizá así algún día alcancemos una reconciliación política sustentada en la verdad y la restauración de la dignidad de todas las víctimas, previa conversión auténtica de sus victimarios, empezando por los institucionales y cierta “gente de bien”, que aún cree que su violencia es legítima, necesaria y buena, a pesar del dolor causado durante sus cruzadas en defensa de las inversiones, la cohesión social y la seguridad jurídica. ¿Cuándo reconocerá el “presidente eterno” su responsabilidad política en los falsos positivos, pues ellos fueron consecuencias de su “Seguridad democrática”? Debería seguir el ejemplo de su entonces ministro de defensa, Juan Manuel Santos, que sí lo hizo ante la Comisión de la Verdad[vi] y solicitó el perdón de las víctimas por las atrocidades de miles de ejecuciones extrajudiciales. Pero seguramente al expresidente Uribe su impoluta conciencia de “gobernante de bien” se lo impide, pues cree que todo lo hecho por su idea de “Patria” es justificable –sin importar la magnitud de los delitos y crímenes cometidos por más de 20 de sus altos funcionarios[vii]-- condenados por servir a la Patria obedeciendo sus dictados. Es más, debería haber seguido a su paisano, Belisario Betancur, que se retiró de la vida política activa, después de haber solicitado a las víctimas perdón por sus nefastas decisiones en el letal desenlace del Palacio de Justicia. Pero su obcecación megalómana se lo impedía, por eso Uribe es el único expresidente ad portas de ser juzgado por fraude procesal y manipulación de testigos[viii].

Del Golpe blando al golpe electoral en 2026

Por eso el golpe blando no es más que una estrategia política para hacer colapsar la gobernabilidad del Pacto Histórico y volver la oposición a la Casa de Nariño en el 2026 para continuar “construyendo sobre lo construido”, es decir, sobre lo despojado, derruido y esquilmado a millones de familias colombianas. Así podrán seguir promoviendo sus intereses más queridos y asegurar incentivos similares a Agro Ingreso Seguro[ix] para afianzar sus privilegios inmemoriales e inmodificables: la concentración de la tierra, el crédito bancario y la favorabilidad estatal, pues la “gente de bien” si sabe trabajar y es incorruptible. No es gente vaga y menos ignorante. Lo esencial, pues, es hacer colapsar la gobernabilidad de Petro y bloquear en el Congreso el trámite de aquellas reformas con mayor potencialidad para afectar el statu quo. Lo urgente es impedir que ese particular “modo democrático” de vivir de la “gente de bien” no se ponga más en riesgo, ya que lo han construido durante generaciones, combinando con destreza la ley para garantizar la siniestra impunidad de sus negociados y genocidios del Estado cacocrático[x]. Un Estado a su imagen y semejanza, al servicio de intereses minoritarios, todo lo contrario del Estado Social de derecho que debe hacer “prevalecer el interés general, el respeto a la dignidad humana, el trabajo y la solidaridad de las personas”. Al menos, así lo ordena nominalmente el artículo 1 de nuestra querida Constitución. Una Constitución no actuada política y socialmente, solo vigente en la invocación de académicos y magistrados, pero especialmente en los justos anhelos de la mayoría de colombianos que reclaman sus derechos a través de millones de acciones de tutela. En el 2023 se presentaron diariamente cerca de 1.145 acciones de tutela[xi] frente a este sistema de salud, que la oposición persiste en defender como un ejemplo de competencia y calidad en la prestación de servicios. Por eso es casi imposible un Acuerdo Nacional, pues mientras no se reconozca la realidad y la oposición siga viviendo en su inmejorable “modo democrático”, ninguna reforma será necesaria. No tiene sentido concertar algún cambio, pues le daría aire a un gobierno que está contra las cuerdas. No es necesario tumbarlo a la lona, noquearlo, basta con desgastarlo y provocarlo para que responda como loco, lanzando golpes al vacío, a diestra y siniestra desde su cuenta X. La forma más eficiente de hacerlo es bloqueando todas sus reformas e iniciativas. Desde el trámite y la aprobación del presupuesto nacional y su proyecto de financiamiento de aproximadamente 12 billones de pesos faltantes, para frustrar sus políticas sociales reformistas. Luego seguirán los bloqueos a las reformas en trámite: salud, laboral y política, pues mientras peor sea su gestión más fácil será para los opositores ganar la próxima elección presidencial. Lo que parece estar en marcha no es un golpe blando, sino un golpe largo, desgastador y contundente que culminará en las elecciones del 2026.

El combate se definirá por puntos en el 2026

A no ser que el púgil presidencial impacte fuertes ganchos de izquierda contra el establecimiento, empiece a sumar adeptos en la arena popular y termine ganando el combate por puntos en este último round. Escenario improbable, pues tiene casi todos los grandes medios de comunicación empresariales en su contra, convertidos en cajas de resonancia de una oposición demoledora. Una oposición experta en manipular prejuicios y odios en las redes sociales, sin descontar muchos legisladores y algunos jueces que todavía desconocen el sentido profundo de la ley: “En la relación entre el fuerte y el débil, la libertad oprime y la ley libera”, según Lacordaire. Por si fuera poco, Petro enfrenta ahora a francotiradores de extrema izquierda que disparan con sevicia contra la Paz Total y la dejan herida de muerte. En verdad, el presidente la tiene muy difícil, sobre todo porque en el interior del “gobierno del cambio” hay funcionarios corruptos e incompetentes, en cumplimiento de cuotas clientelistas adquiridas durante su campaña presidencial, como lo demuestra el investigador Alejandro Reyes Posada en su columna “El endoso de la reforma rural para pagar gastos de campaña”[xii]. Por eso son tan demoledores los duros golpes propiciados por Armando Benedetti, Olmedo López y Sneider Pinilla, mucho más contundentes que los de la oposición. Todos ellos han mancillado la bandera mas preciada y que más distancia a la izquierda de la derecha: la prevalencia de la ética pública y los intereses generales sobre la ética del becerro de oro y los intereses particulares. Así ha quedado demostrado con la descabellada exoneración en blanco de la exministra de las TIC Karen Abudinen, proferida por la procuraduría de Margarita Cabello Blanco, porque “las decisiones tomadas durante su gestión, aunque relacionadas con el proceso de licitación, no constituyeron una violación a las normas de contratación pública que pudieran generar responsabilidades disciplinarias para la exministra”. Con justa razón editorializa EL ESPECTADOR[xiii] ¿Dónde quedaron los 70.000 millones de nuestros impuestos? Cuenta apenas con año y medio el Gobierno del Cambio para demostrar que ética, política y socialmente, gracias a su capacidad de gestión pública, es superior a todos los gobiernos anteriores y en particular a una derecha tan repentinamente demócrata como históricamente corrupta y violenta. Será, pues, un último round electoral del que dependerá la suerte de muchas generaciones. Solo entonces sabremos si hubo un golpe blando contra Petro o contra el establecimiento. Ello dependerá de la ciudadanía y su expresión en las urnas. ¿Despertaremos en el 2026 o continuaremos sumidos en esta interminable pesadilla en nombre de la “democracia, el Estado de derecho y la estabilidad institucional” propias de un régimen político electofáctico[xiv]? Si no lo hacemos, seguro que otros gritos y estallidos sociales, más profundos y desgarradores que los de 2019 y 2021 nos despertarán. Pero el precio en vidas humanas y destrucción social será un golpe demasiado duro que todos lamentaremos, desde la primera hasta la última línea, donde mucha gente de bien se siente segura e intocable.



lunes, septiembre 23, 2024

LA ESFINGE ELECTOFÁCTICA NACIONAL (VII)

 

 

LA ESFINGE ELECTOFÁCTICA NACIONAL (VII)

 

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Hernando Llano Ángel.

 

Esta séptima y última entrega sobre la Esfinge política nacional revelará sus rasgos más enigmáticos y perversos. Rasgos que se ocultan bajo esa figura mítica que exhibe un bello rostro de mujer, un temible cuerpo de león y unas enormes alas, que despliega con frecuencia para ser inalcanzable e inexpugnable. Empecemos por develar su rostro, la democracia, y ese poder seductor casi irresistible que exhibe desde 1957 en periódicos carnavales ininterrumpidos llamados elecciones. Aunque esas elecciones la mayoría de las veces cautiven a menos de la mitad de sus potenciales electores[i]. Probablemente porque ellas tienen poca credibilidad, pues no cumplen los requisitos esenciales que son propios de unas verdaderas elecciones democráticas. Para empezar, las elecciones democráticas se desarrollan en un contexto verificable de libertad para todos los ciudadanos. Segundo, los ciudadanos deben contar con pluralidad de partidos y alternativas para elegir y, tercero, la legalidad de las mismas debe ser tal que no sean impugnadas por ninguno de los jugadores del juego democrático, al igual que sus resultados reconocidos por todos los participantes, empezando por los elegidos y la mayoría de los electores. Pues bien, en la Esfinge de la política colombiana, esos requisitos no se han cumplido. Ni en el pasado remoto del Frente Nacional, tampoco en el reciente desde la Constitución del 91 y ahora están siendo objeto de una rigurosa impugnación por parte de la oposición. La fórmula del Frente Nacional restringió la libertad de todos los colombianos, durante 16 años, a solo dos partidos históricos, el liberal y el conservador, los mismos que los desangraron durante la Violencia. Los colombianos no tuvieron otra opción. Y cuando la ANAPO con el general Gustavo Rojas Pinilla ganó las elecciones en 1970, su triunfo fue burlado por el presidente Carlos Lleras Restrepo[ii]. En esta materia, se podría decir que Lleras Restrepo superó con maestría al burdo y autocrático Maduro, pues logró aplacar rápidamente los reclamos de la ANAPO, aunque a la larga engendró en 1974 al M-19[iii]. Como revancha histórica de ese fraude, hoy se encuentra en la presidencia de la República uno de sus hijos legítimos, Gustavo Petro Urrego. Su consigna fundacional “Con el pueblo con las armas al poder” se transformó en “Con el pueblo en las urnas a la Presidencia”, pues Petro sabe muy bien que el Poder no reside en la Casa de Nariño. Él mismo lo reconoce en su reciente discurso en la Universidad Nacional[iv], al punto que se siente amenazado de muerte y temeroso de que una oposición furiosa y cerril le impida culminar su mandato, por eso apela a la fuerza del poder popular.

 

El poder críptico de la Esfinge Política Nacional

 

Sin duda, el poder es el mayor secreto y encanto que oculta celosamente la seductora Esfinge democrática. El primer artilugio que utiliza para ello es hacernos creer que el poder se agota en las elecciones y que se encuentra concentrado en una supuesta todopoderosa Presidencia, además de estar disperso en diversas instituciones estatales, bajo la ficción constitucional de la separación de las ramas del poder público. Pero en la realidad el poder decisorio de la Esfinge está en su cuerpo de león, con su fiereza y crueldad, agazapado históricamente bajo un par de enormes alas, que ocultan su violencia y dominación. Su ala izquierda son las elecciones, que agita con entusiasmo desde 1957, haciéndonos creer que allí se encuentra la savia de la democracia, cuando más bien lo que se oculta es su cicuta, ese veneno mortal que bebió Sócrates. Ese secreto lo conocen bien Maduro, Ortega, Trump, Putin, Netanyahu y todos los demás autócratas cuando ganan sus elecciones espurias, pero también cuando desconocen resultados que les son adversos. La otra ala, la derecha, es mucho más vistosa y poderosa, con múltiples normas, artículos e incisos deslumbrantes, que se despliega supuestamente para proteger la vida y dignidad de todos, pero en la realidad suele cubrir a unos pocos, que gracias a ella vuelan muy alto y son inalcanzables. Es el ala del “Estado de Derecho y la Ley”, que poco tiene que ver entre nosotros con la justicia y sí mucho con la impunidad, de allí la expresión popular de “la justicia es para los de ruana”.  De nuevo, es inevitable citar otra vez a nuestro mejor fabulador y descifrador nacional, García Márquez: “En cada uno de nosotros cohabitan, de la manera más arbitraria, la justicia y la impunidad; somos fanáticos del legalismo, pero llevamos bien despierto en el alma un leguleyo de mano maestra para burlar las leyes sin violarlas, o para violarlas sin castigo”[v]. Nuestra Esfinge política nacional despliega impunemente ambas alas --las “elecciones y el Estado de derecho”— con tal maestría que incluso muchos de sus estudiosos internacionales y críticos nacionales afirman que gracias a ella tenemos una democracia sui generis con una “estabilidad institucional” inexpugnable y admirable, pues ha logrado articular por más de medio siglo “orden y violencia” sin las rupturas institucionales de las dictaduras del Cono Sur. Una visión eufemística y contemporizadora con una realidad que históricamente nos ha demostrado que tal “estabilidad institucional” no existe y que esa llamada democracia sui generis ha permitido cortar, en lugar de contar, cientos de miles de cabezas, muchas más que todas las dictaduras del Cono Sur. Las cifras del Informe Final de la Comisión de la Verdad[vi] no se pueden ocultar bajo esas dos alas letales de las “elecciones” y la “estabilidad institucional del Estado de derecho”, pues ellas confrontan y refutan nuestra buena conciencia y civilidad: “450.664 personas perdieron la vida a causa del conflicto armado entre 1985 y 2018 y si se tiene en cuenta el subregistro, la estimación del universo de homicidios puede llegar a 800.000 víctimas”. Por si lo anterior fuera poco, “121.768 personas fueron desaparecidas forzadamente en el marco del conflicto armado, en el periodo entre 1985 y 2016. Si se tiene en cuenta el subregistro, la estimación del universo de desaparición forzada puede llegar a 210.000 víctimas”. ¿Cómo se puede llamar “democracia sui-generis” a un régimen que es incapaz de garantizar la vida y los derechos fundamentales a su población? Es más, a un régimen cuyos presidentes en nombre de la “seguridad democrática” “la paz con legalidad” y hasta la “paz total”, incumplen el mandato del artículo 22 de la Constitución Política: “La paz es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento”? ¡Dónde supuestos comandantes revolucionarios hacen del asesinato de civiles, el secuestro, la extorsión y el confinamiento de campesinos e indígenas sus principales argumentos en nombre de la paz, la libertad y la justicia del pueblo colombiano! Dichos crímenes son la quintaesencia de los reaccionarios, las bandas paramilitares y los gobernantes totalitarios. Esa es la “encrucijada de destinos”, de la que nos habla García Márquez, que ha “forjado esta patria densa e indescifrable donde lo inverosímil es la única medida de la realidad”.

¿De qué estabilidad institucional y democracia sui generis nos hablan?

 No se puede proclamar “estabilidad institucional” y mucho menos “democracia sui generis”  a este régimen y sociedad que asiste al asesinato en línea de tres de sus candidatos presidenciales en menos de nueve meses: Luis Carlos Galán, 18 de agosto de 1989, Bernardo Jaramillo Ossa, 22 de marzo de 1990 y Carlos Pizarro Leongómez, 26 de abril de 1990. Magnicidios cometidos por los capos del narcotráfico con la complicidad de prominentes políticos, Alberto Santofimio y jefes de seguridad de agencias estatales, Miguel Maza Márquez. Magnicidios que desembocaron en la Asamblea Nacional Constituyente gracias a la alquimia de la séptima papeleta, que encauzó el narcoterrorismo de Pablo Escobar en las urnas. Pero una alquimia incapaz de contener el poder político del crimen, pues tanto César Gaviria con su política de “sometimiento a la justicia”[vii], como los delegatorios al aprobar el artículo 35, prohibiendo la extradición de colombianos por nacimiento, se vieron forzados a ceder ante las exigencias de Pablo Escobar y lograr así una tregua parcial de su devastadora carnicería contra civiles inermes. Sin duda, ese proceso constituyente, catalizado por la criminalidad de Pablo Escobar, es la mayor ruptura de la ponderada estabilidad institucional y su correlato de “orden y violencia”, pues desde entonces vivimos bajo la Esfinge Electofáctica, que fusiona herméticamente  las urnas con las tumbas, en lugar de la imaginaria “democracia electoral” y del proclamado nominalmente Estado Social de Derecho del artículo 1 de la Carta del 91. No por casualidad desde entonces los presidentes de la República han llegado a la Casa de Nariño por el influjo determinante de los poderes de facto, unas veces legales, Odebrecht y Bancos, y otras ilegales, narcotráfico, paramilitares y guerrilla. César Gaviria fue el primero, con la proclamación escatológica de Juan Manuel Galán desde el Cementerio Central, como heredero de su padre, supuestamente para que cumpliera su legado político, pero terminó haciendo exactamente lo contrario. Sometió la justicia a las exigencias de Pablo Escobar y luego contemporizó con el grupo criminal de los PEPES[viii] y su alianza inverosímil con los Rodríguez y la DEA, para cazarlo y darlo de bajo. Su legado presidencial fue desastroso: creo las Convivir y bombardeó el 9 de diciembre de 1990 a las FARC en Casa Verde y eliminó así lo que pudiera haber sido su transición a la Asamblea Nacional Constituyente similar a la del M-19, EPL, PRT y la guerrilla indígena del Quintín Lame. Abortó desde el principio el Estado Social de Derecho con su apertura económica y neoliberalismo desembozado y hasta nos dejó en penumbras por varios meses al decretar el racionamiento eléctrico. Las elecciones de los demás presidentes es historia conocida, pero bien edulcorada y ocultada por la magia de su triunfo en las urnas: Samper con el proceso 8.000; Pastrana con las FARC-EP y su intercambio de votos por la zona de distensión en el Caguán; Uribe con el apoyo territorial de las AUC, el narco-paramilitarismo y la Yidis Política; Santos de la mano de Uribe y sus poderes fácticos y en su segunda administración con el respaldo de electores que prefirieron el Acuerdo de Paz a su ruptura que se vislumbraba inminente con el triunfo de Óscar Iván Zuluaga. Hasta llegar hoy con Petro y su capacidad para catapultar en votos la desesperación y rebeldía de miles de jóvenes y electores, expresada radicalmente en el estallido social. Todo lo anterior, mezclado astutamente con el apoyo de poderes de facto en la Costa Caribe y penumbrosos aliados como Armando Benedetti, que hoy lo tienen como un funámbulo en la cuerda floja del poder, moviendo el balancín en busca de equilibrios precarios y vergonzosos como el expresado en su postulación de Gregorio Eljach[ix] a la Procuraduría, quien sin duda conoce al detalle la red de oscuras complicidades tejida entre numerosos congresistas durante sus 12 años como secretario del Senado. Todos los anteriores son los rasgos y los enigmas de la Esfinge política Electofáctica, que los dirigentes del statu quo conocen al dedillo y por eso tienen un estribillo que repiten sin cesar: “hay que construir sobre lo construido”, para continuar volando bien alto y ser inalcanzables gracias a las alas de las elecciones, su “Estado de derecho” y su sagrada seguridad jurídica. Por eso la campaña presidencial del 2026 comenzó desde el 2022. ¿No será hora de cambiar de estribillo y decir “Hay que construir sobre lo derruido y expoliado”? y ponernos a levantar una Casa Democrática en la que todos participemos y diseñemos sus aposentos y solares sin violencia, exclusiones y privilegios, para dejar de ser “federación de rencores” y “archipiélago de egoísmos”, como lo expresó Belisario en su discurso de posesión presidencial.  




lunes, septiembre 16, 2024

TRUMP, MITOMANO DEPRAVADO Y MEGALOMANO DEPREDADOR

 

TRUMP, MITOMANO DEPRAVADO Y MEGALOMANO DEPREDADOR

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Hernando Llano Ángel

El miedo nunca es inocente. Por eso Trump lo esgrime constantemente y se presenta como el salvador del pueblo norteamericano frente a supuestas hordas de inmigrantes salvajes, que incluso comen gatos[i], como lo afirmó mendazmente en su debate con la candidata demócrata, Kamala Harris. Un miedo completamente infundado, pues Estados Unidos es un crisol de inmigrantes venidos de Europa y de todos los rincones del mundo a quienes debe, en gran parte, su grandeza por sus virtudes creadoras y su trabajo incansable, pero también su mayor desgracia por contribuir con el delirio de grandeza del “sueño americano” y su mitomanía de gendarme planetario de la libertad y la democracia. Trump, precisamente, encarna esa mitomanía depravada y esa megalomanía depredadora, expresada en guerras de ocupación y genocidios en nombre de la “democracia y la libertad” durante la larga noche de la guerra fría, que hoy añoran todos sus seguidores y quisieran prolongar indefinidamente.  En efecto, sus dos principales consignas políticas: “America First” and “Make America Great Again”[ii], son una patética invocación del colapso de ese “glorioso” pasado imperial, en ocaso irreversible desde su derrota en Vietnam. Pero ellas también expresan el más nefasto legado político del siglo XX: el nacionalismo imperial agresivo y la xenofobia asesina de la supremacía racista, enseñas criminales del nacionalsocialismo de Hitler y su delirante Tercer Reich. No es mera coincidencia que en el himno nacional alemán[iii] se encuentre en su primera estrofa, “Deutschland über alles” (Alemania por encima de todo), entonada con euforia por los nacionalsocialistas y que Hitler proclamará la raza aria como superior, destinada a dominar el mundo durante el Tercer Reich[iv]. Trump, descendiente de inmigrantes alemanes, es el eco de las anteriores delirantes metas nacionalsocialistas, pero ahora en clave carnavalesca y Hollywoodense, con sus dos consignas nacionalistas y racistas. Con ellas pretende llegar por segunda vez a la presidencia, desde la cual emprendería una sistemática persecución contra inmigrantes para perpetuar la grandeza de ese imperio decadente y degradante, “bañado en sangre”, como bien lo describe en forma lúcida e implacable Paul Auster en su ensayo “Un país bañado en sangre”[v], publicado el año pasado. Allí encontramos, ilustrada con desoladoras fotografías de Spencer Ostrander los lugares desiertos de vida donde fueron masacrados miles de civiles indefensos, la faceta más devastadora y criminal de las ínfulas de muchos supremacistas blancos norteamericanos y su adicción mortal a las armas de fuego. Por ello, es imprescindible citar sus apartes más significativos, como el siguiente, referido a la polémica entre los partidarios de la compra y porte de armas de fuego y sus opositores:

“El punto muerto es amargo y feroz en su animosidad mutua, tanto que en los últimos años ambos bandos se han alejado mucho de lo que parece una simple oposición a la postura del otro: cada uno habla en un lenguaje diferente. Mientras, millón y medio de norteamericanos han perdido la vida a balazos desde 1968: más muertes que la suma total de todas las muertes sufridas en guerra por este país desde que se disparó el primer tiro de la revolución norteamericana” (p. 170).

Pero uno de los pasajes más conmovedores y tétricos, es aquel en el que revela un poema titulado “Vamos a la Iglesia a disparar”, cuyo final dice: “Ojalá tuviéramos tanques y mísiles/ Vamos a disparar mientras dure el tiroteo/ Tan poco tiempo para tanto que matar/ Vamos a disparar a la pequeña y calma brisa que sopla en nuestros corazones hasta dejarla bien muerta”. Y a continuación Paul Auster anota: “En los últimos años, los asesinos de masas también han invadido los lugares de culto y, aparte de una sola excepción, todos esos ataques los han perpetrado lobos solitarios, fanáticos supremacistas blancos que pretendían purificar el país de la contaminación de otros de piel oscura que no eran cristianos, sino sobre todo musulmanes y judíos” (p.127). Una “purificación” perpetrada con armas de asalto cuya fabricación y comercio promueve la poderosa Asociación Nacional del Rifle, NRA[vi] por sus siglas en inglés, que Donald Trump respaldó y defendió con vehemencia durante su mandato presidencial con la siguiente tesis: “una población armada no sería víctima de atentados”, y se refirió explícitamente al ataque ocurrido en el teatro Bataclan, en París, en noviembre de 2015: "Si un empleado (del teatro) o un espectador tuviese un arma, o cualquiera de los presentes en esta audiencia estuviese allí, habría apuntado el arma en la dirección opuesta, y los terroristas habrían huido (...) habría sido otra historia"[vii]. Tesis completamente refutada por las estadísticas de matanzas de civiles, pues: “Los norteamericanos tienen veinticinco veces más posibilidades de recibir un balazo que los ciudadanos de otros países ricos, supuestamente avanzados, y, con menos de la mitad de la población de esas dos decenas de países juntos, el ochenta y dos por ciento de las muertes por arma de fuego, ocurren aquí. (…) ¿Por qué es tan diferente Estados Unidos y qué nos convierte en el país más violento del mundo occidental? Paul Auster responde así en la obra citada: “El miedo se apodera de nosotros y eso es un veneno que corrompe nuestra facultad de pensar, y cuando ya no podemos pensar nuestras decisiones se entregan a las fuerzas de la emoción torpe y ciega. Respuesta que complementó en una entrevista concedida a EL PAÍS de España el 27 de octubre de 2020[viii]: “Todo en la historia de Estados Unidos vuelve siempre al racismo, es el defecto mortal de este país. La esclavitud era legal desde el momento en que empezaron las colonias…Hasta que podamos confrontarlo, nuestro país no se podrá curar. En Alemania hay museos del Holocausto, no hay banderas nazis. En Estados Unidos hay banderas confederadas, y para mí no es diferente a una esvástica. Representa lo mismo. Las banderas confederadas fueron apropiadas posteriormente por el Ku klus klan[ix], máxima expresión de los supremacistas blancos. De allí que Paul Auster agregue: “Por si alguien piensa que estoy exagerando al establecer esa relación, obsérvese que las políticas de Hitler sobre la raza tuvieron su inspiración directa en las leyes segregacionistas norteamericanas y en el movimiento norteamericano a favor de la eugenesia” (p.167). Por todo lo anterior, Auster en la mencionada entrevista, al preguntársele por qué Trump en sus campañas obtenía tanto apoyo de los norteamericanos, respondió: “Porque les hace sentirse bien sobre sí mismos, y los demócratas les hacen sentirse mal sobre sí mismos. Es una manera cruda de verlo, pero es comprensible. Por eso le votan. Igual que Hitler les hizo a algunos alemanes sentirse bien sobre ellos mismos. Es una hostilidad furiosa y resentida hacia una sociedad cambiante. América es un país de inmigrantes, de gente de todos los orígenes, colores de piel, religiones, culturas. Muchos celebramos esa diversidad, pero otros no”.

“La Bella Vs la Bestia”

Por eso es tan significativo históricamente el desafío que encarna Kamala Harris, más allá de la contienda electoral, pues se trata de una mujer de ascendencia negra que confronta los rasgos más grotescos y antidemocráticos de Trump: su racismo xenofóbico, su misoginia y depravado machismo, confirmado con la condena por el delito de abuso sexual de la columnista E Jean Carroll[x]; su codicia depredadora expresada en el estímulo ilimitado de la industria petrolera; su desprecio e irresponsable ignorancia frente a la crisis climática y la promoción del complejo industrial militar para incentivar sus ventas a Israel y respaldar incondicionalmente el genocidio contra la población palestina y la devastación de Gaza y  Cisjordania. En noviembre sabremos si triunfa la bella Kamala Harris o gana la bestia de Donald Trump. Un resultado que no solo definirá la suerte de Estados Unidos como nación multiétnica y democracia en peligro de extinción o renovación, bajo el liderazgo de Kamala Harris, primera mujer negra que llegaría a la presidencia norteamericana con el desafío de superar ese terrible legado histórico de injusticia y violencia racial hasta hoy presente. O, por el contrario, se impondrá nuevamente la supremacía de los prejuicios raciales y los intereses de los mercaderes de la muerte de la Asociación Nacional del Rifle (NRA) y del complejo industrial militar, como sepultureros de esa democracia agónica y de un imperio decadente en manos de un mitómano depravado y un megalómano depredador, que conduciría a Estados Unidos a su declive definitivo en el concierto internacional, como lo hace hoy su mejor amigo Netanyahu con Israel quien ha logrado mancillar el sufrimiento y la admiración que millones de personas sentía por el pueblo judío, víctima del nazismo, ahora convertido en victimario del pueblo palestino.