Colombia
extraviada en su laberinto democrático
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“La democracia comienza en el momento
--que llega después de mucho luchar-- en que los adversarios se convencen que
el intento de suprimir al otro es mucho más oneroso que convivir con él”.
Robert A Dahl[1]
Hernando Llano
Ángel.
Vivimos y morimos
extraviados en una especie de laberinto y espejismo democrático. Sería objeto
de una investigación mitológica, condenada al fracaso, definir el momento
exacto en que entramos y nos perdimos en este laberinto infernal. Incluso, para
algunos privilegiados, que viven muy bien, cómodos y seguros en su interior,
tal laberinto no existe. Seguramente porque la realidad nacional es un
laberinto repleto de espejos deformantes que nos impiden reconocernos y cuenta
con pasajes secretos y puertas giratorias[2] que conducen a muy pocos a
disfrutar las glorias celestiales de la abundancia. Mientras otros, un poco más
numerosos, merodean en los pasillos del poder y se encuentran en medio de un
limbo con aspiraciones de llegar al cielo de la abundancia estatal, aunque
viven siempre al borde de caer en el purgatorio del desempleo y la iliquidez. La mayoría deambula sin rumbo por sus calles y
plazas, huyendo de la pobreza, la exclusión y la inedia, como en el mismo
infierno. Es casi imposible precisar la fecha exacta en que se empezó a
construir tan escabroso laberinto por ser una obra en la que han intervenido
varias generaciones. Además, al extraviarse sus planos originales en una de sus
tantas reformas, las generaciones actuales perdimos la memoria y deambulamos
desorientados en su interior. Chocamos los unos contra los otros y ocurren
frecuentes levantamientos y estampidas para salir y huir rápidamente del opresivo
laberinto. Eclosiones sociales que siempre dejan innumerables víctimas mortales
y desaparecidos sin rastro alguno, como sucedió en el paro nacional del 2021[3]. Por eso cada día el
laberinto es más tenebroso y dado el cúmulo de reformas realizadas, desde
estructurales hasta ornamentales, hoy no sabemos en dónde estamos y mucho menos
para dónde vamos.
El
espejismo Constituyente del 91
La última gran reforma,
precedida de un “bienvenidos al futuro”, se realizó en 1991 y diseñó amplios
aposentos que todavía permanecen cerrados a cal y canto para la mayoría.
Aposentos constitucionales que tienen rimbombantes nombres en los siguientes
artículos: “Estado Social de derecho”[4], “Derecho a la Vida”[5], “Desarrollo de la
personalidad”[6],
“Libertad e Igualdad ante la ley[7]”, “Derechos fundamentales
de los niños[8]”,
“Salud”[9], “Vivienda digna[10]”, “Educación[11]”, “propiedad privada,
solidaria y asociativa”[12] y “Paz[13]”, entre muchos otros, sin
los cuales la democracia no dejara de ser un espejismo. No obstante, hace poco
una Comisión para el esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la no Repetición
entregó un informe final[14] que dice contener las
claves precisas para desentrañar los múltiples recovecos del laberinto y
empezar, entre todos y todas, a salir del mismo y construir una Casa Democrática
donde nadie se sienta extraño, se extravié o termine siendo desplazado,
secuestrado, extorsionado, desaparecido, confinado, torturado o asesinado, como
hoy sucede diariamente en campos y
ciudades.
Los
materiales del laberinto
Entre esas claves se
destacan los materiales con los cuales se ha construido durante más de medio
siglo el actual laberinto electofáctico[15]. Materiales que es
imperioso empezar a desechar: el clasismo, el racismo, el maniqueísmo que nos
divide entre “ciudadanos de bien” enfrentados a muerte contra los del mal, el
machismo misógino y feminicida y el sectarismo político criminal que no cesa de
engendrar victimarios impunes y víctimas irredentas, cuyas identidades se
intercalan generacionalmente. Los primeros, cometiendo crímenes de Estado en
nombre de la democracia y las segundas, perpetrando delitos de lesa humanidad reivindicando
una inmediata y maximalista justicia social. Con tan deleznables materiales se
ha formado una amalgama sangrienta y sólida, casi indestructible, que es la
materia prima de las paredes, los tabiques secretos, los cuarteles y demás
monumentos institucionales del actual intrincado y laberintico espejismo
democrático. Algunos valientes y osados, junto a mujeres indómitas y rebeldes,
han ingresado al laberinto para intentar derruirlo y desmontar esa amalgama de
ignominia. Pero se han extraviado o han sido devorados por un insaciable Minotauro[16] que se alimenta de la codicia
y la explotación, devorando a quienes osan desafiarlo. Hacen parte de una
pléyade de víctimas egregias y de millones de anónimas que fueron arrastradas
por la vorágine de la violencia política y social que se prolonga hasta
nuestros días. En memoria y reconocimiento de todas ellas se consagró el 9 de
abril como el día de las víctimas. El día en que fue asesinado en 1948 Jorge
Eliécer Gaitán, quien sin duda estuvo muy cerca de derrotar al monstruoso
Minotauro y rescatar a Colombia del laberinto de la violencia política y las
exclusiones económicas, sociales y culturales que todavía hacen parte del
régimen que alimenta ese cruel monstruo. Un monstruo astuto que se oculta y
protege en aposentos y pasillos supuestamente democráticos. En Congresos,
ministerios, alcaldías y gobernaciones. En su célebre “Oración por la Paz”[17], pronunciada el 7 de
febrero de 1948, Gaitán nos dejó la clave para salir del laberinto, al dirigirse
al presidente conservador Mariano Ospina Pérez en los siguientes términos: “Señor presidente: No os reclamamos tesis económicas o políticas. Apenas os pedimos
que nuestra patria no siga por caminos que nos avergüenzan ante propios y
extraños. ¡Os pedimos tesis de piedad y
de civilización! Señor presidente: Os pedimos cosa sencilla para la cual
están de más los discursos. Os pedimos que cese la persecución de las
autoridades y así os lo pide esta inmensa muchedumbre. Pedimos pequeña cosa y gran cosa: que las luchas políticas se
desarrollen por cauces de constitucionalidad”. Han transcurrido 76 años
y todavía no escuchamos, ni comprendemos y menos acatamos estas palabras, que
nos habrían evitado millones de víctimas y la degradación moral e
insensibilidad social en que estamos extraviados. “Que las luchas políticas se
desarrollen por cauces de constitucionalidad” es el hilo de Ariadna[18] que nos puede sacar de
este laberinto para empezar a convivir democráticamente en paz.
No
busquemos un Teseo liberador y justiciero
Nunca saldremos de este confuso
y letal laberinto en el que todos estamos extraviados si seguimos esperando un
héroe providencial, como el mítico príncipe Teseo del laberinto de Creta[19], que aparezca y elimine a
nuestro Minotauro y nos rescate del oprobio. Tales figuras mitológicas no
existen en la vida política real. Ella es mucho más intrincada que el laberinto
de Creta y está llena de monstruos más tenebrosos y sanguinarios que el mismo
Minotauro. En la actualidad tenemos ejemplos paradigmáticos en muchos lugares.
Desde el civilizado Norte, la culta Europa, la legendaria Rusia, la
inconmensurable China, la arrasada Tierra Santa, hasta llegar a nuestro Sur
profundo. Son legión los impostores de Teseo en la extrema derecha, en el
centro “democrático” y en la extrema izquierda política. Están plenamente
convencidos que sin ellos no hay salvación política para sus pueblos, incluso
para la humanidad. Por eso, sin ningún cargo de conciencia, cortan las cabezas
de quienes los contradicen o los eliminan de la competencia política si se oponen
a sus designios. No vale la pena nombrarlos, todos los conocemos, aunque tomen
el rostro del Teseo liberador. Cada uno, en el laberinto político que gobierna,
son peores que el mismo Minotauro, pues cometen sus crimines con total
impunidad y el beneplácito de todos sus seguidores.
Mirémonos
al espejo
Más valdría que nos
interrogáramos sobre los riesgos que corremos de ser seducidos por esos falsos
Teseos, con sus discursos salvíficos de supuesta superioridad moral, cuya máxima
expresión es el genocida de Netanyahu, seguido muy cerca por Putin. Que todos
nos miráramos en el espejo de nuestros prejuicios y certezas. Por ejemplo, quienes desde la derecha
enarbolan la bandera del Estado de derecho para cubrir con ella sus intocables
privilegios. Entonan loas por los medios masivos de comunicación a la supuesta
superioridad institucional del laberinto actual y llaman a defender a sangre y
fuego una democracia de “ciudadanos de bien”. Ciudadanos bien indolentes,
cívicos y cínicos, que descalifican como mamertos a quienes no comparten sus
ideas sobre la seguridad, la justicia y la prosperidad. Para esos “ciudadanos
de bien” solo es válida su justicia, seguridad y prosperidad, que algunos denominan
“justicia por mano propia”, aunque ella sea ejecutada por la larga y difusa
mano de las autodefensas, frentes y hasta redes privadas de seguridad, cuando
no por miembros de la Fuerza Pública aupados por un falso patriotismo, como
aconteció con los miles de “falsos positivos[20]. Pero también para quienes desde la izquierda
se extravían en la promoción y defensa de una democracia maximalista, que cava
profundas y pugnaces trincheras al plantearse objetivos inalcanzables en el
breve período de cuatro años en todos los ámbitos de la vida nacional.
Empezando por la vida política con la “Paz Total” y continuando con la Paz Social
y la Ambiental, con su decena de reformas estructurales en trance legislativo:
Salud, Laboral, Pensional, Educativa, Justicia y Penitenciaria, Energética,
Política, Sometimiento a la Justicia y Agraria. Reformas que corren el riesgo
de ser bloqueadas por una oposición más empeñada en deslegitimar y juzgar al
Ejecutivo, que en tramitarlas y votarlas. Con semejante desmesura, este
gobierno no podrá avanzar hacia una salida del laberinto, siguiendo el hilo de
Ariadna de los acuerdos y las reformas sociales más urgentes y vitales, extendiendo
así a todo el territorio nacional la paz política vislumbrada en el 2016 y ya
casi sepultada. Puede sucederle todo lo contrario y abrir una nueva Caja de
Pandora[21]-Constituyente, de la que
incluso desaparezca la esperanza, con consecuencias impredecibles. Convendría
que todos tuviéramos en cuenta, empezando por el gobierno y la oposición, la
sentencia de Robert A Dahl: “La democracia comienza en el momento --que
llega después de mucho luchar-- en que los adversarios se convencen que el
intento de suprimir al otro es mucho más oneroso que convivir con él”. Quizás
así podremos salir algún día de este terrible laberinto con sus pasajes
clandestinos y sus deformantes y mortales espejismos democráticos. Un laberinto
en que vivimos y morimos atrapados desde hace mucho más de medio siglo, siempre
empecinados en eliminar política, física y culturalmente al Otro --considerado
un temible enemigo— hasta convertirnos en millones de minotauros intolerantes,
sectarios e ingobernables.
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