FERNANDO BOTERO EN FINAS PINCELADAS DE CARLOS JIMÉNEZ GÓMEZ
Hernando Llano Ángel.
Solo dos años largos separan la
partida de Carlos Jiménez Gómez[1]
de la de Fernando Botero de este convulso mundo, donde se conocieron en
Medellín siendo muy jóvenes, en 1947, “cuando
los dos hacíamos tercero de bachillerato”. Así lo rememora el exprocurador general de la
Nación[2]
(1982-1986) en su libro “Frente al Espejo de nuestra Transición”[3],
publicado en septiembre de 2005 por la editorial Kimpres, Ltda. El libro está
ilustrado en su carátula y reverso con una escenografía diseñada por Fernando
Botero en 1951 para la obra de teatro “Cuando los Generales Vienen”,
escrita por el entonces joven Jiménez Gómez. En su preámbulo agradece a “mi gran amigo y gran actor Fausto Cabrera su representación y
protagonismo en el Teatro Bolívar de Medellín con su Grupo de Teatro
Experimental y las escenografías de un
talento entonces desconocido llamado Fernando Botero, en el mes de julio de
1951”. Sin duda, dos grandes
antioqueños, con vidas paralelas ejemplares, cada uno en su ámbito, el
político-jurídico y el artístico, que vivieron un momento de transición
histórica, descrita con profundidad por Jiménez Gómez así: “La coyuntura de cambio que desde el medio siglo XX está el mundo viviendo
no es cualquier giro visto al azar, sino el sismo cultural más grande y
vertiginoso que haya visto la historia, y está haciendo deslizarse masas enormes y produciendo reacomodos y reasentamientos
gigantescos”. Exactamente lo que estamos presenciando hoy en forma
dramática y fatal con los miles de migrantes que se internan en el tapón del
Darién y también con aquellos que mueren en el mediterráneo intentando llegar al
continente europeo y naufragan en islas como Lampedusa en Italia. Esa fina sensibilidad
de Jiménez Gómez y su profunda intuición, nos sirven para comprender mejor la
obra del maestro Fernando Botero, cuyo nacimiento y proyección global vivió de
cerca como compañero de colegio y luego en el trayecto de sus longevas y
creadoras vidas. Por ello, considero que
vale la pena divulgar sus apreciaciones y juicios, dado el número limitado de
impresiones del libro “Frente al Espejo de nuestra Transición”.
El comienzo de una amistad eterna
Al respecto, nos dice: “Fui amigo de Botero en Medellín en una edad
ya remota y compartí con él las primeras horas de una vocación artística e
intelectual de inolvidables fulgores. En aquel tiempo, el país empezaba apenas
a asomar de entre la espesura de la manigua sacudiéndose la hojarasca y grandes
interrogantes nos asediaban a cada rato” (p.105). A renglón seguido,
caracteriza así su generación: “Botero y
su generación son interesantes no sólo por sus valores intrínsecos sino también
como oportunidad y derrotero para mirar por dentro, en un caso concreto, el siempre
vasto y difuso tema del cambio histórico. Al fin y al cabo, ya parece un hecho
que este artista logró, diría yo que, sin proponérselo, ganar la órbita en que se definen los creadores de verdad, dotando de
cuerpo y alma una visión peculiar del mundo, de su mundo. Es eso lo que le
ha permitido salvar en el Arca de Noé de su pintura, tomándolos del
inconsciente colectivo, una constelación de sentimientos amables que fueron el alma del pasado, y de la serenidad
de los campos y de los pueblos extraer para el futuro formas y colores de la
sicología de una cultura hoy engullida por el diluvio” (p. 121). El diluvio
de la fugacidad del consumo y las ilusiones del mundo intangible de la
virtualidad, tan distante de la corporeidad y monumental voluptuosidad de la
obra de Botero. Una obra que en su aparente provincianismo pintoresco revela con
humor y dramatismo nuestras mayores imposturas: la violencia política y la criminalidad
sin límite de la codicia, ocultas bajo frondosas y voluminosas capas de una
supuesta institucionalidad democrática, develada por Botero en cuadros icónicos
sobre la Violencia, Manuel Marulanda y Pablo Escobar, acompañados de una
parafernalia de obispos y políticos complacientes e impunes. En otra de sus
evocaciones, Jiménez Gómez nos da la clave para comprender la originalidad de la
obra de Botero: “A todas estas ¿qué hizo
Botero? Dejó atrás las efímeras influencias del muralismo propio y extraño, la
idea de un arte latinoamericano, que para nosotros era la expresión de un mito
social y político. Dejó atrás todo lo demás, lo literario y lo extrapictórico
en general, para volcarse en cuerpo y
alma sobre el taller y el oficio de pintar. Empacó sus pínceles y se fue a
refrescar su paleta a la orilla del mar, en Tolú y Coveñas, de donde saldría
ansioso de búsqueda y renovación hacia la Capital, primero, y luego a su
definitivo encuentro con Europa, y en ella, con lo que lo apasionó siempre: las ráfagas de eternidad de su gran
Renacimiento, en cuya grandeza aprendió a reírse de tanta paparrucha y
tanto mamarracho con los que unas cuantas celebridades y otros tantos talento
experimentales abarrotan de tiempo en tiempo el mercado de la extravagancia” (p.131).
Por último, en forma profética,
nos cuenta Jiménez Gómez cómo fue su despedida en el aeropuerto de Medellín: “De Botero recuerdo, como nota de fondo, una
cosa sobre todas las demás, la que siempre más me ha impresionado en él y la
que demuestra que, lejos de ser el triunfo casual de un hombre fungible que
mezcla al azar virtudes y circunstancias, la suya fue no menos una proeza de su
talento, que una hazaña de la voluntad… yo intuí desde entonces que su
extraordinaria fuerza interior dibujarían en el firmamento una parábola muy
alta. Por eso, el día que partió de Medellín definitivamente y cuando nos
dábamos en el aeropuerto el gran abrazo de despedida, le entregué un libro con
esta dedicatoria: “A Fernando, en el
comienzo de su carrera mundial” (p. 202-203).
Seguro que ahora ambos se estarán
dando un abrazo de reencuentro, celebrando un nuevo comienzo de una amistad
imperecedera, que perdurará eternamente en la memoria de quienes amamos la
verdad de la justicia y la belleza del volumen, más allá de la fugacidad del poder
y la falsedad del éxito.
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