LOS OTROS Y NOSOTROS
(mayo 13 de 2019)
Hernando Llano Ángel.
“Esta
encrucijada de destinos ha forjado una patria densa e indescifrable donde lo
inverosímil es la única medida de la realidad”. Gabriel García Márquez.
“Los Otros”, es el título
de una excelente película de Alejandro Amenábar, que cuenta la historia de una
familia inglesa asediada por los fantasmas de la muerte y la violencia durante
la segunda guerra mundial. En la película es difícil discernir los límites
entre la vida y la muerte. Sus personajes están atrapados en una atmósfera
penumbrosa, rodeados de miedo, temiendo incluso a la luz del día, refugiados en
una hermosa e insondable mansión. La madre, protagonizada por la hermosa y
frágil Nicole Kidman, protege en forma obsesiva a sus hijos de esa terrible
realidad exterior, impidiendo que en la casa se cuele un rayo de luz. El Padre de familia, convertido en un
espectro, regresa de la segunda guerra mundial, y al final desaparece tan
misteriosamente como llega. Como espectador, uno se siente fascinado y
desconcertado con la trama. La historia genera una especie de miedo metafísico
envolvente, pues ignoramos lo que sucede, sin recurrir la película para ello a
ningún efecto especial. La trama es tan sutil y a la vez compleja, que es
difícil identificar la maldad o bondad en sus personajes, la verdad o la
mentira en sus relatos. Es imposible distinguir entre lo vivos y los muertos.
Solo al final de la película uno descansa y cree haber descifrado la
inteligente trama de su director y guionista, un legítimo heredero de Buñuel y
Hitchcock, al combinar magistralmente el surrealismo con el suspenso.
La anterior puesta en
escena parece reproducir, como una sutil alegoría, lo que sucede en nuestra
realidad. Pero nuestra realidad es mucho más compleja, terrorífica y
esperanzadora. Al punto que deambulamos en un limbo ambiguo y sangriento, entre
la guerra y la paz. Con la enorme diferencia que somos los protagonistas de la
película y en ella se nos va la vida. En la película nacional no tendremos la
oportunidad del espectador, que al salir del teatro empieza a interpretar lo
que ha visto, pues es probable que tengamos nuestros ojos cerrados para
siempre. Nuestra realidad es más compleja, pues nos parece imposible discernir
entre la verdad y la mentira en los relatos de los protagonistas de la vida
nacional. Incluso a veces confundimos su propia identidad y no estamos muy
seguros de saber con quien tratamos. En más de una ocasión el fiscal de hoy se
convierte en acusado mañana. El Ministro se transmuta en convicto y el asesino
en salvador. Todos los personajes estelares parecen representar, en forma
febril y casi simultánea, los papeles más contradictorios. Los libretos que
tienen a su disposición son tan ambiguos, que suelen intercambiarlos. Un mismo
parlamento puede ser pronunciado por el inocente y el culpable; el guerrillero
y el paramilitar; el pacifista y el combatiente; el funcionario y el candidato.
Al escuchar sus discursos no podemos adivinar su bando o partido, pues debemos
esperar el resultado de sus acciones. Sólo entonces, al identificar a sus
enemigos o víctimas, sabemos quienes son. En fin, una realidad mutante y
sincrética, donde las palabras ocultan las intenciones y sólo las acciones
revelan las identidades de los actores. Pero no sólo es más compleja nuestra
realidad, sino que también es mucho más terrorífica. En efecto, en la película
“Los Otros”, al final sabemos quiénes están vivos y quiénes muertos. En nuestro
caso, ni siquiera tenemos esa certeza, pues hay miles que se encuentran desaparecidos
y carecemos de pruebas sobre su muerte o supervivencia. Los límites entre la
vida, la libertad y la muerte son inciertos y confusos para millones de
desplazados. Ellos deambulan peligrosamente entre esas fronteras, como una
especie de nómadas por todo el territorio nacional.
Claro
que también, a diferencia de “Los Otros”, nosotros tenemos numerosas
poblaciones que han desafiado con éxito esas fronteras difusas y móviles del
terror, la violencia y la muerte. Y lo han hecho expulsando al miedo de sus
territorios y asumiendo con valor civil la responsabilidad por sus propias
vidas. Es el caso de las numerosas Comunidades de Paz de Chocó y Antioquia; los
Municipios Caucanos de Caldono y Bolívar; o los del Magdalena Medio; las
mujeres de la Ruta
Pacífica y de Barrancabermeja, junto a los pueblos indígenas
Nasa, Misak, Aruhacos y U`was. Todos tienen en común que rechazan jugar los
papeles de víctimas o verdugos, pues renuncian radicalmente al ejercicio de la
violencia por su propia mano, así como a delegarla en un tercero que se manche
las manos en su nombre. De esta forma, las organizaciones populares,
comunidades indígenas y colectivos de mujeres dan lecciones de valor civil y de
ética política a cientos de miles de citadinos, confusos y cobardes, que hoy parecen colocar todos su temores y
esperanzas en un senador que, con voz desafinada y ademanes corteses, aconseja
al presidente la necesidad de “masacrar con criterio social”, para salvaguardar
de la ruina y el asedio sus penumbrosas casas y ricas heredades, secularmente
habitadas por su propio miedo y el odio de numerosos sirvientes, algunas veces
más sedientos de revancha que de justicia.
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