Iván Duque y los peligros de la violencia maniquea
Hernando Llano Ángel.
El más grave problema político de
Duque es moral. Y lo más grave de ese problema moral es que es nacional. Su
mejor exponente, en la arena política, es Álvaro Uribe Vélez. Básicamente
consiste en una convicción de superioridad moral indiscutible -pero también indemostrable, como una
especie de dogma de fe- que permite y tolera el ejercicio de una violencia
considerada buena y justa contra otra violencia estigmatizada como absolutamente
mala e injusta. La cuestión no es baladí y tiene un trasunto de larga data en
la vida política y en el debate académico.
“La violencia considerada legítima”
Para no ir muy lejos, en muchos
claustros universitarios se enseña todavía, sin ninguna reflexión crítica, como
una verdad revelada, la célebre definición de Max Weber del Estado -en su no
menos célebre conferencia “La política como vocación”- según la cual es “aquella
comunidad humana que, dentro de un determinado territorio, reclama (con éxito)
para sí el monopolio de la violencia
física legítima”, pero omiten que su autor advirtió más adelante, entre
paréntesis, (“es decir de la que es vista como tal”). Y allí es donde radica el
peligro y las consecuencias funestas del ejercicio de la violencia, pues dicha
consideración de legitimidad deriva de muchas influencias y vertientes
diferentes, siendo la religión y las costumbres las más poderosas. Por ejemplo,
ningún cristiano auténtico, puede legitimar la pena capital o de muerte, pues
la vida sólo deriva de Dios y no del Estado. Y lo anterior no es solo una
convicción o un principio de orden político, entre otras consagrado en el
artículo 11 de nuestra Constitución Política: “El derecho a la vida es
inviolable. No habrá pena de muerte”, sino un dogma de fe para todo
cristiano. Y, curiosamente, en un país
como el nuestro, de profunda tradición cristiana, se suele tolerar y hasta auspiciar
la violencia como una de las formas más eficaces para alcanzar la “paz y la
seguridad”. Tal el credo de la mal llamada “seguridad democrática” y sus
crímenes de lesa humanidad, cínicamente denominados “falsos positivos”. Es más,
hoy se aplaude que la violencia se descargue de nuevo contra la naturaleza, con
todas las consecuencias nocivas y hasta fatales, propias del glifosato, para
exterminar los sembradíos de coca, calificados como “cultivos ilícitos”. ¡Cómo
si la naturaleza, en sí misma, fuera criminal e ilegal! Incluso la campaña
oficial durante las administraciones de Uribe rezaba “La coca, la mata que mata”,
ignorando la portentosa riqueza de esta planta, no gratuitamente considerada
sagrada por los pueblos originarios que la llaman “Mama Coca”.
Mama Coca
Propiedades exaltadas por
estudios científicos, entre otros de la Universidad de Harvard, que revelan, en
una investigación realizada en 1975 sobre el "Valor nutricional de la
Coca", su aporte a la dieta alimenticia: “60 gr. de coca por día colman
las necesidades de calcio”. Incluso nuevas investigaciones comprueban su
utilidad científica en biomedicina y farmacia, que pueden ser consultadas en: http://www.eurosur.org/COCA/c8documento1.htm.
Hace menos de 40 años se procedía igual, fumigando la marihuana con paraquat,
entonces considerada la yerba maldita. Hoy es una yerba bendita por sus usos
medicinales y, en lugar de fumigarla y exterminarla, se la cultiva y cuida como
una rentable fuente de ingresos, aprovechada en su mayoría por empresas
extranjeras. Y, así las cosas, gracias a
una rigurosa regulación legal, la marihuana en cierta medida ha dejado de ser
ilícita, fuente de violencia letal y de corrupción política, para convertirse
en un filón de la industria farmacéutica. De planta criminal se convirtió en
medicinal, en virtud de la alquimia política y legal, que comenzó por el
abandono del maniqueísmo punitivo, promovido por el prohibicionismo federal y
la DEA, su agencia antidrogas, hoy en retroceso en 29 estados que legalizaron
su uso medicinal y en 8 donde es legal también su uso recreacional: Alaska, California,
Colorado, Washington, Massachusetts, Nevada, Oregon y Washington D.C.
La alquimia coquera: regular en lugar de criminalizar.
Podría acontecer lo mismo con la
coca, si Duque tuviese la osadía de abandonar esa mentalidad maniquea y
represiva, que en efecto ha convertido a la Coca en una mata que mata a muchos
líderes sociales, considerados como blancos militares por la codicia de los
narcotraficantes y de las organizaciones ilegales, que derivan gran parte de
sus ingresos del control de los territorios donde se cultiva y procesa, como el
Clan del Golfo, las disidencias de las FARC y algunos sectores del ELN. Pero
Duque parece incapaz de pensar de otra forma distinta al credo prohibicionista,
pues lo primero que hizo fue viajar a Estados Unidos y solicitar más ayuda
punitiva para continuar depredando con glifosato nuestros bosques tropicales,
amenazando la salud de la población campesina y, de paso, agudizando la
persecución mortal de los líderes sociales opuestos a los intereses de toda esa
parafernalia, legal e ilegal, aniquiladora de nuestra naturaleza, vida social y
política. La alquimia legal podría regular la coca, en lugar de criminalizar su
existencia, conteniendo así la estela de violencia, que incluso puede derivar
en genocidio de líderes campesinos y en ecocidio irreversible de nuestros
bosques tropicales. Obviamente que esa alquimia legal requiere un apoyo
internacional considerable, al parecer completamente descartado por Duque, pues
el prohibicionismo y su maniqueísmo es funcional a los intereses considerados
correctos, legítimos, legales y buenos, promovidos por los Estados Unidos y
toda su tramoya de beneficiarios: complejo industrial militar, agencias de
inteligencia y antidrogas, mundo financiero e industria química productora de
precursores. Para todos ellos, nada mejor que continuar la “guerra contra las
drogas”, sustentada en esa creencia de superioridad moral que asiste al prohibicionismo,
cuyo efecto indiscutible, como lo expresó Milton Friedman, premio nobel de
economía en 1976, es que "si analizamos la guerra contra las drogas desde
un punto de vista estrictamente económico, el papel del gobierno es proteger el
cartel de las drogas. Eso es literalmente cierto", ya que su precio
aumenta en proporción directa a su mayor persecución y represión estatal.
El maniqueísmo de la violencia política
Pero además de la anterior
violencia, derivada del maniqueísmo prohibicionista, Duque está a punto de
devolvernos a los estragos de la violencia política, con su obsesión
revanchista y justiciera de ver primero condenados a los 10 miembros de la FARC antes que en sus
curules en el Congreso, como quedó consignado en el Acuerdo de Paz del Teatro
Colón y en la Constitución Política en el Acto Legislativo 01 de 2017, que los
somete a las penas alternativas de la JEP sin impedirles el ejercicio de la
política. Pues de eso tratan todos los acuerdos políticos de paz, transitar del
uso mortal de las armas al uso legal y vital de las palabras en los
parlamentos. Lo cual no deja de ser curioso, pues en el referendo impulsado por
el entonces presidente Uribe en el 2003, en su punto 6, se incluyó este extenso
parágrafo, que tenía como finalidad exclusiva favorecer a los miembros de los
grupos paramilitares:
“Con el fin de
facilitar la reincorporación a la vida civil de los grupos al margen de la ley,
que se encuentren vinculados decididamente a un proceso de paz, bajo la
dirección del Gobierno, éste podrá establecer por una sola vez,
circunscripciones especiales de paz para las elecciones a corporaciones
públicas que se realizarán antes del 7 de agosto del año 2006, o nombrar
directamente, por una sola vez, un número plural de congresistas, diputados y
concejales, en representación de los mencionados grupos en proceso de paz y
desmovilizados. El número será establecido por el Gobierno Nacional, según la
valoración que haga de las circunstancias y del avance del proceso. Los nombres
de los congresistas, diputados y concejales a que se refiere este artículo,
serán convenidos entre el Gobierno y los grupos armados, y su designación
corresponderá al Presidente de la República. Para los efectos previstos en este
artículo, el Gobierno podrá no tener en cuenta determinadas inhabilidades y
requisitos para ser congresista, diputado y concejal”.
La generosidad y favorabilidad
política del entonces presidente Uribe frente a los miembros de los grupos
paramilitares, lo llevaba incluso a ofrecerles curules en todos los cuerpos representativos,
Concejos Municipales y Asambleas Departamentales, y a no “tener en cuenta
determinadas inhabilidades y requisitos” para posesionarse, sin exigirles pagar
previamente penas ante la justicia y mucho menos frente a sus víctimas, ni siquiera
mencionadas. Seguramente porque valoraba dicha violencia como justa y
necesaria, moralmente buena, pues garantizaba seguridad inversionista en su
lucha contrainsurgente. Por eso ahora, frente a la participación política en el
Congreso de los diez miembros de la FARC, la valoración del presidente electo y
de todo el Centro Democrático es totalmente opuesta, pues sin duda la violencia
de las FARC-EP era moralmente mala por ahuyentar la seguridad inversionista con
sus extorsiones, secuestros y atentados criminales. De allí su oposición
visceral a que ocupen las 10 curules en el Congreso el próximo 20 de julio,
como si fue furibundamente aplaudida un 28 de julio de 2004 la presencia en ese
recinto de Salvatore Mancuso, Iván Roberto Duque (casi tocayo del presidente
electo, más conocido con su alias de Ernesto Báez, el secretario político de
las AUC) y Ramón Isaza, el contraguerrillero más viejo del mundo, como heroicos
protagonistas de la violencia considerada buena. La moraleja de esta historia
inconclusa es obvia, en lugar de cerrar el ciclo mortal y vergonzoso de la
violencia política, estamos a punto de abrir otro, todo ello supuestamente en
nombre de la “justicia y de las víctimas”, pero sólo las atribuidas a las
FARC-EP, pues las causadas por miembros de la Fuerza Pública no son tal, porque
a ellos los ampara la presunción de inocencia y a las víctimas la de
culpabilidad: “no estarían cogiendo café”, dijo entonces el presidente Uribe
sobre los primeros “falsos positivos”. Un ciclo que ampliaría la guerra contra
las drogas y por la “democracia”, ya que Duque se cree predestinado a liderar
el derrocamiento del “narcodictador” Maduro y pasar a la historia como el chico
bueno, el demócrata de América, aupado por Uribe y Trump, haciendo una moñona
inolvidable: extraditar el mayor número de dirigentes de la FARC y tumbar a
Maduro. Poco importa el número de víctimas, pues son otros los que ponen la
carne de cañón: heroicos soldados de la Patria contra malvados narcoterroristas
y un número siempre impreciso, pero mayoritario, de civiles contabilizados como
daños colaterales.
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