jueves, enero 23, 2014

Colombia 2014: ¿La copa de la Paz?

DE-LIBERACIÓN

Colombia 2014: ¿La copa de la paz?
Colombia enfrenta un Mundial de Fútbol y la posible resolución de un conflicto de más de medio siglo. ¿Seremos capaces de vencer a nuestros rivales futbolísticos y a aquellos que quieren dejar a la paz fuera de lugar? 
Hernando Llano Ángel*
Un gran equipo
Tanto política como futbolísticamente, 2014 es para Colombia la hora de la verdad. Sin duda, la paz y la Copa Mundo son los máximos anhelos de todos los colombianos.
Para muchos, la selección de fútbol es la encarnación de la identidad nacional. Su camiseta es una divisa tan preciada que todos desean portarla, desde el presidente Santos hasta los delegados de las FARC en La Habana, como símbolo indiscutible de victoria y afirmación colectiva.
El uniforme de la Selección es hoy más representativo que todos los símbolos patrios, y sus jugadores más reconocidos y respetados que cualquier político. Ellos ya clasificaron en la memoria y el corazón de los colombianos y ahora ocupan un destacado cuarto lugar en la historia estadística de la FIFA.
No gratuitamente muchos aficionados postularon a Pékerman para la Presidencia, pues había alcanzado la proeza que toda sociedad demanda de un auténtico líder: cumplir su más preciada meta gracias al esfuerzo de sus jugadores. Seguramente por eso el mismo presidente Santos se apresuró a ofrecerle la nacionalidad colombiana, para aumentar su popularidad y contar con su ayuda.

La copa de la paz
Siguiendo con la alegoría, nada desearía más Santos que emular a Pékerman y firmar la paz con las FARC antes de las elecciones presidenciales. Pero esta es una meta inalcanzable, porque la “copa de la paz” es mucho más difícil que la Copa en Brasil, donde jugará la Selección más preparada, responsable y exitosa que hayamos tenido, sin más aspiración que un triunfo deportivo.
En cambio en la disputa de la paz sucede lo contrario, pues tras ella se oculta el juego mayor en toda sociedad, que no es otro que el poder: su ejercicio, control y conquista desde el Estado, para definir quiénes se quedan con qué y cómo se vive y juega en el vasto campo de la vida social, económica y cultural.
Por lo tanto, en este juego mayor del poder todos participamos, pues resultamos afectados, aunque en la mayoría de las ocasiones muy pocos toman las decisiones y casi siempre ganan los mismos.
De allí que en víspera de elecciones para el Congreso, el próximo 9 de marzo y Presidencia de la República, el 25 de mayo, todo esté en juego. Incluso el debut de la Selección Colombia contra Grecia será el sábado 14 de junio, justo un día antes de la segunda vuelta presidencial.
Sin duda, en ambas fechas los colombianos nos jugamos mucho más que la euforia de un triunfo o la tristeza de una derrota. La diferencia consiste en que durante el Mundial ninguno de los jugadores corre el riesgo de morir violentamente, pues las reglas son aceptadas por todos, además de contar con un árbitro imparcial, con una organización internacional que promueve el juego limpio, y con millones de espectadores que jamás tolerarían la violencia y la trampa como tácticas.
Los 22 jugadores estarán bajo la miradas de miles de millones de aficionados, sus aciertos y errores serán públicos. Así las cosas el resultado será inobjetable, incluso cuando el triunfo se obtiene con la “mano de Dios”, desluce por lo injusto, como sucedió con Argentina frente a Inglaterra.
En cambio en nuestro juego por el poder político sucede lo contario. En lugar de la competencia limpia de la democracia, en nuestra cancha tienden a predominar la violencia, la trampa y la codicia.
Incluso cuando convienen reunirse en La Habana el Gobierno y las FARC para definir esas reglas del juego político que todas las partes acatarán y respetarán, lo hacen en el contexto de juego sucio de la guerra y la eliminación del contario.
Por fuera del campo de juego nacional -en La Habana- se reconocen como interlocutores y adversarios, pero dentro del país, en la cancha nacional –donde se define realmente el juego vital- son acérrimos enemigos, bandos enfrentados a muerte: “demócratas” contra “terroristas” o “revolucionarios” contra “vende patrias”, según las proclamas y coartadas que cada equipo logra promover entre sus hinchas.

Dos goles en favor de la paz
No obstante lo anterior, en La Habana se lograron acuerdos sobre dos puntos cruciales para el juego limpio del poder nacional.
El primero, la propiedad y uso de la tierra, vale decir, el tamaño de la cancha y su uso justo, para garantizar que todos los jugadores honestos la puedan cultivar. Para evitar su concentración e impedir su apropiación y depredación por codiciosos jugadores de grandes equipos extranjeros.
El Gobierno promueve la Ley 1448 de 2011 –Ley de víctimas- para restituir millones de hectáreas a campesinos desplazados por la ambición desmedida de narcos, parapolíticos y agroempresarios nacionales e internacionales.
Pero según el grupo de Monitoreo de la Unidad de Restitución de Tierras, se han resuelto 911 casos, que corresponden a 19.255 hectáreas y cerca de 790 predios. Y en medio de ese proceso han sido asesinados más de 66 líderes populares, hechos por los que hasta agosto de 2013 habían sido capturadas 3 personas. En otras palabras, la ley apenas se aplica, pero se excluye a los jugadores que aspiran a cultivarla y cuidarla.
Por su parte, la Defensoría del Pueblo ha informado sobre al menos 71 asesinatos de líderes de procesos de restitución ocurridos en 14 departamentos entre 2006 y 2011. Pero el informe más completo al respecto fue elaborado por Human Rights Watch, que habló de más de 80 casos de amenazas contra reclamantes de tierras y más de 30 nuevos casos de desplazamiento en los que reclamantes abandonaron su hogar una vez más luego de amenazas vinculadas con sus intentos de restitución o activismo, según denuncia Tatiana Acevedo en su columna de El Espectador.
El segundo acuerdo entre el Gobierno y las FARC concierne a la participación en política, nada más y nada menos, que a las reglas sobre “quién se queda con qué, cómo y cuándo del poder estatal”.
Hay que reconocer el espíritu de juego limpio que los animó en el segundo punto a “establecer medidas para garantizar y promover una cultura de reconciliación, convivencia, tolerancias y no estigmatización lo que implica un lenguaje y comportamiento de respeto por la ideas, tanto de los opositores políticos como de las organizaciones sociales y de derechos humanos”.
Por eso son alentadoras sus ideas innovadoras de “Circunscripciones Territoriales Especiales de Paz”, “para promover la integración territorial y la inclusión política de zonas especialmente afectadas por el conflicto y el abandono, de manera que durante un periodo de transición estas poblaciones tengan una representación especial de sus intereses en la Cámara de Representantes”.

Pocos hinchas en las graderías
Pero dicho espíritu incluyente parece tener poco eco en las tribunas de ciudadanos consultados por el Barómetro de las Américas en su sondeo sobre ¿Qué piensan los colombianos del proceso de paz?, que arrojó resultados como los siguientes:
-          En las zonas de conflicto el 61,2 por ciento no está de acuerdo con la transformación de las FARC en un partido político y en el país como un todo la cifra asciende a 68,4 por ciento.

-          En las zonas de conflicto el 68,4 por ciento no apoyaría desmovilizados de las FARC a las Alcaldías y Concejos Municipales, y el 73,1 por ciento no lo harían en el orden nacional.

-          Para eventuales candidatos al Congreso, el rechazo es respectivamente del 72,5 y 76,6 por ciento.

-          Y, por último, si eventualmente un desmovilizado ganara una Alcaldía en zona de conflicto, el 45,5 por ciento no aceptaría el triunfo frente a un 38,5 por ciento que lo haría y nacionalmente la proporción sería de 53,7 frente a 35,1 por ciento. 


¿Podremos ganar la copa de la paz?
Si a lo anterior sumamos la existencia de árbitros sesgados por una concepción punitiva de orden doctrinario de la contienda política, ajena al pluralismo ideológico, el secularismo y a la legalidad, como es el caso del procurador Ordoñez, obcecado en expulsar de la cancha política a jugadores que le son incómodos, es claro que en el 2014 no ganaremos la copa de la paz.
Con mayor razón cuando tenemos partidos tan singulares –como Uribismo Centro Democrático- que no logran definir una divisa y un uniforme distintos de la figura y el nombre de su goleador, experto en gambetear la ley y en dejar a su suerte o en la cárcel a muchos de sus anteriores copartidarios.
Todo parece indicar que tendremos que esforzarnos unos cuantos años más para ganar la copa de la paz, pues todavía nos falta forjar un Estado democrático con funcionarios que garanticen el juego limpio, unos equipos con jugadores legales y competentes, además de demócratas exigentes que no toleren la violencia, ni las trampas, ni el miedo o el fanatismo como tácticas de juego y mucho menos de triunfo.
Afortunadamente sí tenemos una selección de fútbol en este Mundial del 2014 que cuenta con todo lo anterior y debemos emular para ganar la paz, que es la copa que merecemos y solo podemos forjar entre todos y todas, con la generosidad de varias generaciones y no solo de unos pocos líderes o supuestos héroes en representación de nosotros.
Politólogo de la Universidad Javeriana de Bogotá, profesor Asociado en la Javeriana de Cali, socio de la Fundación Foro por Colombia, Capítulo Valle del Cauca.
Publica en el blog: calicantopinion.blogspot.com. 
(Publicado en www.razonpublica.com)

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