Elecciones presidenciales: Entre Parkinson y Alzheimer
Hernando Llano Ángel.
Así han sido descritas por ingeniosos cibernautas las próximas elecciones presidenciales, pues Antanas Mockus ha puesto a temblar al establecimiento político y éste cuenta a su favor con la mala memoria de muchos colombianos para asegurar su continuidad. Colombianos desmemoriados o incurablemente ingenuos, votarán de nuevo por los mismos con las mismas eternas y demagógicas promesas: seguridad, prosperidad, justicia y cambio, que llevan anunciando sin pudor alguno durante todas sus vidas consagradas al cinismo, la simulación y la mentira.
La hora del Juicio Ciudadano
Pero todo parece indicar que les ha llegado la hora y que en esta ocasión sus estrategias de simulación patriótica, manipulación del miedo y la ignorancia, sumadas al control clientelista y burocrático, no serán suficientes para contener una ciudadanía que ya está hastiada de tanta mentira, corrupción y engaño. Una ciudadanía que repudia la simbiosis de la política con el crimen, tanto el de cuello blanco de Agro Ingreso Seguro y Carimagua como el de las motosierras del narcoparamilitarismo, que son la piedra angular de una coalición gubernamental experta en hacer giros en “U” y en avanzar en contravía de la decencia, la legalidad y la democracia. De un Presidente y su candidato testaferro, Juan Manuel Santos, que son incapaces de asumir responsabilidad política alguna por las ejecuciones extrajudiciales de la “seguridad democrática” y las omisiones en la supervisión y control de Directores del DAS, como Jorge Noguera, que ineludiblemente los conducirá a ambos a responder judicial y disciplinariamente por sus extralimitaciones y omisiones en el ejercicio de sus cargos, cuando no a su procesamiento extemporáneo por la Corte Penal Internacional para subsanar la impotencia de nuestro sistema judicial. Porque estamos llegando a un punto irreversible en el conocimiento de la cadena de los responsables de los éxitos de la “seguridad democrática”, como hoy lo estamos viendo con las “chuzadas” del DAS y el terror de los “falsos positivos”, que debe conducir a una condena más eficaz que la judicial, como es la política, que se expresa en el juicio ciudadano depositado en las urnas con la derrota de quienes aspiran a continuar gobernando impunemente. Sin duda, estamos asistiendo de nuevo y de manera vertiginosa al despertar de una conciencia ciudadana que se rebela contra aquella lacerante advertencia de Sartre: “Nada hay más respetable que una impunidad largamente tolerada”, y por eso mira con entusiasmo a Mockus y Fajardo, que encarnan exactamente lo contrario.
Precisión Matemática
Una ciudadanía que empieza a encontrar con precisión matemática una fórmula presidencial que representa la antitesis de ese país político, especializado en la expoliación de lo público y en legar a las próximas generaciones un paisaje desértico y mortecino. En contraste, Mockus, Fajardo, Peñalosa y Lucho, pueden mostrar que han cultivado en sus administraciones un frondoso árbol verde, que cobija con su sombra amplios y diversos sectores sociales de nuestras ciudades, aunque sus raíces sean todavía frágiles y poco profundas. En sus administraciones han demostrado urbanismo y humanismo, seguridad y civismo, sin incurrir en los “falsos positivos” de la mal llamada “seguridad democrática”. Pero sobre todo han invertido la concepción y práctica política de los líderes del establecimiento y sus promotores, para quienes la conservación y perpetuación en el poder justifica los medios y la combinación de todas las tácticas y formas de lucha, sin límite alguno para mentir, engañar y delinquir. Por eso no dudaron en reformar un “articulito” de la Constitución; en violar los topes de la financiación para la recolección de firmas ciudadanas en el referéndum reeleccionista; en ordenar a los congresistas que “voten antes de ir a la cárcel” y en convocar reuniones de la coalición de la “U” en la Casa de Nariño para asegurar la continuidad de la “seguridad democrática” y de paso afirmar a todos los medios de comunicación que el Presidente no interviene en las campañas políticas, así como tampoco “ordena nada ilegal”.
Por el contrario, Mockus y Fajardo, con su ejemplo en Bogotá y Medellín han demostrado que son los medios utilizados los que legitiman y justifican el poder y que no todo vale en la competencia democrática. En fin, que son los medios empleados, como la deliberación con la ciudadanía y la niñez; la devolución del dinero público de la reposición oficial por los votos obtenidos en la pasada contienda electoral y la rectificación auténtica de los errores, lo que dignifica y da sentido a los fines promovidos por la política. Que la política tiene sentido como ejercicio de vida y libertad, no como empresa de muerte e intimidación. También por ello los valores que promueven los verdes son el debate entre adversarios y no el combate entre enemigos; la confianza entre los ciudadanos en lugar del miedo y la avaricia mercenaria de las recompensas; la legalidad democrática y no la impunidad de una espuria y criminal “seguridad democrática”. Los verdes no hablan de transparencia, porque bien saben que “la ética no se dice, sino que se muestra”, tanto en la gestión pública como en la vida privada. Que puede más la fragilidad de una verdad temblorosa que la firmeza de una violenta mentira.
Por todo lo anterior, las próximas elecciones presidenciales son crucialmente históricas, pues con nuestro voto podemos decidir el fin de la actual cacocracia o su consolidación non sancta, puesto que quienes hoy nos gobiernan son diestros ladrones o cacos de la voluntad y la confianza ciudadana y aspiran a seguir usufructuando la política y el Estado en beneficio propio y la legitimación del crimen, si así lo permite el alzheimer político de miles de colombianos.
Pero también las elecciones del 30 de mayo pueden significar el comienzo de una frágil y temblorosa democracia, que exigirá de todos comportarnos como auténticos ciudadanos comprometidos en la construcción y defensa de un orden legal y justo, es decir, a la altura de nuestra dignidad de seres humanos, sin delegar ni excluir violentamente a nadie en una tarea que por esencia es colectiva: la construcción de un orden político y social en el cual no haya lugar para salvadores ni líderes insustituibles y mucho menos para héroes o vengadores.
De una democracia modesta y vital que permita gobernar “contando las cabezas en lugar de cortarlas” y no la pesadilla política que hasta hoy hemos padecido y consentido, donde se cortan cabezas sin poder contarlas y gobierna la impunidad de los verdugos sobre el olvido y la humillación de las víctimas. El próximo 30 de mayo tenemos una oportunidad para poner fin al arte de gobernar como concierto para delinquir agravado y/o disimulado y sustituirlo por una fórmula ya probada por dos matemáticos en las dos principales ciudades de nuestro país: gobernar es un concierto ciudadano para debatir y convivir con libertad, confianza, equidad y legalidad.
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