Hernando Llano Ángel.
Transcurridos 6 años y 8 meses de Uribe cabalgar sobre el brioso corcel de la “Seguridad Democrática”, cuyo exitoso avance no ha logrado contener los cerca de 4 millones de “migrantes” (desplazados) del campo a la ciudad y mucho menos ocultar tras su veloz galope la tenebrosa estela de más de mil “falsos positivos” (ejecuciones sumarias), es una enorme injusticia que apenas sea merecedor a la anodina condecoración: “Premio Cortes de Cádiz a la Libertad”. En realidad, debería ser reconocido con una distinción mayor, como el Premio Nobel de la Libertad, que está en mora de crear y otorgarle la Fundación sueca, así como concedió el Nobel de la Paz a Henry Kissinger y a Menahem Begin, por sus ejemplares y abnegadas acciones en beneficio de la humanidad.
Pero mientras Uribe es exaltado a esa dignidad, bien puede ser catalogado como el mejor alquimista de la política nacional, al transmutar el terror de las ejecuciones sumarias en el oro de la “seguridad democrática” y la arbitrariedad en el ejercicio del poder en el irrefrenable e ilegal referéndum de la segunda “reelección presidencial”. Para ello ha desplegado sus dotes de prestidigitador insuperable, al manipular con siniestra destreza el miedo y odio que infunden las FARC y frustrar con destreza siniestra la codicia y la ambición de poder político de los paramilitares mediante su oportuna extradición a Estados Unidos.
Así las cosas, Uribe parece tener despejado el camino para su segunda reelección, incluso insinuada desde su primera campaña en el punto 98 de su “Manifiesto Democrático”, donde se puede leer: “el País necesita líneas estratégicas de continuidad; una coalición de largo plazo que las ejecute porque un Presidente en cuatro años no resuelve la totalidad de los complejos problemas nacionales. Pero avanzaremos. Por eso propongo un Gobierno de Unidad Nacional para rescatar la civilidad…”
Sin duda, ya está en marcha la conformación de ese Gobierno, para lo cual han sido enviados al movedizo terreno de la arena electoral los leales alfiles de Luis Carlos Restrepo y José Obdulio Gaviria, con la ayuda de tránsfugas mediáticos como Roy Barreras, que pronto nos presentarán en medio de luces y espectáculos ese nuevo partido de la Unidad Nacional, ante la imposibilidad de seguir abusando, con cinismo patriótico, de las exitosas fórmulas electorales de Colombia Primero o Primero Colombia, hoy completamente desacreditadas. Está claro que por fuera de ese nuevo Partido no habrá salvación nacional. Quienes lo ataquen serán apátridas, enemigos de la civilidad y cómplices del terrorismo.
Alquimista del plomo, la plata y la iniquidad
De esta forma, Uribe no sólo emerge como el alquimista providencial que gracias al plomo contra el terrorismo nos dará el oro de la paz, sino como el mejor heredero y obcecado continuador de las constantes más nefastas de nuestra historia: el plomo, la plata y la iniquidad revestida de legalidad. La política nacional bien puede ser descrita como la combinación exacta de estos tres elementos mediante su dosificación y administración estatal más o menos constitucional y más o menos arbitraria, según lo precise el gobernante de turno y lo requiera o soporte el aletargado y maltratado cuerpo de la llamada sociedad civil.
En la actual administración ha sido el plomo de la “seguridad democrática” al servicio de la plata de los inversionistas nacionales y extranjeros, entre quienes sobresalen sus emprendedores y ejemplares hijos, Tomás y Jerónimo, que han demostrado una clarividencia para hacer buenos y legales negocios, apenas comparable a la de López Michelsen en el caso de la Handel, bajo la Presidencia de su padre Alfonso López Pumarejo. Y posteriormente la del mismo presidente López Michelsen al servicio de la hacienda familiar “La Libertad”. También en esto Uribe demuestra ser un digno heredero del civilismo y la discrecional legalidad de nuestros más preclaros gobernantes, siempre al servicio de sus intereses familiares o empresarios familiares, como en el escándalo de Carimagua y los macroproyectos bioenergéticos de la caña de azúcar y la palma africana, cuyos beneficiarios aportaron en forma desinteresada y generosa cuantiosas partidas para la financiación del actual referendo reeleccionista.
Pero hay una diferencia, Uribe supera a todos los anteriores en cinismo, pues cuando estalló el escándalo de DMG y se vinculó a sus hijos indirectamente en tratos comerciales con David Murcia, entonces el presidente Uribe expidió un comunicado oficial haciendo la siguiente defensa paternal: “Sobre mis hijos: ellos no están en la corrupción. Mis hijos no son corruptos. Mis hijos no son traficantes de influencias ante el Estado. Mis hijos no son atenidos al papá. Mis hijos no son hijos de papi. Mis hijos no son holgazanes. Mis hijos no son vagos con sueldo. Mis hijos han escogido ser hombres de trabajo, honestos y serios”.
Con semejante defensa de sus emprendedores hijos, ahora podemos comprender el alcance exacto del punto 100 de su Manifiesto Democrático: “Miro a mis compatriotas hoy más con ojos de padre de familia que de político”. Es una lástima que sólo nos mire a todos los colombianos así, en lugar de darnos un trato semejante al que prodiga a sus hijos. Pero ello es imposible, porque Uribe, al igual que la mayoría de sus antecesores en la Presidencia, considera que el Estado y los intereses públicos son un asunto de carácter familiar, privado y empresarial, que administra y distribuye generosa y legalmente entre sus allegados y cercanos, como si se tratará de una hacienda ubérrima. Por eso entre nosotros predomina la iniquidad, que según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española es “maldad, injusticia grande”, pues la fórmula de gobernabilidad que hasta ahora hemos conocido desde la Presidencia de la República ha sido: plomo, plata e iniquidad revestida de legalidad.
(Abril 29 de 2009)
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