Vidas paralelas y destinos cruzados. (Carlos Gaviria y Álvaro Uribe.)
Por primera vez en nuestras vidas vamos a tener en Colombia la oportunidad de elegir entre la política o la barbarie; la vigencia de la ética o el imperio del crimen; la instauración de la justicia o el reinado de la ignominia y la impunidad. En fin, por primera vez nos encontramos frente a una encrucijada irreversible que se debate entre la democracia o la cacocracia. Podemos optar responsablemente por construir democracia o caer irreflexivamente en manos de una cacocracia, que es el gobierno de aquellos cacos que roban con destreza la confianza ciudadana, como lo estamos presenciando bajo la actual administración y sus numerosos escándalos de politiquería y corrupción. No termina de revelarse la trama de crímenes y delitos en la que aparecen atrapados altos funcionarios del DAS, desde su ex director general Jorge Noguera y el ex director de informática Rafael García, en connivencia con los paramilitares, cuando estalla la olla del Ministro de Agricultura y FINAGRO, para sólo mencionar los más recientes. Semejantes escándalos, bajo la administración de quien prometió en el punto 25 de su “Manifiesto democrático” derrotar la corrupción y en el 26 una “seguridad democrática para proteger a todos: al trabajador, al empresario, al sindicalista, al periodista, al maestro, frente a cualquier agresor”, bien ponen de presente que vivimos en una autentica cacocracia, que no sólo ha defraudado la confianza de millones de colombianos, sino que además ha puesto el DAS, la propia “Central de Inteligencia” de la Presidencia, al servicio de conspicuos criminales como Jorge 40 y Diego Montoya, para sólo mencionar los más conocidos. No es, pues, una exageración tal encrucijada, sobre todo cuando tenemos la opción de elegir entre dos candidatos que representan destinos cruzados. Carlos Gaviria: la democracia y Álvaro Uribe: la cacocracia. Ambos encarnan vidas paralelas y proponen a toda la nación destinos contrarios y alternativos. Vidas paralelas, porque Carlos Gaviria no sólo fue maestro de Derecho Constitucional de Álvaro Uribe, sino que además ha continuado ejerciendo en forma coherente su magisterio desde la Corte Constitucional y el Senado. Ahora aspira a hacerlo desde la Presidencia de la República. Por el contrario, Álvaro Uribe, su destacado discípulo, se ha dedicado paciente y ladinamente a socavar el consenso nacional en torno a la necesidad de construir un Estado social de derecho, para suplantarlo por un imaginario Estado Comunitario, que cada vez se sitúa más en la antípoda del primero. Para ello empezó por diseñar un Estado al tamaño de su proyecto, que asegure su reelección personal e inmediata, así arrase con toda noción de derecho y mínimo respeto hacia la precaria institucionalidad construida desde 1991. Un Estado cacocrático en lugar de comunitario, pues está protegiendo y dando albergue, bajo el paraguas de una ilusoria y mediática “seguridad democrática”, a personajes como “Don Berna”, Mancuso, José Vicente Castaño, Jorge 40 y un largo etcétera. Irónicamente Álvaro Uribe está siendo el mejor albacea del testamento de Pablo Escobar, pues no sólo está poniendo a salvo de la extradición a semejante generación de sucesores, sino que además les ha dejado a toda Colombia por cárcel. Quizá por ello aparecieron en Medellín afiches anunciando a Pablo Escobar como Presidente. Sin duda, su espíritu gobierna en cuerpo ajeno. En la otra orilla, Carlos Gaviria, nos convoca a construir democracia y defender sus fundamentos: los derechos humanos y la autonomía ciudadana. Entre tanto, Álvaro Uribe invita a “linchar a los corruptos”, “incrementar el impuesto de guerra” para que lo pagan los “riquitos” y morir por la “patria” a los “pobrecitos”, que bien podría ser la versión coloquial de su “seguridad democrática” y el “Estado comunitario”: “dedicado a erradicar la miseria, a construir equidad social y dar seguridad”, según lo consignado en el punto 5 del “Manifiesto democrático”. A la vista de todos está lo que significa erradicar la miseria: el Dane cambia la metodología para calcular los ingresos de los pobres y el Ministro de hacienda asimila el aumento en el gasto militar a inversión social. Sin duda, de un tiro Uribe mata dos pájaros: erradica pobres y aumenta la seguridad para la inversión de los “riquitos”. Tal es el significado real de Estado Comunitario en la semántica de la seguridad democrática. Pero también ambos candidatos tienen sus destinos cruzados por la violencia, aunque difieren radicalmente en el horizonte que nos ofrecen para su superación. Carlos Gaviria, al ser candidato por el Polo Democrático Alternativo, está acompañado por una pléyade de ex guerrilleros, como Antonio Navarro y Gustavo Petro, para citar los más representativos. Pero hay que reconocer que Gaviria no ha contemporizado con ninguna justificación de la violencia y ha sido radicalmente civilista y especialmente crítico con la guerrilla a quien le atribuye “haber inhibido el nacimiento de movimientos poderosos de izquierda democrática”, pues “la opinión confunde izquierda con guerrilla y por eso es necesario hacer un ejercicio para separar las dos cosas”. Seguramente por ello, el electorado en la consulta del Polo premió su pasado pulcro e intachable frente al violento y escabroso de Navarro. Por el contrario, Uribe ha sido un contemporizador con la violencia de las Autodefensas y un promotor del armamentismo de los civiles, a través de las famosas “Convivir”, reconociendo en la práctica que hay una violencia buena, la del paramilitarismo, que defiende la propiedad y las inversiones, frente a una violencia mala y funesta que ataca la propiedad y aleja a los grandes inversionistas, la de la guerrilla. Bajo esta lógica ha despreciado la ética de la democracia y el respeto por los Derechos Humanos y ha promovido una “realpolitik”, totalmente ausente de principios y valores, que se refleja de cuerpo entero en la ignominiosa e inconstitucional ley de “Justicia y Paz”, clara expresión del perverso refrán “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”. Por ello, no impidió que el DAS se convirtiera en una especie de cuerpo de seguridad de los principales cabecillas del paramilitarismo, pasando por alto el préstamo a Jorge 40 de un vehículo asignado a la Presidencia de la República, como si éste fuera propiedad personal de Álvaro Uribe y lo facilitara Jorge Noguera a uno más de sus amigos. Al respecto ¿en dónde está el control disciplinario de la Procuraduría y el político del actual Congreso? o ¿Será que ya dejaron de existir y ni siquiera sesionan? Esperemos que resuciten y vuelvan a cumplir sus funciones en la semana de Pascua, pues la independencia y competencia de la Fiscalía deja mucho que desear. Por último, el horizonte para la superación de la violencia que cada uno de estos candidatos nos propone, es también expresión de sus vidas y concepciones paralelas, absolutamente divergentes, que cada uno de ellos tiene sobre la democracia. Para Carlos Gaviria se trata de empezar a construirla entre todos y todas los colombianos, pues como bien lo dice “si la democracia es el gobierno de las mayorías y representa el triunfo del interés general, ¿cómo es que esas mayorías hayan decretado el infortunio en que se encuentran?” Y ¿cómo es posible entonces que pueda hacer parte del interés general el que en Colombia haya pobres, haya miserables y que la riqueza esté tan mal distribuida?”. Por el contrario, Álvaro Uribe promueve a sangre y fuego la defensa de una “democracia en profundidad” que lucha contra el “terrorismo”, por eso no duda en anunciar más impuestos para intensificar la guerra. Es claro que no solo estamos ante dos vidas paralelas, en lo personal, sino ante horizontes colectivos diametralmente opuestos, que ponen en vilo la vida, seguridad, libertad, dignidad y equidad de toda Colombia. Es decir, se trata de una elección entre la democracia o la cacocracia. Es lo que está en juego el próximo 28 de Mayo y todos somos responsables de lo que acontezca.
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