UNA FINAL CHAUVINISTA
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Hernando Llano Ángel
Este domingo la final del mundial en Qatar entre Argentina y Francia será
el mayor duelo chovinista[1]
en la historia del fútbol, el deporte que exacerba las expresiones más
fanáticas y extremas de nacionalismo. Curiosamente, ambas naciones son en sus
respectivos continentes las campeonas del chovinismo: “la exaltación
desmesurada de lo nacional frente a lo extranjero”. No es la modestia
propiamente un rasgo de identidad nacional de argentinos y franceses. Es casi
imposible discernir, entre un argentino y un francés y saber cuál de los dos
siente más orgullo por su propio país, sus carnes, vinos y quesos. No por casualidad
chauvinisme[2] proviene
de la lengua francesa. Pero, paradójicamente, los mejores jugadores de ambas
selecciones, Messi y Mbappé, no padecen de chovinismo futbolístico. Ese título
es propiedad exclusiva de la soberbia de Cristiano Ronaldo[3].
Un narcisista enfermizo que en este mundial recibió una lección dolorosa,
viendo desde el banco como su propio reemplazo, Gonçalo Ramos[4]
de 21 años, anotaba un triplete de goles
frente a Suiza. También le tocó cerrar los ojos para no ver la eliminación de
su propia selección en los pies de los corajudos, habilidosos y modestos marroquíes,
eliminados por Francia con goles de Theo Hernández[5]
y Randal Kolo Muani[6], nacidos
en tierra gala pero de ascendencia española y congoleña respectivamente. Sin
duda, todos los pueblos proyectan en su selección de fútbol la ilusión de ser
los mejores del mundo, aunque sus protagonistas procedan de otras naciones. El
fútbol se convierte en algo más que en el opio de la humanidad, es la esperanza
de la redención o la confirmación para millones de personas comunes y anónimas
de ser las mejores del mundo, porque 11 de sus compatriotas ganan la copa y se
llevan para su nación el trofeo más codiciado y disputado del planeta. Un
consuelo pueril, que exalta el chovinismo hasta límites inimaginables. El
domingo, bien en el Obelisco de Buenos Aires, o en el Arco del Triunfo de París,
exudaran orgullo, chovinismo y narcisismo miles de fanáticos. Messi o Mbappé
eclipsaran, al menos por un día, todas las glorias anteriores, incluso a
Maradona y Just Fontaine[7],
curiosamente nacido en el entonces Protectorado francés de Marruecos, quien
anotó 13 goles en el mundial de Suecia en 1958. Pero también será una fortuna para
la humanidad que por un día un par de futbolistas y sus demás compañeros sean
las figuras más celebres, admiradas y queridas en el mundo. Que por fin de los
noticieros desaparezcan esos funestos jugadores del poder que eliminan sin
remordimiento a miles de seres humanos, en nombre supuestamente de los
intereses superiores de sus naciones, como lo hace Putin en Ucrania. Que por un
día se conviertan en un eco de alegría los gritos de los goles y no los agónicos
de las víctimas, sin que dejemos de escuchar y menos olvidar los lamentos de
cientos de trabajadores que murieron construyendo los hermosos estadios de
Qatar. Porque no hay que ocultarlo, la FIFA[8]
y los intereses políticos de Estados como Rusia, Qatar y la otrora dictadura de
la Junta Militar Argentina en 1978 han mancillado y ensangrentado la fiesta del
fútbol. Han pretendido convertir canchas y estadios en mamparas de sus crímenes,
negociados y violaciones a los derechos humanos. No es posible que como
espectadores y humanos permitamos semejantes autogoles contra la dignidad de un
deporte como el fútbol y la integridad moral de sus jugadores. No deberíamos
tolerar, como sucede con frecuencia en la FIFA, que el juego sucio de
directivos corruptos, como Luis Bedoya[9],
expresidente de la Federación Colombia de Fútbol, degraden los mundiales a
casinos de apuestas y lupanares de lujo. Conviertan las canchas de fútbol en un
lodazal de ambiciones personales e intereses empresariales.
El fútbol es más que un
mundial
Es un deporte pedestre como pocos, que se hace con los pies, pero se gana
con la inteligencia y la pasión. Por eso en él no triunfan los impostores, como
sucede con frecuencia en la política, donde suelen ganar los jugadores más
tramposos y habilidosos, excepcionalmente los más competentes y honestos.
Aquellos que ladinamente ponen zancadillas a sus adversarios, anotan goles con
sus manos corruptas y engañan a los electores con sus mentes torcidas y
promesas demagógicas. En la cancha de fútbol es más difícil que esto suceda. Es
casi imposible ganar a punta de juego sucio y astucia, salvo que un equipo
compre al árbitro, como algunos políticos lo hacen con la justicia o los
electores. Pero en esta era de tecnología aplicada, con las ayudas milimétricas
del V.A.R[10], es
casi imposible que la trampa triunfe. Maradona no podría haber contado con “la
mano de Dios”[11] para
anotar su gol contra Inglaterra. Si en la política dispusiéramos del V. A. R y
viéramos todos los acuerdos y mangualas que tras bastidores hacen los políticos
profesionales, los compromisos que realizan con sus financiadores y potenciales
votantes, ellos no ganarían ninguna elección y probablemente la mayoría de los
partidos serían sancionados y expulsados por competencia desleal. No asistiríamos ingenuamente al festival de
las elecciones y seríamos mucho más responsables y exigentes en el ejercicio de
nuestra ciudadanía. Al menos, eliminaríamos fulminantemente del juego del poder
a quienes se dedican a robarse nuestra confianza, impuestos y violan las reglas
del juego limpio. Esto no sucede en una cancha de fútbol porque la competencia
es transparente y pública, se juega ante millones de espectadores, donde lo que
cuenta es la velocidad, habilidad y resistencia de todos los jugadores, como el
cumplimiento de las reglas y de las decisiones del árbitro. El domingo 18 de
diciembre veremos si la habilidad e inteligencia de Messi[12]
podrá vencer la velocidad y fuerza de Mbappé[13].
Si una selección totalmente gaucha podrá superar la intercultural del
seleccionado francés. De alguna manera, Argentina juega contra Francia y casi media
África. ¿Ganará el chovinismo criollo argentino o el interculturalismo
cosmopolita francés? Más allá del ganador, todos viviremos, disfrutaremos y
sufriremos una final vibrante, donde comprobaremos una vez más que somos una
especie radicalmente lúdica y pasional, subyugada por este juego pedestre que
nos paraliza cada cuatro años. Un juego donde 20 atletas, utilizando sus extremidades
más torpes y con grados diferentes de habilidad, velocidad, precisión y fuerza
buscan vencer, literalmente a patadas, a dos arqueros que solo con sus frágiles
e inteligentes manos saltan y vuelan como ángeles para atrapar o rechazar el
balón y evitar que se anide en sus redes. Quizá por eso el fútbol es tan
irresistible y su atracción incontenible: es la disputa de 20 jugadores a ras
de tierra por el control de un esquivo balón que los eleva al cielo de la
gloria cuando termina en el fondo de la red del adversario o los arrastra al
infierno de la derrota si se escapa de las manos de su arquero y de los botines
de sus delanteros. Por eso la definición de un mundial desde el tiro penal es
la agonía del purgatorio para los delanteros y la consagración del cielo para
los porteros. Ojalá ni Messi ni Mbappé vivan esa agonía y la copa se defina en
franca lid y no con un tiro de gracia desde los once metros[14].
El fútbol no precisa de héroes ni de villanos, tampoco la política, para celebrar
victorias o derrotas. Ambas precisan es de buenos jugadores y líderes
competentes al mando de sus equipos y partidos, pero sobre todo de entrenadores
exigentes y de ciudadanos conscientes, no de furiosas hinchadas, menos de
fanáticos seguidores o militantes fundamentalistas, dispuestos a morir o matar por
su equipo, selección o partido. Con esos comportamientos todos perdemos y nadie
gana, tanto en el fútbol como en la política. Algo que deberíamos tener
presente todos los colombianos y colombianas si queremos clasificar al próximo
mundial y transformarnos en una potencia vital, venciendo limpiamente en el
campo de juego de la política a la violencia, la guerra, la exclusión social,
la mentira chovinista de los líderes partidistas y la corrupción. Contamos con
menos de 4 años para ello. Cabezas, manos y pies a la obra. No hay tiempo para
la improvisación, ni el juego sucio y menos los autogoles. De todos depende la
clasificación y la convivencia nacional. Estamos en vilo todos, la Selección y
la Nación.
[1] https://www.muyhistoria.es/contemporanea/preguntas-respuestas/que-es-el-chovinismo-861598435902#:~:text=El%20chovinismo%20(o%20chauvinismo%2C%20si,nacional%20frente%20a%20lo%20extranjero.
[4]https://bolavip.com/co/qatar2022/El-reemplazo-de-Cristiano-en-Portugal-figura-triplete-y-es-el-show-en-Qatar-20221206-0019.html