DELIBERAR PARA DEJAR DE MATAR
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“Es más fácil
civilizar un militar que desmilitarizar a un civil”, Miguel de Unamuno.
Hernando Llano Ángel
La polémica entre el general Zapateiro y el candidato del Pacto Histórico
sobre la deliberación política partidista de los militares no debe ser
petrificada y mucho menos extraviada en procesos disciplinarios o penales, pues
de lo que se trata es, ni más ni menos, de la tensión más vital y también
mortal existente en toda democracia. La tensión entre el poder civil y el
militar, que no es nada distinto a las complejas y escabrosas relaciones entre
la política y la guerra, entre el poder y la violencia, entre las controversias
creadoras o las confrontaciones devastadoras. Una tensión que estamos muy lejos
de resolver democráticamente, como bien lo demuestran las reacciones de todas
las partes en esta controversia, pero especialmente las descarnadas, dolorosas
y reveladoras audiencias de la JEP en Ocaña[1]
entre algunos miembros del ejército nacional y familiares de las víctimas de
los “falsos positivos”. Los militares que han intervenido, reconocen su
responsabilidad por la ejecución de estos crímenes de lesa humanidad, mal
llamados “falsos positivos”, y expresan con sinceridad y dramatismo su
arrepentimiento y desvarío profesional ante los familiares de dichas víctimas
inocentes. Revelaciones que vale la pena ver[2],
así para algunos resulten inverosímiles, como el mismo expresidente Álvaro
Uribe[3] se
lo expresó al padre Francisco De Roux en audiencia de la Comisión de la Verdad,
no obstante haber sido el máximo responsable político de tales atrocidades,
pues era constitucionalmente el “Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas de
la República”, según el numeral 3 del artículo 189 de la Carta Política.
Además, porque dichos asesinatos se cometieron en cumplimiento de su mal
llamada estrategia de “Seguridad Democrática” y en desarrollo de la Directiva
029 de 2005[4]
del entonces ministro civil de defensa Camilo Ospina. Directiva que fijó con
precisión burocrática los incentivos administrativos, las condecoraciones y
hasta las remuneraciones monetarias por matar a quienes sospechaban o señalaban
los militares de ser terroristas y enemigos de la “Patria”. En dicha “campaña
patriótica”, hoy lo estamos viendo y conociendo sin esguinces y eufemismos,
fueron asesinados más de 6.400 colombianos inocentes. Todo lo anterior lo
sabemos gracias a la rigurosa investigación de la JEP. Ahora se comprenden
claramente las razones del desafecto y las críticas injustificadas del
presidente Duque y de todo el Centro Democrático hacia la JEP y la Comisión de
la Verdad. Gracias a dichas
instituciones, surgidas del Acuerdo de Paz, también hemos conocido la
responsabilidad insoslayable de las FARC-EP y de sus máximos comandantes en la
comisión de crímenes de guerra y de lesa humanidad, como los secuestros,
asesinatos de civiles, violencia sexual y reclutamiento de menores, que despojan
de toda dimensión revolucionaria y heroica ese pasado ignominioso. En gran
parte, tanta atrocidad revestida de falsos argumentos, como los oficiales de la
“defensa de la democracia más estable y antigua de Latinoamérica” o los
insurgentes de la lucha revolucionaria por la “justicia social y la soberanía
nacional”, nos demuestran la ausencia entre los colombianos de una auténtica deliberación
ciudadana democrática y su desplazamiento por el adoctrinamiento fanático en
torno a fetiches institucionales como el “Estado de derecho y la democracia” o
la fantasmagoría sangrienta de la “revolución socialista”. De allí, que sea tan
urgente y necesaria la deliberación democrática, sustentada en argumentos y no
en prejuicios, odios y espejismos doctrinales. Es urgente estimular esa
deliberación política, despojada de todo proselitismo partidista al interior de
la Fuerza Pública. Porque es precisamente por la ausencia casi total de esa
deliberación política democrática en los centros de formación de los miembros
de la Fuerza Pública, que vivimos inmersos en crisis humanitarias y
periódicamente se cometen crímenes de guerra y de lesa humanidad como los
“falsos positivos”[5]
y ahora la masacre de Puerto Leguízamo en la vereda El Remanso[6] en
Putumayo.
Es humano deliberar políticamente
Ya es hora de cuestionar y superar ese sofisma de estirpe liberal
constitucional (artículo 219 CP) que prohíbe la deliberación política a los
miembros de la Fuerza Pública porque la asimila, equivocadamente, a la
afiliación y la militancia partidista. Pero además porque parte de un supuesto
que es totalmente falso: la apoliticidad de los militares y policías. No existe
tal apoliticidad en ningún cuerpo militar en el mundo. Simplemente, porque
todos los militares defienden un Estado y un régimen político del que son parte
esencial, incluso la existencia del mismo fue consecuencia de la lucha política
y militar librada por sus antecesores. Al respecto, no sobra recordar la
célebre apología del libertador Simón Bolívar a la ciudadanía: “Yo
quiero ser ciudadano, para ser libre y para que todos lo sean. Prefiero
el título de ciudadano al de Libertador, porque éste
emana de la guerra, aquél emana de las leyes. Cambiadme,
Señor, todos mis dictados por el de buen ciudadano”[7].
Tal debería ser la primera consigna en la mente y el corazón de todos los
miembros de la Fuerza Pública, pero especialmente de los policías, “cuyo fin
primordial es el mantenimiento de las condiciones necesarias para el ejercicio
de los derechos y libertades públicas, y para asegurar que los habitantes
de Colombia convivan en paz”, según el artículo 218 de la Constitución.
Pero resulta que dicho espíritu y mandato constitucional ha sido históricamente
desconocido y violado consuetudinariamente por los presidentes de la República,
tanto en el pasado como en la actualidad. Para muestra de ello, los dos primeros
presidentes del Frente Nacional, Alberto Lleras Camargo y Guillermo León
Valencia, cuyo mal ejemplo se perpetúa hasta el presente.
Deliberar democráticamente para
no matar impunemente
Suele citarse con frecuencia el conocido discurso del entonces presidente
electo Alberto Lleras Camargo en el Teatro Patria en 1958[8],
dirigido a los militares, como una pieza oratoria ejemplar que fija las pautas
inalterables para una armoniosa relación entre el poder civil y el militar. De
allí, se derivan dos mitos que en realidad son mitomanías sangrientas: la
incuestionada civilidad de nuestros presidentes y la ejemplar civilidad de
nuestras fuerzas militares. La primera, es desmentida precisamente por la
Violencia, pero también por las frecuentes y casi interminables guerras civiles
durante el siglo XIX comandadas por líderes políticos civiles liberales y
conservadores, al extremo que comenzamos el XX con la “Guerra de los mil días”[9]
y continuamos el XXI con la derrota en el plebiscito del Acuerdo de Paz. Es,
pues, ejemplar la “civilidad belicosa” de nuestros dirigentes políticos y de la
mayoría de nuestros ciudadanos. Especialmente de aquella pírrica mayoría de
53.908 votantes que se enorgullece por haber ganado en el 2016 el plebiscito[10]
votando NO al Acuerdo de Paz. Según el
Centro Nacional de Memoria Histórica, “entre 1958 y 2012 el conflicto armado ha
causado la muerte de 218.094 personas, el 19%, que equivale a 40.787 muertos, fueron
combatientes. El 81%, que equivale a 177.307 muertos, fueron civiles”[11].
Esta es la “ejemplar democracia” que tenemos, sin duda la más sangrientamente
civilizada, tanática, bélica y fecunda en cavar trincheras y fosas comunes de
toda Latinoamérica, producto de la conducción civil del orden público por los
presidentes electos y de los ciudadanos que los respaldan periódicamente en las
urnas. Lo paradójico no es solo que todavía sobreviva incuestionada esta
mitomanía democrática en las urnas y que incluso se realicen eventos académicos
sobre ella, sino que aún se ignore y no se revele una polémica entre el poder
civil del presidente Guillermo León Valencia y el poder militar del entonces
ministro de Guerra, general Jaime Alberto Ruiz Novoa[12],
que culminó con la renuncia del general por haber deliberado políticamente. Y
su deliberación fue, aunque parezca increíble, haber pronunciado estas palabras
en un homenaje de la Sociedad de Agricultores Colombianos a las Fuerzas
Armadas, realizado en Bogotá el 27 de mayo de 1964: “Es evidente que las injusticias
sociales y económicas son tan generadoras de violencia como el bandolerismo
aparecido como secuela de la violencia política y que esta situación de
desequilibrio incide fundamentalmente sobre el orden público, cuyo
mantenimiento corresponde al Ministerio de guerra. Considero mi
deber contribuir a que esta situación no se repita, porque estoy
convencido que la única manera de evitar el progreso del comunismo es con la
aplicación de una fina sensibilidad social que reparta la riqueza
equitativamente y disminuya el abismo que hay entre las clases sociales en la
sociedad colombiana. Es urgente e inaplazable, modificar las
estructuras de nuestra sociedad. El gobierno está frenado por los sectores y
por las personas influyentes (Nieto, P. 2014. El reformismo doctrinario
en el Ejército colombiano: una nueva aproximación para enfrentar la violencia,
1960-1965. Historia Crítica, p. 155-176). Y, sin duda, “esos sectores y las personas
influyentes”, continúan frenando hasta nuestros días las reformas
estructurales que se requieren, como la Reforma Rural Integral del primer punto
del Acuerdo de Paz. Por todo lo anterior, son dichos sectores los que temen a
la deliberación democrática de los militares y pretenden tratarlos como lo
señalaba el general Álvaro Valencia Tovar en un editorial de El Tiempo, el 7 de
agosto de 1962, con ocasión de la celebración de un aniversario más de la
batalla de Boyacá: “Un soldado digno de ese nombre y particularmente ese soldado-ciudadano
de una democracia, no puede ser ni un mercenario indiferente al color de la
bandera que sirve, ni un esclavo que se utiliza sin su consentimiento” (Valencia citado en Nieto, 2014, p. 159). Y
lamentablemente esto último es lo que ha sucedido hasta la actualidad, como lo
demuestran los cerca de 6.400 “falsos positivos” y los letales operativos de
las Fuerzas Militares, siendo el más grave el del Palacio de Justicia el 6 y 7
de noviembre de 1985 por el número de víctimas y la aniquilación del Estado de
derecho, mediante la reducción a escombros del Palacio y la decapitación de la
cúpula del poder Judicial, con su presidente Alfonso Reyes Echandía. Semejante
derrota de la civilidad y triunfo de la barbarie militar se justificó con el
absurdo argumento de “mantener la
democracia, maestro[13]”,
expresado por el coronel Alfonso Plazas Vega, cuando justamente aniquilaba la
rama judicial y destruía su sede institucional. Sin duda, Don Miguel de Unamuno
tenía toda la razón cuando afirmó: “Es más difícil desmilitarizar un civil que
civilizar a un militar”, pues el entonces presidente Belisario Betancur[14]
asumió toda la responsabilidad de lo sucedido. Así como los máximos
responsables políticos de la degradación del conflicto armado interno en
nuestro país han sido los civiles y sus ejecutores los militares, todos
entonando al unísono la doctrina del “enemigo interno”, “la seguridad
nacional”, “la guerra contra el terrorismo” y recientemente la “seguridad
democrática”. Todos civiles. Desde los institucionales “democráticos” hasta los
insurgentes “revolucionarios” respectivamente, como Álvaro Uribe Vélez, pasando
por Manuel Marulanda Vélez e Iván Márquez con su “Nueva Marquetalia”, hasta
Iván Duque y su letal “paz con legalidad”[15],
que no ha impedido el medio centenar de líderes sociales asesinados en el
primer trimestre de este 2022. Por todo ello, es imperioso que los militares
deliberen democráticamente para que no sean convertidos en autómatas criminales,
instrumentalizados y sometidos a una obediencia ciega, semejante a ese “esclavo
que se utiliza sin su consentimiento” y comiencen a comportarse como
ese “soldado-ciudadano”,
en defensa de la democracia, que reclamaba el general Valencia Tovar. Ya la
Corte Constitucional en su sentencia C570-19[16] señaló:
“En conclusión, el principio constitucional de obediencia debida (Art.
91, CP) no implica un principio de obediencia ciega. Las personas que
hacen parte de las Fuerzas Militares no están obligadas a obedecer una orden que
implique una violación a los derechos humanos, una infracción al derecho
internacional humanitario -DIH-, o al derecho internacional de los derechos
humanos, pues, en estricto sentido, bajo el orden constitucional vigente esa no
puede ser una orden militar legítima”. Es urgente, pues, que todos los
miembros de la Fuerza Pública, en tanto ciudadanos, nunca dejen de deliberar y
jamás cumplan órdenes de disparar y matar a civiles inermes. Precisamente por
ello Don Miguel de Unamuno[17]
respondió a los gritos de “Viva la Muerte”, que coreaban los
nacionalistas y franquistas que acompañaban al general Millán Astray en el
paraninfo de la Universidad de Salamanca el 12 de octubre de 1936[18],
que lo que cuenta en la vida política de los pueblos es convencer y no vencer.
Y solo se puede convencer deliberando y persuadiendo con buenos argumentos,
mientras que para vencer basta la fuerza bruta, disparar y matar, que es lo
propio de los criminales de guerra y los dictadores, así se disfracen de
demócratas o se presenten como patriotas y líderes providenciales.
[1] https://www.bluradio.com/judicial/manchamos-los-nombres-de-estas-familias-militares-admitieron-responsabilidad-en-falsos-positivos-rg10
[3] https://www.elpais.com.co/colombia/las-revelaciones-de-alvaro-uribe-sobre-falsos-positivos-a-la-comision-de-la-verdad.html
[4] https://www.infobae.com/america/colombia/2021/02/19/este-fue-la-directiva-029-de-2005-que-reglamento-el-pago-de-recompensas-de-hasta-3800000-a-militares-por-capturar-o-dar-de-baja-a-guerrilleros/
[5] https://www.bluradio.com/nacion/caso-falsos-positivos-una-estructura-criminal-en-brigadas-militares-que-hoy-reconoce-la-verdad-pr30?utm_source=bluradio.com&utm_medium=referral&utm_campaign=push-notifications
[7] https://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/doctrina-del-libertador--0/html/ff6f5f94-82b1-11df-acc7-002185ce6064_30.html
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