lunes, enero 16, 2012

DE-LIBERACIÓN


(Exclusivo para revista EL CLAVO, edición 62, Dic 2011)





JUVENTUD, REBELDÍA Y POLÍTICA


Hernando Llano Ángel


No tiene mucho sentido hablar de la juventud en abstracto, sin tener en cuenta los ineludibles condicionamientos del tiempo y el espacio, aunados al género y la condición social. En nuestro caso, la ley 375 de 1977 encasilla la juventud entre los 14 y 26 años de edad, pero habría que intentar otros criterios para su comprensión y caracterización.

Uno de ellos es la rebeldía, como actitud de inconformidad y rechazo del mundo que se hereda de los adultos. Esa actitud permea todas las clases, géneros y etnias que cruzan a la juventud, al punto que incluso sobrepasa el criterio cronológico de la edad, pues aquel joven que vive por completo integrado e identificado con el estilo de vida, costumbres y valores de los adultos, queda inmediatamente por fuera de la “tribu” y se lo considera un desertor que ha ingresado prematuramente al bando de los “cuchos”. Sin duda, en todas las sociedades se percibe cierta hostilidad entre el mundo juvenil y el adulto. Por eso la juventud juega un papel crucial. Ella puede ser el relevo y la continuidad de un pasado vergonzoso o la superación del mismo, marcando así un nuevo comienzo y la construcción de una sociedad más amable y digna para todos sus miembros. Y es justo en esta tensión y coyuntura de transición donde los jóvenes se definen en relación con el segundo criterio mencionado, la política.

Al quedar los jóvenes situados en el terreno conflictivo de la política tienden a dividirse en varios bandos. En un extremo se agrupan los que radicalmente se oponen a lo existente y no ven otra opción que su destrucción o apropiación violenta contra aquellos que, situados en la otra orilla, por ser herederos o beneficiarios del presente, se preparan para su administración y defensa a muerte. Y en el medio queda una minoría que intenta su transformación y reforma gradual y la mayoría que se desentiende de la política por considerarla un juego sucio manchado de sangre, corrupción y desigualdades. Pero nadie puede escapar a las consecuencias de la política, sea joven o adulto, y menos en una sociedad como la nuestra, cruzada por un conflicto violento que tiende a polarizarla y dividirla en bandos irreconciliables. En tanto la juventud asume la vida con mayor intensidad, emotividad y pasión, cuando se compromete con la política lo hace por lo general en forma visceral e incondicional. El resultado de estas actitudes radicales y desesperadas, es la desaparición temprana y violenta de miles de jóvenes, paradójicamente por sus ansias de vivir y deseos incontenibles de un mejor presente. Son los jóvenes quienes mayor número de víctimas cobra nuestro conflicto armado y la llamada violencia social, justamente porque son quienes más aman la vida y no quieren esa muerte lenta, de todos los días, que administran resignadamente los adultos. Se convierten, entonces, en víctimas y verdugos de su propia generación. Terminan siendo guerreros implacables que no conocen ningún límite y mueren precozmente, apenas sin haber vivido. En algunas circunstancias actúan como rebeldes, en otras como contrarrevolucionarios o simplemente como sicarios. Pero en cualquiera de los roles que desempeñen, es claro que militan en las filas de la muerte, aquella que niega el presente de su juventud y el futuro de todos. En lugar de ser el eslabón de la vida, que articula las generaciones pasadas con las futuras, se convierten en piezas de una cadena que nos ata a todos a la violencia y la muerte. Ser lo uno o lo otro depende, en gran parte, de la forma como los mismos jóvenes asuman politicamente su inconformismo y rebeldía

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