viernes, octubre 17, 2025

GIVE PEACE A CHANCE

  

“Give Peace a chance”

https://elpais.com/america-colombia/2025-10-17/give-peace-a-chance.html

https://blogs.elespectador.com/actualidad/calicanto/give-peace-a-chance/

Hernando Llano Ángel.

Al parecer Trump escuchó la canción de Lennon y decidió forzar a Netanyahu para que aceptara la primera fase del Acuerdo de Paz, pues el estropeado oído del primer ministro israelí solo escucha las detonaciones, explosiones y la destrucción causada por los misiles lanzados contra miles de palestinos indefensos, desplazados y masacrados sistemáticamente durante dos años. Así Netanyahu convirtió la Franja de Gaza en una especie de Auschwitz a cielo abierto, profanando la memoria de sus antepasados y deshonrando la grandeza del legado cultural del pueblo judío, con mentes pluralistas y sabias como las de Einstein, Arendt y Amos Oz, que alertaron a tiempo al mundo sobre el peligro de ese sionismo nacionalista fanático. Seguramente que hoy Netanyahu los tildaría de antisemitas. El oído de Netanyahu fue clausurado totalmente al sufrimiento de los palestinos y dañado irreversiblemente en su obsesión por aniquilar a Hamás y cobrar así venganza por su terrorífica matanza del 7 de octubre de 2023.  Aunque, sin duda, en este caso el coro de los mandatarios de las naciones árabes, especialmente la voz firme de Catar contra la perfidia de Netanyahu al bombardear en Doha a los delegados de Hamás, resultó ser más poderosa e influyente que la voz de Lennon a los oídos de Trump.

Una canción que todavía resuena

“Give Peace a Chance”[i] es una canción que poco le debe rimar a Trump y retumba desde 1969 cuando la compuso Lennon, encamado con Yoko Ono, contra la genocida MAGA de entonces, ensangrentada y luego derrotada en Vietnam. Por eso la pareja de artistas le sugirió al mundo “hacer el amor y no la guerra” y su canción se convirtió en un himno pacifista planetario. Por ironías de la historia, hoy la escucha selectivamente Trump, pero solo por su oído derecho siempre atento en el Oriente Próximo. Por el contrario, su oído izquierdo, muy cercano al mar caribe, prefiere escuchar los misiles que su avanzada militar lanza contra embarcaciones y civiles indefensos, bajo el pretexto de proteger a la juventud norteamericana de los despiadados y peligrosos narcoterroristas del sur que la envenenan, como si estos jóvenes no demandarán compulsivamente más drogas para escapar del sórdido reino de MAGA. Porque el campo en que los narcoterroristas siempre ganan es en la mente de sus consumidores, que no pueden vivir sin drogas. No se ganará la guerra con más extradiciones o intervenciones militares, sino con menos adicciones a sustancias cada vez más mortíferas y costosas como el fentanilo, demandadas por millones que al parecer no soportan el peso de tanta realidad y los extravíos del delirante sueño consumista de Maga.

Invirtiendo en la Paz

En ambos casos, tanto en Gaza como en Venezuela, lo que escuchan atentamente los oídos de Trump no es la polifonía de la paz de los pueblos y su autodeterminación democrática, sino la cacofonía de los negocios, las inversiones y el futuro de la “Riviera del Oriente Próximo”, junto a las reservas incalculables de petróleo en Venezuela. No olvidemos que uno de los verbos preferidos de Trump, propio de su procaz vocabulario y su ambicioso horizonte político empresarial es “perforar, perforar y perforar”, como también asegurar y consolidar futuras inversiones familiares en complejos hoteleros y campos de golf probablemente en Gaza, Ucrania y hasta Venezuela. De allí su afinidad con Putin, otro jefe de Estado ambicioso, auspiciador de la corrupción y mafias, que consideran a la rica Ucrania tan cercana y querida a sus intereses como ahora lo hace Trump con Venezuela, quien parece añorar y encarnar ese sueño imperial de “América para los americanos” con sus lemas de campaña America First y Maga, convertidos en consignas injerencistas de guerra contra el narcoterrorismo. No le vaya a suceder que su guerra contra el “cartel de los soles” se convierta en un eclipse total de su política internacional para Latinoamérica y el fin de su aureola de pacifista histórico.

La “MAGALOMANIA” de Trump

De la “MAGAlomania” nacional de Trump y su megalomanía personal solo cabe esperar esa combinación tan incierta como atroz de la guerra con la paz, que ya nos ha demostrado con creces en tan poco tiempo. Unas veces azuzando a Netanyahu para “que termine su tarea en Gaza”, y otras humillando a Zelenski para que claudique ante Putin. Está claro que Trump no es un hombre de paz sino de negocios y que su estilo es la amenaza y el chantaje de los aranceles, el insulto, la humillación de sus adversarios y la violencia en todas sus formas: simbólica, estructural y directa. Es la encarnación del “estadista forajido y tramposo”, camuflado tras el nacionalismo arrogante de America First y el fracaso histórico de MAGA. Por eso su máxima aspiración narcisista es obtener el premio Nobel de Paz, para lavar su pasado de aventuras lascivas, su prontuario de empresario delictuoso y presente belicoso con su nuevo Departamento de Guerra. Es de esperar que los académicos noruegos no se dejen presionar durante el 2026 por el poderoso lobby de sus socios y cómplices, como Netanyahu y el corifeo de la OTAN, que lo adula y elogia como el estadista de la época. Por tanta claudicación y contemporización con esa facción facinerosa del partido republicano que lidera Trump y gobierna desde Washington vivimos en una época vergonzosa en la que predominan los poderes del odio, la mentira y la codicia. Poderes que siempre precisan de las armas y la violencia para triunfar. Por eso Trump se ensaña contra los migrantes y sus propios ciudadanos, enviando la Guardia Nacional a Los Ángeles y Chicago, ciudades demócratas que se rebelan contra su autoritarismo. La emprende contra la autonomía crítica de las universidades y hasta lanza una cruzada contra la salud pública, reduce los presupuestos sociales y cercena de muerte a USAID. En fin, asistimos a la agonía de la república norteamericana y el surgimiento de una cacocracia de tecnócratas impunes. Con mayor razón ahora que cuenta con el respaldo de esa tecnocracia capitalista de punta, tan ambiciosa como inescrupulosa, capaz de crear realidades paralelas con la ayuda de la IA y casi manipular a su antojo la conciencia y libertad de millones de internautas y ciudadanos. Así cada día hackean sistemáticamente millones de cerebros a punta de algoritmos y prejuicios atávicos propios de la supremacía blanca y su pretendida superioridad moral de la libertad y la igualdad, valores prostituidos por el mercado en nombre de la democracia.

La agonía de la democracia

Esa tramoya de realidades virtuales, nada virtuosas, está minando la existencia de una ciudadanía deliberante y crítica, la única reserva con que cuenta la democracia hoy para resistir y sobrevivir. Si no logra resistir y persistir, implicaría la desaparición completa del Demos y por consiguiente la muerte de la democracia, como sucede en la actualidad con Trump y en otras latitudes del mundo. Es una reserva ciudadana, por cierto, cada vez más asediada por líderes populistas y fanáticos, plenos de certezas salvíficas que no pasan de ser formulas profundamente antidemocráticas como el nacionalismo, la xenofobia, el racismo y la mercadocracia. Hoy banderas de una derecha altisonante, arrogante e ignorante que cada día gana más elecciones desde el norte hasta el sur y nos sume en crisis galopantes y apocalípticas[ii]. En primer lugar, con la Conquista o Victoria de MAGA, el caballo blanco de Trump; luego con las Guerras, el caballo rojo de todos los nacionalistas; continuando con el Hambre, ese caballo negro de mercaderes insaciables y culminando con la Muerte, el caballo pálido de las plagas, desastres y pandemias, consecuencia del ecocidio planetario, que en forma eufemística conocemos como crisis climática y ebullición del planeta. Cuanta falta nos hacen hoy miembros del Club de Corazones Solitarios como Gandhi, Mandela, Martin Luther King, Camus, Arendt, Amos Oz, junto a tantos otros, acompañados por las voces de John Lennon, George Harrison y los millones de oídos atentos y conciencias despiertas de esas generaciones que los escucharon, acompañaron y protestaron masivamente, legándonos un mundo mejor y más humano. Un mundo que estamos dejando perder, sumidos en nuestras burbujas de cibernautas narcisistas atrapados en likes, selfies y múltiples aplicaciones, adormecidos en nuestra autocomplacencia consumista y arrastrados por el flujo de mentiras y sandeces que circulan por las redes sociales.

 



lunes, octubre 06, 2025

MÁS ALLÁ DE LAS SANCIONES PROPIAS DE LA JEP

 

 

MÁS ALLÁ DE LAS SANCIONES PROPIAS DE LA JEP

https://blogs.elespectador.com/actualidad/calicanto/mas-alla-del-terrorismo/

 

Hernando Llano Ángel.

Las recientes sanciones propias, consistentes en Trabajos Obras y Actividades con contenido Restaurador-reparador (TOAR)[i], impuestas por la JEP a los miembros del extinto Secretariado de las Farc-Ep y a los agentes de la Fuerza Pública por sus responsabilidades en la comisión de crímenes de guerra y de lesa humanidad están condenadas a la incomprensión. En gran parte, porque ellas interpelan y cuestionan nuestro sentido de la justicia, pero sobre todo nuestra valoración sobre la responsabilidad de sus numerosos actores implicados. La responsabilidad tanto de los máximos comandantes o determinadores como la de sus subordinados o directos ejecutores. Las primeras en rechazar y considerar dichas sanciones como una afrenta fueron las víctimas, pues muchas de ellas están a la espera de toda la verdad sobre lo sucedido y padecido por sus seres queridos. Especialmente los familiares de aquellas víctimas cuyos cuerpos no han aparecido después de ser secuestrados por las Farc o de haber sido ejecutados extrajudicialmente por miembros de la Fuerza Pública. Además, encuentran esas sanciones propias o TOAR como totalmente inadecuadas dada la gravedad de los crímenes cometidos. No les reconocen capacidad alguna para reparar el daño sufrido y mucho menos para restaurar el trauma que han vivido por la falta de verdad en las versiones de sus victimarios y de reparaciones específicas en cada uno de sus casos.

La paradoja de las sanciones propias

Sin duda, no existe sanción, pena o castigo que pueda resarcir el dolor y la pérdida causada en esos casos. La muerte violenta y la desaparición son irreversibles e irreparables. Aunque para muchos la pena capital de los victimarios sería un alivio, si el artículo 11 de la Constitución no la prohibiera. Sin embargo, tampoco ella con su contenido letal de ajuste de cuentas logra reparar, compensar o cerrar la herida causada. Con mayor razón cuando esa pérdida del ser querido se origina en el marco de un conflicto armado interno profundamente degradado, en donde ya es casi imposible separar los móviles políticos de los particulares y hasta la misma identidad de los victimarios es incierta y cambiante. La única identidad cierta es la de la víctima civil inerme, pues en medio del fuego cruzado y de múltiples intereses camuflados, es casi imposible identificar quién disparó, desapareció, violó y desplazó en beneficio de qué o de quiénes. En todos estos casos nos encontramos con la paradoja resaltada por Hannah Arendt sobre los crímenes de lesa humanidad cometidos por el nazismo al señalar que: “Es muy significativo, elemento estructural en la esfera de los asuntos públicos, que los hombres sean incapaces de perdonar lo que no pueden castigar e incapaces de castigar lo que ha resultado ser imperdonable”. Es lo que sucede con las sanciones propias impuestas por la JEP. Ellas son incapaces de castigar lo que ha resultado ser imperdonable. Así como también para la mayoría de las víctimas resulta imposible perdonar, pues consideran que las sanciones propias de la JEP dejan sin castigo esos graves crímenes. Ante semejante encrucijada la JEP y sus sanciones propias (TOAR) parecen condenadas al fracaso y la incomprensión. Solo queda la posibilidad de que las víctimas, en el fuero interno de su sufrimiento, decidan perdonar como una expresión de la “soberanía de su yo”, según la expresión del filósofo Javier Sádaba y se liberen así del yugo del victimario.

TOAR, Convivencia y Reconciliación nacional

Mucho más incierto es el alcance de las TOAR en el camino de la convivencia y la reconciliación, aquella relacionada con la incorporación a la sociedad y a la actividad política de los máximos responsables de dichos crímenes, como los extintos miembros del Secretariado de las Farc-Ep, pues el daño causado a cientos de miles de víctimas civiles solo genera repudio y rechazo social generalizado. De allí, que en las últimas elecciones para Congreso hayan alcanzado el respaldo de apenas cincuenta mil votos[ii] y seguramente queden condenados al ostracismo de la representación política en la legislatura del próximo cuatrienio, pues ya desaparecen sus 10 curules reconocidas en el Acuerdo de Paz.

Ciertos crímenes sí pagan

Entonces estamos frente a una paradoja todavía mayor, pues aún millones de votantes no aplican igual sanción o condena contra aquellos políticos y líderes que han ganado sus curules y edificado sus fulgurantes carreras políticas siendo complacientes, cuando no cómplices, con miembros de grupos paramilitares o políticas gubernamentales que derivaron en crímenes de lesa humanidad, como los “falsos positivos”. Paradoja que en parte se explica porque dichos “ciudadanos de bien” consideran que tal violencia es buena, justa y hasta legítima en tanto protege sus vidas e intereses más preciados. Y mientras persista ese maniqueísmo en la vida política nacional y no se condene unánimemente el uso de la violencia con fines políticos, ya sea contra el statu quo o en su defensa sin límites, jamás los jueces, sean de la JEP u otras jurisdicciones, podrán impartir justicia. No se les puede exigir que pongan fin con sus sentencias a un problema esencialmente político, cuya expresión es una violencia crónica y degradada anidada tanto en la mente de los ciudadanos que la ven como natural, incluso necesaria para alcanzar la paz, sin importar el número de víctimas y atrocidades que genere, como arraigada en las economías ilícitas y los entramados institucionales de corrupción que dinamizan cada cuatro años el triunfo de aquellos candidatos más hábiles y audaces en hacer coaliciones con dichos poderes de facto y gobernar impunemente. Entre los más de cien precandidatos y precandidatas inscritos, sobresale Abelardo de la Espriella, quien fuera acucioso abogado de Alex Saab[iii], pero hoy se presenta como un implacable perseguidor de los corruptos y afirma que, de ser electo presidente, Bukele quedaría como un Boy scouts frente a las medidas que él tomaría contra el crimen organizado. ¿Qué pensará al respecto Salvatore Mancuso, su viejo buen amigo?[iv]

La Justicia como guerra inconclusa

Todo ello sucede por una obsesión política histórica, social e institucional que se prolonga hasta nuestros días y es pretender derrotar y condenar draconianamente en los tribunales a quienes el Estado no pudo vencer militarmente o garantizarles, después de desarmarlos, su derecho a la vida y la participación política, como fue el caso de Carlos Pizarro y tantos otros en el pasado. Por eso hoy muchos le exigen a la JEP condenas, ojalá perpetuas, contra los máximos comandantes de las Farc-Ep, pero al mismo tiempo absoluciones, indultos o amnistías para los “héroes militares” que cometieron excesos, como miles de ejecuciones extrajudiciales. Menos aún que la JEP persista en avanzar en la búsqueda de responsabilidades en mandos superiores de la “exitosa” política de “seguridad democrática” y la circular 29 que derivó en los “falsos positivos”. Todos ellos olvidan que la JEP tuvo su origen en un Acuerdo de Paz que estableció una justicia transicional y restaurativa. Transicional porque ha permitido el tránsito de la guerra y el crimen hacia la paz política, posibilitando que los que ayer desde el Secretariado ordenaban secuestrar, extorsionar, disparar y matar, hoy debatan y convivan con los que consideraban enemigos oligarcas a vencer, doblegar o aniquilar. Compromiso que han cumplido como reincorporados, a pesar de haber sido asesinados más de cuatrocientos firmantes del Acuerdo de Paz desde el 2016[v]. Y es una justicia restaurativa, porque su primer compromiso como victimarios fue asumir plenamente la responsabilidad por los crímenes cometidos, contando toda la verdad de lo sucedido a los familiares de las víctimas y restaurándolas, en la medida de lo posible, evitando la repetición de más atrocidades. Es este el mayor logro y a la vez desafío actual de las sanciones propias, pues imponen a los responsables de los crímenes de lesa humanidad, tanto excomandantes de las Farc como a los exmilitares, Tareas, Obras y Actividades para encontrar las personas desaparecidas después de ser secuestradas o ejecutadas extrajudicialmente. Esto no reparará el dolor de los familiares, pero les permitirá con sus honras fúnebres cerrar el duelo interminable de la incertidumbre y restaurar la dignidad de sus seres queridos.

Los “Justos” y “ciudadanos de bien” contra la JEP y las sanciones propias

El expresidente Iván Duque, como representante de quienes ganaron el plebiscito y rechazaron de plano el Acuerdo de Paz, hizo hasta lo imposible para retrasar el funcionamiento de la JEP. El expresidente Uribe desconoció la legalidad y la legitimidad de la Comisión para el esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la no Repetición frente al padre Francisco de Roux, S.J, su presidente. Incluso hoy vuelve a poner en duda la ocurrencia de los mal llamados “falsos positivos”, reconocidos por los militares que han sido condenados, pues dice que lo han hecho embaucados para obtener los beneficios de las sanciones propias. Algo apenas comprensible en quien negó la existencia del conflicto armado interno, pero fue un entusiasta promotor de la “seguridad democrática”, la “operación Orión” en la comuna 13 de Medellín, la circular 29 y arengaba al general Padilla en un Consejo Comunal realizado en Aracataca el 14 de Abril de 2007: «General Padilla: que critiquen lo que critiquen, que se venga el mundo encima, pero bajo mi responsabilidad política, acabe con lo que queda de las Farc, que es la hora de hacerlo. General Padilla: que se venga el mundo encima, que critiquen lo que critiquen, pero bajo mi responsabilidad política, proteja a Cali, saturando a Anchicayá y el área de influencia de comunidad rural en construcción de confianza con la Fuerza Pública”. Las cuales son dos gravísimas infracciones al DIH: ordenar la tierra arrasada o guerra sin cuartel y desconocer el principio de distinción entre población civil y combatientes, como hoy lo hace Netanyahu contra los palestinos en la Franja de Gaza para acabar con Hamas. Quizá por ello, una de las banderas y obsesiones de quienes lo acompañan sea desmantelar la JEP si su candidato de “gran coalición nacional” gana la presidencia, pues así nunca conoceremos los máximos responsables que desde el entramado institucional y estatal han ordenado y perpetrado, en nombre de la “democracia”, esta hecatombe nacional de crímenes de lesa humanidad con total impunidad. No por casualidad el coronel (r) Alfonso Plazas Vega, ese valeroso defensor de la democracia y de la “rama jurisdiccional”, uno de sus incondicionales protegidos, resguardó el Palacio de Justicia hasta su completa incineración el 6 y 7 de noviembre de 1985 e ignoraba si el entonces presidente de la Corte Suprema de Justicia, el magistrado Alfonso Reyes Echandía, estaba o no dentro del Palacio, junto a otros magistrados y cientos de civiles, pues él solo recibía y cumplía órdenes para “mantener la democracia” y en funcionamiento las ramas del poder público. Poco importaba el sacrificio de la cúpula de la rama judicial, la muerte de los rehenes, la desaparición y ejecución de civiles inermes y hasta su posterior reingreso al Palacio, como sucedió con Carlos Horacio Urán Rojas[vi], magistrado asistente del Consejo de Estado, hechos por los cuales el Estado colombiano fue condenado por la Corte Interamericana de Justicia, sentencia cuyo cabal cumplimiento está en mora. Para todos los responsables de semejante hecatombe, empezando por el M-19 y su delirante juicio contra el presidente Belisario Betancur, como para las Fuerzas Armadas, se trataba de un ajuste de cuentas cuyo precio pagaron con sus vidas más de cien civiles, como se puede apreciar en la película NOVIEMBRE, actualmente en cartelera. Hay que verla para comprender desde el bombardeado y derruido baño del Palacio de Justicia la agonía y muerte de sus ocupantes para que no repitamos tan macabra “salida” militar durante los próximos cuatro años.