DE-LIBERACIÓN
SUCUMBÍOS DEL ESTADO COLOMBIANO
(Marzo 26 de 2008)
Hernando Llano Ángel.
En ciertas ocasiones los nombres parecen predestinados para revelarnos el sentido profundo de la realidad. Tal es el caso de “Sucumbíos”, aquel lugar donde la vida internacional del Estado de derecho colombiano sucumbió y se enseñoreó en territorio ecuatoriano como una presencia mortífera de facto. Pero no se trata aquí de volver sobre lo que es evidente y se celebra como el mayor éxito de la “seguridad democrática”, el abatimiento de Raúl Reyes y cerca de 25 de sus acompañantes. Más bien se trata de reconocer que lo que ha sucumbido es la misma noción de la realidad política, arrasada por la lógica mortal e irreversible de una guerra que niega la misma existencia jurídica de los Estados al desconocer las fronteras como límites de su actuación legal y ámbito exclusivo de su soberanía política. El resultado de semejante desvarío, inspirado en el sofisma de la “guerra preventiva” contra el terrorismo y el supuesto triunfo inobjetable de la democracia, está en el sucumbíos internacional de Irak. Tras cinco años de ocupación militar norteamericana no florece allí propiamente la democracia.
Hoy Irak es el más dantesco cementerio de la humanidad: han perecido cerca de 600.000 personas, de las cuales 140.000 son civiles; 4.500.000 iraquíes han sido desplazados internamente y vagan como fantasmas por su territorio y cerca de 2.000.000 han logrado huir al exterior. Semejante paisaje de desolación y muerte es una prueba de que “Esta guerra ha sido noble, justa y necesaria”, según la declaración de George W Bush, al cumplirse el primer lustro de su epopeya civilizadora. Las estadísticas confirman el tamaño de su mentira, erigida en verdad oficial y vergüenza de la “política internacional” norteamericana: en la actualidad 6.000.000 de iraquíes requieren atención humanitaria urgente; se han inmolado 1.121 kamikazes, convirtiendo su humanidad en terror mortífero; el 70% de la población carece de agua potable y el 80% de alcantarillado. Semejante infierno “democrático” instaurado en suelo iraquí, cuenta con apenas el 38% de respaldo de los estadounidenses, según los últimos sondeos de opinión.
Algo similar, guardadas las proporciones de la mentira y el horror, nos sucede con los éxitos de la política de la “seguridad democrática”, pues en el ámbito internacional ella se ha convertido en la expresión más elocuente de un Estado que ha sucumbido en el campo de la ilegalidad y se ha transformado en una especie de maquinaria mortífera, que incluso elude el combate en su propio territorio y opta por financiar mercenarios para reclamar victorias tan oscuras y profundas como el sueño de sus enemigos. A este punto hemos llegado, conviene recordarlo, porque la política de “seguridad democrática” está inspirada por inteligencias superiores como la del Presidente Uribe y mentes tan obtusas como la de su asesor de cabecera, José Obdulio, que en su obsesión por negar el conflicto interno lo han desplazado más allá de nuestras fronteras. Hoy la realidad les da la razón: hemos perdido el control del conflicto y él ya tiene un carácter más internacional que doméstico, con el agravante de ser rechazados en todo el continente, salvo la vergonzosa excepción de George W Bush que, como en el lejano oeste, dispara y ocupa territorios preventivamente sin la menor consideración por la vida, seguridad y libertad de la población civil, como acontece en Irak.
Una consecuencia parecida, también guardando las proporciones, produce la política de “seguridad democrática” en nuestras relaciones con Ecuador, pues según ACNUR cerca de 250.000 colombianos han buscado refugio en el vecino país en los últimos cinco años y de estos 32.000 han solicitado su reconocimiento como refugiados, pero sólo 12.000 lo han obtenido. No deja de ser una amarga y cruel ironía que en reconocimiento a dicha hospitalidad, la “seguridad democrática” haya sido tan efectiva militarmente en territorio ecuatoriano como poco eficiente en el nuestro, sobre todo para garantizar la vida y los derechos sociales y económicos de quienes han tenido que abandonar su terruño. Por último, la mayor paradoja de la “seguridad democrática” en su renuencia obstinada por reconocer el carácter del conflicto interno y a las FARC como grupo irregular, es que tanto la Resolución de la OEA como la del Grupo de Río terminaron haciendo tal reconocimiento, dejando así al menos un resquicio para retomar la senda del acuerdo humanitario y una eventual liberación de todos los secuestrados, como preámbulo necesario para la búsqueda de horizontes políticos que impidan un sucumbíos generalizado de la vida y la libertad en la región andina, como hoy sucede en forma terrorífica en Irak y el Oriente Medio gracias a la guerra preventiva de George W Bush.