lunes, septiembre 27, 2010

DE-LIBERACIÓN
Septiembre 26 de 2010

El Mono Jojoy: Más allá del símbolo del terror

(http://calicantopinion.blogspot.com)

Hernando Llano Ángel.

El presidente Juan Manuel Santos anunció en tono exultante, desde las Naciones Unidas, que con el abatimiento del Mono Jojoy se aniquilaba el símbolo del terrorismo en Colombia. Ante una reunión con empresarios y potenciales inversionistas en Colombia, comparó la muerte de Jojoy con una hipotética aniquilación de Osama Bin Laden por parte del ejército norteamericano.

Más allá de los símbolos

Ambas apreciaciones denotan, por decir lo menos, una comprensión ligera del terrorismo. Si bien es cierto que los símbolos en los conflictos políticos juegan un papel determinante, también lo es que ellos no agotan toda la realidad de la que hacen parte y apenas son su expresión más extrema. Particularmente en el caso de Jojoy, el mejor exponente de la violencia y el revanchismo belicista de las Farc, cuyas acciones en la mayoría de los casos fueron retaliaciones mortales que expandieron una onda de destrucción, muerte, miedo y terror en toda la población. Por entrevistas que concedió en el Caguán, ahora sabemos que si no hubiera sido guerrillero habría estudiado Ciencia Política. Entonces seguramente hubiese comprendido, leyendo a Hannah Arendt, que la máxima preocupación de esa disciplina es el estudio del poder para contener la más peligrosa y mortal de todas las amenazas que se cierne sobre la vida y el progreso de las comunidades, como es la violencia arbitraria e indiscriminada, que precisa tanto más de armas cuanto menos gente convoca para su causa.

De la violencia estructural a la directa

Lamentablemente la violencia estructural, aquella que determina el mayor o menor acceso de la población a recursos cruciales, como la educación, y el entorno familiar en que creció Víctor Suárez Rojas --hoy sabemos que su madre le preparaba la comida al Secretariado de las Farc-- lo convirtieron con el correr de los años en el temible y odiado Mono Jojoy. Se transformó así en un habilidoso estratega de la violencia directa y en un torpe aprendiz del poder político, pues sus relaciones con la gente siempre estuvieron mediadas por las armas y las órdenes, antes que por la deliberación y la concertación. Su aprendizaje fue el de la obediencia y luego el ejercicio del mando, el del orden cerrado propio de la violencia eficaz de los ejércitos, no el de la discusión abierta y la controversia con el contrario, consubstancial a la política. Quizá por eso su obsesión fue más vencer que convencer, no tanto conciliar sino más bien negar y someter al contrario, como lo hizo en forma despiadada mediante la práctica sistemática del secuestro de políticos. Su periplo vital y mortal estuvo determinado por la violencia, al punto que su identidad era indisociable de la tenencia y el uso de las armas, como se lo expresó a la periodista María Cristina Botero: “El día que entregue el fusil nadie va a querer hablar con nosotros, ni los periodistas. Sería un pobre pendejo. Sería la paz de los muertos, porque nos bajarían de una vez. Si estamos vivos es porque tenemos fusil”. Su violento final, demuestra el error mortal en que vivió.

La impotencia de la violencia

Una muestra más de la impotencia de la violencia cuando está divorciada del poder político, pues como bien lo expresó Arendt la esencia del poder es “la capacidad humana para actuar concertadamente” y por lo tanto él no pertenece a nadie en particular, mucho menos a caudillos o vanguardias iluminadas o armadas, sino a toda la comunidad, que lo ejerce tanto más efectivamente cuanto más es fruto de múltiples acuerdos y no de la imposición de voluntades minoritarias. Por eso todos aquellos que aspiran a “tomarse el poder” terminan ahogados en sangre, al igual que quienes pretenden conservarlo y retenerlo por la fuerza, como los Batista, Somoza o Duvalier. Por lo anterior, cuanto más poderosa es una comunidad menos violencia requiere para su seguridad y prosperidad, pues su orden está basado en la confianza generada por palabras y promesas que se cumplen y no en el temor a los castigos o el premio a las recompensas y las delaciones, como lamentablemente nos sucede en Colombia.

La violenta demagogia electoral

Precisamente por la crónica demagogia electoral de varias generaciones de Presidentes liberales y conservadores hablando de equidad, democracia, participación y paz, pero gobernando en sentido contrario, es que hoy tenemos como contrapartida un gasto militar exagerado en seguridad, en pago de recompensas y en subsidios para comprar ese déficit de poder político de unas mayorías que todavía no concurren a las urnas, porque sus intereses y reivindicaciones mas vitales han sido burladas históricamente. No hay que olvidar que los magnificados nueve millones de votos de Santos, apenas son el 30% del censo electoral, que es de 30 millones de ciudadanos. Así las cosas hemos terminado malviviendo entre dos extremos: el de un poder institucional que cada vez derrocha más en violencia, bajo el eufemismo de la “seguridad democrática”, y el de unas minorías revanchistas que cada vez recurren más a la violencia por ausencia de poder, bajo la coartada de la “justicia social”. Hemos alcanzado tal extremo de degradación política, que su semántica oculta lo que los hechos revelan: al asesinato de civiles se lo llama “ajusticiamiento” o “falso positivo” y al secuestro “retención” o “prisionero de guerra”. Por eso hoy se busca la paz a través de la guerra y la institución que goza de mayor credibilidad y reconocimiento es la Fuerza Pública, mientras la más desprestigiada y repudiada es el Congreso. Una especie de venganza y triunfo póstumo de la doctrina Jojoy, pues las armas y la violencia terminan imponiéndose sobre la política y el poder, con todo lo efímero que tiene un triunfo militar sin amplio sustento político y social. De profundizar semejante dinámica pronto llegaremos a pensar que nuestro principal problema, la violencia política degradada, se solucionará con más fuerza y más heroísmo de nuestros abnegados policías y soldados, sin importar el costo en vidas humanas, hasta vencer o eliminar el último terrorista, pues ya se ha ultimado a su máximo símbolo.

¿El fin o el comienzo del terrorismo generalizado?

Por todo lo anterior, vale la pena citar a Michael Walzer y su lúcido análisis sobre el terrorismo, cuando advierte que: “En la guerra, el terrorismo se asocia con la exigencia de una rendición incondicional y, del mismo modo, tiende a descartar cualquier clase de arreglo mediante compromiso” . Tal parece ser el punto en que nos encontramos, pues desde las páginas de la gran prensa, analistas y columnistas de opinión demandan el abatimiento de “El que sigue” (revista Semana, edición actual), en tanto “la experiencia muestra que toda rendija para la negociación alienta a los grupos terroristas” (Humberto De la Calle, en El Espectador). Cabe esperar que predomine la razón y no sólo la fuerza en la consigna presidencial y que el Secretariado de las Farc tenga la suficiente lucidez para enmendar su error y horror histórico de confundir la violencia con el poder y empezar así a salir de la manigua de la guerra en la que están extraviados, cuyo único horizonte vital es la política y no el mortal del terror y el secuestro. La mejor forma de hacerlo sería liberando a los miembros de la Fuerza Pública, con la mediación del CICR y la Iglesia Católica, pues la condición previa para la existencia de la política es la libertad. Pero si ambas partes persisten en lo contrario, no estaremos en el comienzo del fin, sino más bien en el principio de un terrorismo generalizado, al estilo del auspiciado por Pablo Escobar, que paradójicamente culminó cuando coronó en el artículo 35 de la Constitución su máxima aspiración: “prohibir la extradición de colombianos por nacimiento”.

Hace ya casi 25 siglos, en el Dammapada (XV, 5, 201), se escribió la siguiente admonición: “El que vence engendra odio, el que es vencido sufre; con serenidad y alegría se vive si se superan victoria y derrota”. Si bien no es realista aspirar a este misticismo ético en la política, también lo es que la política deja de existir cuando ella se ejerce como una doctrina de odio y aniquilación, pues toma su lugar la denominada guerra contra el terrorismo y basta mirar sus resultados en Irak, Afganistán y todo el Oriente Medio. ¿Será inevitable degradarnos más en nombre de una supuesta superioridad moral para vencer el terrorismo? ¿Acaso una victoria militar significa por sí sola superioridad moral? En tal caso el triunfo sería un horror y el vencedor sería el terror, no la democracia y mucho menos la paz. No olvidemos que Jojoy es un hijo histórico de esa paz proclamada por Guillermo León Valencia en su gobierno de 1962 a 1966.

lunes, septiembre 13, 2010

DE-LIBERACIÓN
(Septiembre 12 de 2010)

http://calicantopinion.blogspot.com

DIATRIBA DE UN CÍNICO RABIOSO CONTRA UN ASCETA DE LA PAZ

Hernando Llano Ángel.

Sin proponérselo, Fernando Londoño Hoyos se retrató de cuerpo entero en su última columna, titulada “Marx no ha muerto”, escrita contra el padre Francisco de Roux y su homilía del pasado 30 de Julio, pronunciada en la celebración del día de San Ignacio. Homilía dedicada a los cínicos y su nefasta influencia en la realidad nacional, de quienes literalmente el actual Provincial de los jesuitas expresó lo siguiente:

“La Javeriana está en el corazón de la clase dirigente de Colombia, que es desde hace décadas una mezcla de escenarios de intereses, compromiso y ambigüedades, donde hay muchos cínicos, y en la mayoría de los escenario los cínicos controlan. Por eso el 65 por ciento de los campesinos colombianos siguen en la pobreza. Por eso hay en el país 7 millones de miserables con hambre. Por eso hay cuatro millones de hectáreas en manos de la mafia. Por eso se roban cada año cerca de 4 billones de pesos en corrupción. Por eso la comunidad internacional se pregunta por qué otros países solucionaron en una o dos décadas la desigualdad social, la guerra de guerrillas, los secuestros, la grandes bandas criminales, el desfalco del tesoro público, las sillas de senadores criminales y la dominación de la droga…y en Colombia se prolongan por más de medio siglo el espectáculo inhumano de una crisis irresuelta, mientras dirigentes brillantes, entre cócteles, congresos y publicaciones, disfrutan una vida de seguridad que se derrocha en satisfacciones sobre la misma crisis. Por eso muchos se preguntan si la prolongación de la crisis colombiana no es causada por los mismos cínicos que quieren prolongarla porque se benefician de ella”.

Como bien lo define el Diccionario de la Real Academia Española, el cínico se caracteriza por su “desvergüenza en el mentir o en la defensa y práctica de acciones o doctrinas vituperables”. Difícilmente se puede encontrar una mejor descripción de lo que es y representa Fernando Londoño en la vida política nacional. Basta recordar que fue sancionado por la Procuraduría con destitución e inhabilidad de 15 años para el desempeño de cargos públicos “por realizar gestiones a favor del consorcio italiano Recchi, del que fue apoderado judicial, haciendo uso de sus poderes como Ministro del Interior y de Justicia. La Procuraduría consideró que el ex ministro incurrió en conflicto de intereses y usó abusivamente su autoridad como segundo hombre más importante de la República después del Presidente. Tiempo después se presentó un conflicto en el contrato y el señor ex ministro sugirió la conformación de un Tribunal de Arbitramento del cual no hizo parte y que en el 2001 falló en contra del Estado colombiano por algo más de $13.958 millones de pesos, decisión que fue confirmada por el Consejo de Estado. Por su gestión el ex ministro recibió poco más de 74 millones de pesos como honorarios”. (http://www.procuraduria.gov.co/html/noticias_2004/noticias_381.htm.)

Londoño, encarna, pues, la quintaesencia de la utilización de ley y los procedimientos como una coartada perfecta para burlar la justicia y hacer prevalecer el interés particular sobre el general, la excepción sobre la norma. Apela a la moral y la ética como una estratagema para afirmar la dominación de los elegidos sobre los demás mortales, esos vulgares plebeyos que ahora reclaman sus derechos. Afianza así la rancia tradición conservadora de estirpe laureanista, imbuida de un narcisismo maniqueo y racista que divide a Colombia desde la noche de los Tiempos entre gente con “clase y distinción”, los autodenominados “ciudadanos de bien”, “blancos y católicos”, predestinados para gobernar, constantemente amenazados por una “chusma insolente y alzada”, que les falta al respeto cuando ella osa afirmar su autonomía y dignidad mediante el ejercicio de sus derechos. Por eso Londoño ha sido un enemigo acérrimo de la acción de tutela y de los principios fundamentales de la Constitución del 91, salvo en aquellas ocasiones que las invoca para defender su insaciable codicia de rábula, como astutamente lo ha hecho para oponerse a la devolución de las acciones de invercolsa al patrimonio de todos los colombianos. Así nos ha dado una muestra pública de “la defensa y práctica de acciones o doctrinas vituperables”, en la cual quizá sólo es superado por su maestro, el ex presidente Álvaro Uribe Vélez, quien en nombre de la “seguridad” profundizó y refundió (que jamás refundo) nuestra “Patria” en un campo de trincheras, “falsos positivos”, parapolítica y fosas comunes. Ambos, aupados por el miedo y el terror engendrados por la violencia revanchista y criminal de las Farc, degradaron la política a una escuela de odio y desconfianza, estigmatizando como aliado del terrorismo a todo opositor. La solidaridad ciudadana la prostituyeron en el mercado de las recompensas y en una difusa red de cooperantes, a la postre cooptada por criminales. Incluso llegaron a señalar a magistrados de la Corte Suprema de Justicia como auxiliadores del terrorismo y, como cada día se nos revela en forma más escandalosa, convirtieron al DAS en una agencia con licencia para delinquir.

Por todo lo anterior, era apenas obvio que Londoño se sintiera aludido por la homilía del padre de Roux, para su desgracia hoy Provincial de los jesuitas, como reconocimiento de su compromiso indeclinable de toda una vida con esa “chusma insolente y alzada”, desde sus tiempos remotos como director del Centro de Investigación y Educación Popular (CINEP) y los más recientes como coordinador del Programa de Desarrollo y Paz del Magdalena Medio. Quizá por ello en su rabiosa diatriba contra el padre de Roux, Londoño le reprocha que no revele los nombres de los cínicos: “El padre se guarda sus nombres, como el de los beneficiarios jactanciosos de la miseria de tantos, y el de los escenarios que controlan. Lo que es una lástima. Un educador, así eduque para el odio, debe ser claro, como él mismo lo pregona”. Ante semejante cargo, en tono de propia inculpación, no hay mejor respuesta que la bíblica: “Por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7,20). Y sin duda, los frutos del padre de Roux son los de un asceta por la paz, reconocido por ello con el Premio Nacional de Paz de 2001, además de recibir la condecoración de “Caballero de honor de de la Legión Francesa”, otorgada por Francois Miterrand, que lo convierte en miembro de la Legión Francesa. Honores que, desde luego, el padre De Roux oculta como buen asceta.